Opinión

Una lección americana

Como ocurre cada cuatro años, la sabiduría y petulancia españolas respecto a los Estados Unidos de América refulge en tertulias y columnas periodísticas. En el caso actual, se suma la especial sensibilidad que despierta la pugna electoral en las conciencias y la piel de los comentaristas profesionales, galopando para vencer la carrera de campeón anti Trump. El jolgorio maravilla, es harto entretenido escuchar, en un rancio lenguaje decimonónico, los desgarres de algunos periodistas ante lo que consideran, en el fondo de sus prejuicios, una nación de granjeros blancos ignorantes y armados. (¡Y con derecho a voto!) En comparación con la ilustrísima Europa, que si bien se inventó el fascismo y el comunismo y fue liberada de esos monstruos por aquellos granjeros, representaría con letras de oro el valor y práctica de la democracia.

Bien, tratemos sintéticamente de aclarar algunas cosas libres de lugares comunes sobre las elecciones presidenciales en EEUU. Como se sabe, ese proceso electoral es anómalo, o indirecto, en cuanto los votantes no eligen a su presidente, sino que votan a los compromisarios de cada candidato. Es anómalo también porque el de presidente representa el único cargo público que no ejerce dentro o en representación del Estado. Sobre esta circunstancia, y el sistema de recuento, he podido escuchar estos días las iras y acusaciones de algunos estandartes de nuestra democracia avanzada, insuperable y pulcra, respecto al sistema americano. El tema es que no hay un recuento, sino cincuenta, por cada uno de los Estados que forman la Unión. Naturalmente, las impugnaciones de boquilla del candidato Trump a dicho sistema, arcaico si se quiere, han encendido el ansia guerrera de nuestros comentaristas, viendo ahí, cual internacionalistas, la oportunidad de honrar la democracia en peligro. Pero, queridos, no hay en esos calores nada más que la afición de los europeos en general, y los españoles en particular, por dar lecciones de superioridad a la nación de Lincoln. El Tribunal Supremo puede ser invocado (Trump lo ha hecho) e incluso dirimir sobre los resultados definitivos (aquí aparece la hispana sospecha de que los jueces han sido comprados, todo un vodevil de la opinión periodística patria).

Otra de las confusiones por aquí más extendidas trata del presidente, que encarna el poder ejecutivo federal, ni más ni menos. Desde su nacimiento, esta figura política ha ido creciendo (a veces decreciendo) en sus atribuciones, dependiente siempre del Congreso y, en última instancia, del Tribunal Supremo. Sucintamente, el Congreso se ha facultado, mediante una compleja red de instituciones crecida durante la historia, para limitar el poder presidencial. En cualquier caso, las funciones del Presidente (a diferencia del sistema constitucional español) son bastante limitadas, siendo los EEUU, precisamente, una unión federal. A saber. Tiene funciones de Jefe de Estado, aunque nominalmente no lo sea, como el derecho a veto sobre leyes federales, derecho de gracia sobre condenas y encargado de las credenciales diplomáticas (embajadores extranjeros y propios). Es, también, el primer representante y encargado de las tareas protocolarias, tarea que ocupa buena parte de su mandato. El Presidente es, además, jefe de la Administración, o sea, debe velar por que las leyes se cumplan. Es, por último, el encargado de las relaciones internacionales (sujetas en última instancia por control del Senado) y comandante supremo de las Fuerzas Armadas.

En el momento de escribir estas líneas desconozco quién ejercerá el cargo de lo que, tópico o realidad, se da en denominar «el hombre más poderoso del planeta» (bien poco se habla de Xi Jinping). Casi todas las energías ideológicas, desde posiciones socialdemócratas a liberales o conservadoras, han formado estos últimos cuatro años una especie de frente común a Donald Trump. Las postreras horas agolpan un sinfín de ideas preconcebidas sobre la nación americana y la imagen negativa del señor de rubio flequillo, para discurrir finalmente en el deseo de victoria del anodino Biden. Del primero, incluso las voces menos antipáticas a él, han sugerido que no ha comenzado ningún conflicto bélico y ha permitido el dominio del populismo de izquierdas en el sur del continente. Apuntar, en cualquier caso, la guerra comercial con China, amén de los factores culturales, o sentimentales, que su figura despierta en aquellos eternos granjeros que, a nosotros, orgullosos, desagradecidos y decadentes europeos, nos salvaron la vieja civilización.