Mafia a la española


He venido a escribir sobre Pedro Sánchez, no por gusto ni por estilo, sino por imperativo de conciencia cívica. Porque lo que ocurre en España no es un simple desliz institucional, sino una captura del Estado con tintes sistémicos. Una degradación democrática sin precedentes, en la que las instituciones se pliegan al capricho del poder personal. No hablamos ya de errores o excesos, sino de una arquitectura de poder con ecos de clientelismo, nepotismo y manipulación institucional.
Se ve a una mafia a la española, con fachada de modernidad y banda sonora de propaganda, sostenida por asesores carísimos, pero ajenos al bien común. Y ahí está todo elenco de mirones con sueldo, eso sí, y sin escrúpulos: PNV, SUMAR, Podemos, ERC, Junts, proetarras de Bildu… los mismos que acusaban a Mariano Rajoy de corrupción y ahora miran para otro lado, pero lo que es peor, con total consentimiento total de este desmadre español.
Pedro Sánchez, que prometió regenerar la democracia y acabar con la corrupción, ha terminado institucionalizando el vicio como virtud. El presidente no gobierna ya con un Consejo de Ministros, sino con un consejo de administración del holding familiar. Y no hablamos de exageraciones poéticas, sino de realidades judiciales y de portadas: la fontanera general del Estado, ha dado el do de pecho en la causa, el Fiscal General del Estado tiene secuestrada a la fiscalía, y al Gobierno se le ve como a la Cosa Nostra.
Y es que señores, esto no es política, son tramas más enrevesadas donde El Padrino no besa anillos, reparte subvenciones. Hay presupuestos en los cajones y silencios bien pagados. Todo suena a Sicilia castiza, a Macbeth sin brujas y con asesores. Sánchez —más Maquiavelo que Maquiavelo— mueve los hilos con la soltura de un Virgilio ciego que guía a Dante por el Averno de la democracia. Esto no es gobernar, es escribir Los Soprano con fondos europeos, que no sabemos dónde están. Vamos, una tragicomedia de Aristófanes, pero sin risa.
Esto no es una democracia, esto es el simulacro. Esto no es la Moncloa, es el Vesubio. Y Sánchez, como Nerón, toca la lira mientras el Estado arde. Decía Tácito que «los príncipes que por miedo hacen callar las voces críticas, terminan rodeados de aduladores y de ruinas». Aquí ya sólo queda la ruina, porque los aduladores se han pasado a la siguiente escena.
Feijóo, absorto entre tanto caso y tanta enumeración de procedimientos, ha anunciado lo obvio: una gran manifestación, porque España ha de salir a la calle: España no se merece este Gobierno, este ridículo patrio. El presidente de los populares prepara motores con un congreso y recorrerá el país para denunciar que «España no se merece esto», ha dicho, con una frase tan sencilla como lapidaria.
España, si aún es nación, debe alzarse no con ira, sino con cultura. Como dijo Camus: «toda forma de desprecio, si se apoya en la ignorancia, se convierte en instrumento del mal». Y aquí el mal no es sólo corrupción: es desprecio al ciudadano, a la ley y al bien común. Es una mafia revestida de progresismo, un populismo de salón.
O limpiamos la política o terminaremos todos vestidos de luto, no por la muerte de la democracia, sino por su asesinato.