No diga Carromero, diga Torrente

Ángel Carromero es uno de esos personajes menores que han llegado a la política para medrar; sus movimientos son turbios, porque el que hasta hace nada fuera asesor del PP en el Ayuntamiento de Madrid ha hecho del chalaneo una forma de vida. Su oscura participación en el supuesto intento de espionaje del entorno familiar de Isabel Díaz Ayuso le delata. Ha dejado sus cargos en el Ayuntamiento, pero continúa con sus cargos en el partido: sigue siendo el presidente del PP de Chamartín y vicesecretario electoral del PP de Madrid. No son cargos menores. Presidente de una de las áreas de máximo peso del PP en la capital de España -Chamartín- y el encargado de vigilar por el correcto y limpio desarrollo de unas posibles primarias a la presidencia del partido en la Comunidad. Para echarse a temblar. A Carromero no le avala su trayectoria profesional, ni su contribución al servicio público. Es uno de esos políticos que han buscado siempre cobijo a la sombra del poder y que se desenvuelven en medio de una opacidad permanente. El clásico bulto sospechoso con ínfulas de sargento chusquero. El prototipo de político que encarna como pocos el clásico concepto de mercachifle.
Y ese el problema: era tradición que el PP se apoyara en gente de probada trayectoria, gente con un currículum dilatado, y que se rodeara de funcionarios de los cuerpos superiores, de testada capacidad profesional e independencia, para el desempeño de los cargos públicos en la Administración. Se primaba la excelencia, pero ahora quienes mueven los hilos son gente como Carromero o ese diputado Casero que no acierta con la tecla ni a la hora de votar. El problema de la política, no sólo del PP, es que abundan los personajes menores, gente sin trayectoria que se mueve chuscamente entre las bambalinas del poder. Son los Torrente de la política, tipos que ha venido a servirse y a medrar. No diga Carromero, diga Torrente.