Apuntes incorrectos

González, Aznar y mi padre

González, Aznar y mi padre

El viernes pasado estuve charlando un rato en el hotel Palace con José María Aznar. ¡Qué gran tipo! Esto lo digo a la salud de mis numerosos amigos rojos, que lo detestan porque no soportan ni la inteligencia, ni la determinación ni el sentido común. Esta conversación tuvo lugar con motivo del magnífico Foro OKLÍDERES organizado por OKDIARIO de la mano de dos grandes, Eduardo Inda y María Claver, por el que han pasado los mejores empresarios, ejecutivos y políticos del país.

El encuentro con Aznar me reconcilió con mi pequeña historia personal, porque -no sé si alguna vez les he dicho- yo soy hijo del socialismo. Que sí, que sí. Yo empecé en esto del periodismo en 1983, ya llegado González al poder, o sea que conviví buena parte de mis años mozos como profesional con los socialistas, trabando buena amistad con algunos personajes destacados de la época como Miguel Ángel Fernández Ordóñez -que finalmente se rebeló como un perfecto sectario y un pésimo gobernador del Banco de España- así como con el ministro Carlos Solchaga, al que todavía profeso cariño y admiración. Esta relación llegó a ser tan intensa que, en un momento determinado, y sin haber votado jamás al PSOE, llegué a pensar que sus políticas eran las únicas posibles. De tal manera que cuando almorzaba en mi casa del pueblo y hacía estas reflexiones profundamente estúpidas, producto de la inexperiencia, mi padre creo que pensaba con razón: este hijo me ha salido tonto.

Por eso la llegada de Aznar al poder supuso para mí una revelación. La constatación de que existía una política alternativa capaz de corregir el pesado legado de González: un déficit público en el entorno del 7% del PIB, una inflación desbocada y una tasa de desempleo cercana al 20%. Poco después de llegar al poder, Aznar se tropezó con un desafío extraordinario: entrar en la unión monetaria, que requería cumplir con unas condiciones muy rigurosas. Había que reducir drásticamente el desequilibrio presupuestario, a fin de controlar la deuda, y reconducir severamente el crecimiento de los precios. Muy pocos creían en poder afrontar con éxito una tarea casi heroica. El entonces gobernador del Banco de España, el respetado Luis Ángel Rojo, acostumbrado a la suciedad congénita del socialismo, consideraba que era imposible. El propio vicepresidente Rodrigo Rato, lo mismo. Todos los servicios de estudios y gente competente del país presionaban para que entráramos en la Unión en lo que entonces se llamaba la segunda velocidad porque pensaban que los sacrificios que entrañaba este hito histórico serían difícilmente soportados por los ciudadanos. Estos sucesos, que siempre merece la pena recordar, demuestran hasta qué punto el socialismo había contaminado la mentalidad incluso de los hombres más capaces.

Sólo una persona creía que se podía conseguir, rechazaba entrar en el euro por la vía de la segunda división, y poseía la determinación necesaria y, por qué no decirlo, los cojones precisos para superar el mayor reto de la historia de España: José María Aznar. Y así fue.

Este señor ha sido siempre tan particular que tuvo mucho después la ocurrencia de autolimitar su estancia en La Moncloa a dos mandatos en pos de la higiene política y personal. Recuerdo que con las elecciones en ciernes me invitaron a intervenir en un acto celebrado en el Círculo de Empresarios que entonces presidía mi querido Carlos Espinosa de los Monteros. Yo entonces ya era un alto responsable del diario Expansión, y en aquella reunión se produjo una enorme controversia al respecto. Todos los ejecutivos allí presentes creían que la castración elegida voluntariamente por Aznar era inoportuna y peligrosa. Yo la defendí por una cuestión de principios, y porque me parecia que sentaba un ejemplo consistente para el futuro. Me quedé solo, naturalmente. Tampoco me importó. Al fin y al cabo, Aznar me había devuelto el sentido de la realidad. Me había confirmado para siempre que la única receta para la prosperidad de las naciones es aplicar políticas liberales, cuanto más profundas mejor.

Luego se produjo la tragedia del 11M, la manipulación infame del drama ejercida con destreza por Alfredo Pérez Rubalcaba -despedido a su muerte como hombre de Estado a pesar de haber malogrado el sistema educativo español de por vida-, y la venida de Zapatero, el instigador y precursor del clima guerracivilista que domina España, de la división ciudadana que ha profundizado hasta le extenuación su hijo putativo Sánchez y de la aguda crisis institucional que azota la nación, así como del ambiente irrespirable que nos rodea.

En su discurso en el Palace, comprobé que Aznar sigue apegado, como no podía ser de otra manera, a sus viejas políticas. Que consisten en ser disciplinado desde el punto de vista fiscal y respetuoso con las normas y las reglas que todos nos dimos y aceptamos en la Constitución de 1978 y que el ‘sanchismo’ arrasa a diario sin pudor ni descanso. El ex presidente hizo una defensa ardorosa del sentido de la responsabilidad. No sólo del Gobierno, sino colectiva -demediada por el asistencialismo nodriza que ha enraizado Sánchez en la sociedad civil española-, y animó a quien espero con desazón que sea el próximo presidente, el señor Feijóo, a volver a la senda del control del déficit y de la deuda que jamás debimos abandonar hasta los extremos actuales -bien sea con el pretexto de la pandemia y después con motivo de la guerra de Ucrania-, así como a implantar un sistema fiscal que favorezca la producción y la creación de empleo. También propuso una vuelta de tuerca al mercado laboral que restaure los desmanes ocasionados por la vicepresidenta Díaz -consentidos y apoyados por Sánchez-, y sobre todo -y esto es lo más importante- invitó a una reflexión general sobre el modelo de Estado de Bienestar que nos podemos permitir, a fin de que sea viable y financieramente sostenible. Lo cual nos lleva inevitablemente a la cuestión de las pensiones, un asunto de litigio permanente, objeto de la disputa política, que los socialistas alimentan a costa de aumentar irresponsablemente las jubilaciones actuales a costa de poner en riesgo las futuras. Yo diría que Aznar, que rompió en mi caso el espejismo del socialismo, como en el fondo esperaba que sucediese mi padre -que en gloria esté-, sigue en forma. Es una voz que siempre da gusto escuchar, y estoy convencido de que Feijóo le presta atención, así como de que, en caso de que haya suerte, aplicará las mismas políticas y el sentido común que han hecho grande al país siempre que no lo ha impedido el socialismo.

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