La playa de la hipocresía socialista
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La hipocresía del PSOE no conoce límites: mientras siembra torticeramente dudas sobre la casa que la mujer de Alberto Núñez Feijóo tiene en la localidad pontevedresa de Moaña, por solicitar, cumpliendo escrupulosamente con todos los trámites, la ampliación de una concesión de terreno que da acceso a la playa, la presidenta del PSOE de Galicia, senadora por Pontevedra y primera teniente de alcalde del Ayuntamiento de Vigo, Carmela Silva, habita un chalet de lujo ubicado en una isla privada de concesión pública que incumple de manera flagrante la Ley de Costas.
Se trata de la Isla de Toralla, en la ría de Vigo, a la que está restringido el acceso a residentes y acompañantes, de manera que sólo estos pueden circular dentro de la misma. Al resto de ciudadanos sólo se le permite hacer uso de la zona de playa que hay a ambos lados de la carretera que lleva a la isla. La paradoja es que mientras la casa de la esposa del presidente del PP cumple con toda la normativa, la dirigente socialista reside en un lugar en el que el propio Gobierno de Pedro Sánchez reconoce que necesita habilitar una servidumbre de tránsito: «Esta zona deberá dejarse permanentemente expedita para el paso público peatonal y para los vehículos de vigilancia y salvamento, salvo en espacios especialmente protegidos». Junto a ello, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico aseguró que haría todo lo posible para que «la Isla de Toralla sea de accesibilidad pública, de acuerdo con lo contemplado en la normativa de Costas y para garantizar el cumplimiento de las sentencias».
La de Toralla, con una superficie de 10,6 hectáreas, es la única isla privada de Vigo y de las pocas con acceso restringido en Galicia. Cuenta, dentro de su carácter exclusivo, con una urbanización de lujo con más de 30 chalets y una enorme torre de 21 plantas. Un puente de 400 metros une la ínsula con la playa de enfrente, la de O Vao, en Coruxo. Y una garita con barrera impide el paso a cualquier persona ajena a la isla. Llegados a este punto, terminamos donde siempre: en la playa de la hipocresía socialista.