Incógnitas sobre el tramo final de 2018

Incógnitas sobre el tramo final de 2018

Las perspectivas de la economía mundial para este año 2018 y el próximo, 2019, sufren una pequeña marcha atrás. Siendo optimistas, el crecimiento de la economía mundial será en 2018 del 3,8% y en 2019 se encogería al 3,7% para en 2020 disminuir al 3,6%. Ese crecimiento previsible, según el Fondo Monetario Internacional, será algo más timorato en las economías avanzadas, con el 2,3% en 2018 para ir cediendo fuerza en 2019 (2,1%) y 2020 (1,8%) en tanto que en los mercados emergentes y las economías en desarrollo seguirá, si las cosas no se tuercen, con mayor vigor alcanzando tanto en 2018 como en 2019 una tasa del 4,9% para decaer en 2020 al 4,7%. De hecho, se está dando una incertidumbre global que causa debilitamiento económico. Las amenazas arancelarias con el conflicto entre Estados Unidos y China se plasman en tensiones y ponen el freno de mano al desarrollo del comercio mundial en lo que cabría cuantificar en un 0,9% sobre el Producto Interior Bruto mundial, en torno a unos 7 billones de euros, cifra que se dice muy rápida, pero que impacta en una serie de economías propinándoles un mazazo.

Los mercados financieros vuelven a la volatilidad, desaparecida durante muchos meses, se aprecia una debilidad de las divisas internacionales ante los rugidos del dólar y tiembla la deuda de los países emergentes tanto por el efecto del cambio de divisa y su expresión en dólares como a causa de la subida de los tipos de la Reserva Federal, lo que entraña movimientos de capitales que abandonan los países emergentes para refugiarse en las sólidas economías occidentales y, en especial, en Estados Unidos al socaire de sus bonos y de la renta fija. Gran parte del crecimiento económico de estos años ha sido factible gracias al impulso de la deuda, al punto que la deuda mundial se cifra por el Fondo Monetario Internacional en 182 billones de euros que representan un 60% más que el volumen adeudado en 2007 antes de que estallara la crisis financiera que ya no nos ha abandonado.

El fin de las políticas monetarias tan confortables y de esas condiciones financieras sumamente acomodaticias de las que hemos gozado, suponen la bajada del telón de un acto excepcional protagonizado por las economías tanto avanzadas como emergentes y que llevaron a que 2017 se cerrara con un espectacular crecimiento sincronizado. China, la gran China, segunda potencia económica mundial, siembra dudas y lo hace tanto por los interrogantes acerca de su crecimiento y el nuevo enfoque de su economía, mirando más al mercado interno y a los servicios amén de las barreras comerciales con que se está encontrando por culpa de los aranceles norteamericanos, como por el volumen y la calidad de su deuda, con la pública más o menos controlada pero con una deuda corporativa y privada que, según se dice, disimula lo que en realidad será endeudamiento público.

La crisis que sacude a las economías emergentes y las turbulencias financieras que se están dando en Argentina, Turquía, Brasil, Rusia, en algunos casos con su vis política incluida, azuzan un contexto económico algo enrarecido cuando se encara el tramo final de 2018 que ya de por sí ofrece signos de vulnerabilidad como el impacto que tendrá el Brexit, las olas populistas y los extremismos que azotan a Europa, el encarecimiento del precio del petróleo que rompe los estándares de los presupuestos gubernamentales diseñados para 2018 y 2019 debido a los recortes anunciados por la OPEP y Rusia así como el desplome de la producción en Venezuela y las sanciones a Irán donde, a la larga, se presume que se desencadenara un nuevo conflicto con Estados Unidos y habría que ver de qué tintes sería y qué consecuencias, sin desdeñar las bélicas, acabaría acarreando.

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