Kamala (¿o qué mala?) Harris

Kamala Harris, Donald Trump, Opinión

En el estado de California, que es en la actualidad el corazón de la progresía woke norteamericana, el partido demócrata podría presentar como candidato para cualquiera de los cargos sujetos a elección al mismísimo burro que le simboliza, ¡qué igualmente saldría elegido! No es que se trate de desvalorizar la carrera política de Kamala Harris, pero los estadounidenses saben que ésta no hubiera sido fiscal general ni senadora en casi ninguno de los otros 49 estados.

La vicepresidenta es una política salida del laboratorio demócrata con todas las condiciones que la hacen irresistible para el electorado, mayoritariamente de izquierdas, de California: feminista radical (hasta una indisimulada androfobia), perteneciente a una minoría étnica (o a varias, lo que le permite victimizarse en varias razas), ambientalista y activista en derechos sociales (incluida la defensa del aborto, no ya libre sino como una opción preferente). Pero la realidad es que siempre ha resultado mejor candidata que funcionaria; poco protagonismo tuvo en la Fiscalía californiana o en el Senado, y prácticamente ninguno en la vicepresidencia del país, donde ha resultado casi inédita. Quizá se ha tratado de una estrategia buscada: tratar de evitar que una ejecutoria, buena o mala, acabe con su condición de aspirante a todo.

Y así ha llegado y así ha salido de la Convención Nacional Demócrata de Chicago: como la candidata tipo para la izquierda del siglo XXI, rescatada de la nadería e impuesta desde arriba para sustituir a Biden, sin el engorro de tener que ser votada por las bases y rellenándole la chistera con unas fórmulas liberales que permitan ampliar el espectro de posibles votantes.

El siguiente golpe de suerte le llega por las características del que es su contrincante: Donald Trump tiene una base fiel que ha comprado el pragmatismo de político no profesional y que se ilusiona con la aspiración MAGA (Make America Great Again), pero también tiene un evidente techo (sobre el 47% del voto) que convierte a cualquier opositor en un buen candidato, o, mejor dicho, en un candidato con posibilidades.

Bien, pero a pesar del rechazo que genera Trump y del tremendo apoyo mediático, Kamala no tiene asegurada su victoria. Le puede pesar el no tener una experiencia notable y sí un ideario muy confuso que la ha llevado a presentarse en la Convención con un programa que nada tiene que ver con lo que ha dicho y ha hecho hasta ahora. Y también le pueden pasar muchas cosas en los dos meses largos que faltan hasta las elecciones; en los debates, en las entrevistas y en la exposición pública fuera de la zona de confort que le han preparado en Chicago. En definitiva, tiene tantas debilidades y amenazas que sería muy fácil de batir por cualquiera que no tuviera esa proscripción mediática de Trump que le incapacita para robar un solo votante a la izquierda.

En España sabemos mucho de lo que es votar contra la derecha y del éxito de candidatos con poca formación y con menos experiencia. Pero, sobre todo, sabemos del peligro de esos presidentes que no tienen trayectoria previa y que la que inician va en dirección opuesta a donde habían anunciado e incluso prometido a sus votantes. A esos votantes les da igual esa deriva y, como en una especie de efecto Pigmalion, terminan por enamorarse de su creación, pero para nuestro país termina siendo una auténtica tragedia.

Pero volvamos a Harris. Ahora en la campaña, parece que se concentrará en hacer oposición a Trump, olvidándose de que es él quien está en la oposición y ella quien está en el poder. Es lógico, porque muy poco se puede rescatar del mandato del anciano Biden y nada de su aporte como vicepresidenta. Pero en el caso de ser elegida tendrá que poner, para regir su país y para liderar el mundo occidental, algo más que wokismo.

Internamente hay una sociedad que despolarizar, una seguridad que reforzar y una migración ilegal que detener; hay que desideologizar las instituciones y las universidades, que se encuentran en una deriva sectarista y de pérdida de prestigio académico; y hay una inflación que controlar, una producción energética que reordenar y una economía interna que expandir.

Para el exterior la tarea es aún más titánica: guerras y conflictos que hay que detener, y muchos líderes y países a los que hay que embridar. Desde Putin a Maduro y desde China a Irán; mucho radicalismo, muchas narcomafias y mucho terrorismo internacional financiado por dictaduras comunistas o teocráticas.

La debilidad e indefinición de Biden desperdició a un buen secretario de Estado como Antony Blinken; y si se demostró que el mundo no está para viejos tampoco lo estará para buenismos progres e inexperiencia, y Kamala hasta ahora no ha sido otra cosa.

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