La llamada (Casado a Sánchez)

Adolfo Suárez llamaba a Felipe González. González llamaba a Aznar. Aznar hablaba con Zapatero. Mariano Rajoy mantenía vivo el contacto con Pérez Rubalcaba.

Eran dirigentes serios y responsables, con sus errores, sin duda, pero conscientes de lo que se traían entre manos. Sánchez es otra cosa. Entiende el poder -alcanzado de aquella manera- como algo privativo de su albur, con el desprecio cuasi absoluto al adversario -que convierte en enemigo- donde lo único que le sirve es que aquel se postre sin remilgos a sus pies. Yugula cualquier posibilidad de conocer sus desorbitados gastos personales, las ayudas bajo sospecha a su familia, los excesos autoritarios de su Gobierno. Ignora las decisiones judiciales que le afectan y utiliza el Parlamento a su antojo, apoyado en los dos quídam que ha colocado al frente de instituciones básicas. Para salvarle el trasero ya tiene a su RTVE particular.

Desprecia con alevosía las demandas de la oposición y como Casado no se aviene a sus dictados lo más fácil es liquidarle. En un asunto tan serio como Ucrania ha preferido hacerle al jefe del PP un Biden, es decir, aplicarle al presidente popular lo que el inquilino de la Casa Blanca le hace a él.

Esto es lo que hay. Casado esperaba una llamada que nunca iba a llegar. De modo y manera que optó por gastar línea telefónica desde Génova 13. Sánchez se dignó coger el teléfono que manoseó horas antes con fotógrafo incluido para demostrar al mundo que está al mando de la crisis de Putin. Ni información al Congreso, ni leches.

¿Qué hizo? Abroncar a su interlocutor con el tema de los fondos europeos y conminarle a que acepte su contrarreforma laboral y déjame en paz que tengo mucho trabajo.

Este es el personaje, amigos. El que se dice socialdemócrata y se autotitula democrático.