El patriarca Parladé

El patriarca Parladé, Andrés Parladé Sánchez de Quirós, II conde de Aguiar, era de una soberbia reconocida. A los doce hijos que tuvo con su mujer, María Heredia Livermore, les prohibió que trabajasen. Uno de ellos, no obstante, se empeñó en ser diplomático; así que a su padre no le quedó más remedio que hablar con el gobierno para que lo recomendaran en distintas embajadas europeas, mediante algún documento que le sirviera de presentación. El chico, confiado, viajó durante semanas en tren por todo el continente esperanzado en que, en posesión de ese documento, conseguiría un puesto en alguna embajada. Sucedió entonces, en uno de aquellos trayectos, que subieron al tren unos atracadores. Aquel joven Parladé, asustado, abrió el sobre dirigido al embajador, pensando que, si se lo quitaban, al menos, podría contarle lo que allí ponía. Cuál fue su sorpresa cuando comprobó que aquel sobre que había llevado como un tesoro desde su salida de casa sólo contenía unos folios en blanco. Su futuro como diplomático no podía estar más negro.
Andrés Parladé Sánchez de Quirós sólo dejó herederos a sus hijos varones, añadiendo una cláusula en su testamento que decía “que se aseguraran de que sus hermanas nunca pasaran hambre”. Ese desorbitado desprecio hacia el valor del género femenino le llevaba al extremo de demostrar, en ocasiones, un acusado patetismo, como el hecho de que no permitiera ser fotografiado con sus hijas, y así es que las fotos familiares que hoy guardan sus descendientes aparecen los grupos bien diferenciados: la madre con los doce hijos, y el padre sólo con los hijos varones. Habría que haberle recordado a don Andrés que la Revolución Francesa tomó cuerpo simbólicamente en una figura femenina, Marianne; aunque estoy casi segura de que nos replicaría diciendo que, digamos lo que digamos, aquella revolución, a pesar de sus ideales de libertad, fraternidad e igualdad, no conllevaron el derecho a voto de las mujeres, así que, obviando cínicamente el siglo de diferencia, sus hijas no tenían derecho a heredarle y, mucho menos, a fotografiarse con él.
Sin embargo, la fuerte personalidad de Andrés Parladé no interfirió en la felicidad del matrimonio de sus hijos. Decía Séneca que tiénese por virtud la maldad que sale mal. Entre ellos, cuando comenzaron a tener hijos, José Parladé Heredia y su mujer, Lola Ybarra Menchacatorre, hija de los II condes de Ybarra, encargaron a Jacobo Gali Lassaleta una casa-palacio en la Plaza de la Contratación, edifico que actualmente pertenece a la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Sevilla. Los niños que allí nacieron, nietos de los II condes de Aguiar y de los II condes de Ybarra, fueron los siguientes: Jorge, María Socorro, Teresa, Javier, Rodrigo y Josefina, religiosa. Del primogénito, Jorge Parladé Ybarra, futuro conde de Aguiar, hay quien dice que era un snob insoportable. Juzguen ustedes por los datos que les voy a facilitar a continuación.
En una ocasión, Lola Ybarra y sus hijos tuvieron que salir de casa por unos días con urgencia. Les esperaba un coche en la puerta de su casa. “Rápido, meted lo imprescindible en una maletita y vámonos”, dijo la progenitora preocupada. A los pocos minutos, estaba allí el primero, Jorge, con una bolsa de mano dispuesto a irse. Su madre lo miró y le dijo: “¿Qué llevas ahí?”. A lo que el exquisito contestó: “Mamá, lo que has dicho: lo imprescindible”. Lola insistió con curiosidad:” Hijo, ¿y qué es lo imprescindible?”. A lo que Jorge, con divina seguridad, contestó: “Mamá, cuarenta pares de calcetines”. Trabajó una época a cargo de la estética de la compañía Ybarra, cargo que desempeñó a la perfección: unificó la altura de los camareros de abordo y les obligó a aceptar una pulcra concepción de su aseo que, desde luego, sólo pudo repercutir positivamente en la imagen de la compañía.
El IV conde de Aguiar, esteta empedernido, comenzaba la exigencia en las formas consigo mismo, como debe ser. Varios miembros de la familia testifican que no salía a la calle sin que le hubieran planchado los cordones de los zapatos. Asimismo, recomendaba a sus conocidos que, cuando fueran a misa, llevaran la parte interior del tacón del zapato impoluta: “No os imagináis –les decía- la mala impresión que me causa alguien cuando lo tengo delante, se arrodilla y veo que esa parte del zapato no brilla”. Casó dos veces: la primera con veinte años, enviudó; y la segunda con veintiuno, el 6 de febrero de 1927 contraía matrimonio con María Josefa Ozores Saavedra (1902-1972), hija de los marqueses de Aranda. Esta exquisita personalidad que para muchos quizás roce la excentricidad fue postergada en la familia años después por uno de los decoradores más distinguidos que ha dado este país: Jaime Parladé Sanjuanena (1930-2015), II marqués de Apezteguía, título que ostenta a día de hoy una sobrina que posterga estos apellidos, María Parladé Ybarra.