Feliz ‘twerk’ y próspero perreo

perreo
  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

Es sabido por casi todos los observadores atentos que la elegancia es renuncia y contención. ¿Queda algo de esa máxima a las puertas de 2025?
Si la sociedad contemporánea (y la de cualquier tiempo) tiene un espejo de sus prioridades y neurosis en la cultura, la música quizá sea su eco más inmediato, donde la respuesta es clara: ni renunciamos a nada ni nos contenemos.

Los años veinte son la era del desembarazo. Y eso se refleja, sin miramientos, en las letras de las canciones que lideran nuestras listas. Lo que antes se insinuaba, ahora se berrea; lo que antes se ocultaba, hoy se proclama con beats pegajosos y coreografías zafias (no digo que no tengan lo suyo). No es una crítica es una percepción y la Navidad, que una vez sonó con villancicos candorosos y los «niños cantores de Viena» (el nombrecito saca lo peor de mí) con esa sublimación descarada de los privilegiados del mundo (como nosotros), que cenábamos el 24 sobre mantel de hilo… Y toda esa violenta corrección…

Eso se acabó, amigues, ¡ay!, aquellos ecos se han desvanecido, reemplazados por el ritmo visceral de los bajos fondos. Por eso, y porque este año he pasado muchas horas escuchando a Karol G (en la cinta del gimnasio), me parece el momento perfecto para reflexionar sobre el contraste entre el mundo de Los peces en el río y el de «Te pusiste en cuatro pa’ comerme todo eso».

Quizá nuestros abuelos y padres se reúnan alrededor de una mesa de Nochebuena, donde lo más atrevido era desafinar en el «Ay, del chiquirritín». Pero las cenas actuales, con hijos adolescentes y sobrinas bailando TikTok, tienen con Maluma y sus homólogos deseo explícito y empoderamiento sexual.

¿Alguna vez se han parado a escuchar las letras de estas canciones? Yo sí, y aun siendo conocedora de Latinoamérica y sus geniales modismos, a veces no doy crédito a lo que llega a mis oídos.

La bichota nos ha regalado diamantes como «tú quieres que te agarre y te lo dé como es» y también rimas miserables: «Baby, yo soy tu vicio, y si quieres que te toque, vente con el prepucio» o «Siempre estoy arriba, tú debajo dando lengua, papi»… Versos que no necesitan demasiada interpretación.

Rosalía no se queda atrás. En Hentai, una balada (sublime) que compuso a la picha de su novio, dice: «Te quiero montar como mi bike» o «enamorada de tu pistola», pero llega el remate con «yo la batí hasta que se montó» y lo que realmente hace que el polvorón (siempre Felipe II) se nos atragante. ¿Y quién se esperaba este nivel de creatividad erótica? ¡Esa canción es poesía!
Bad Bunny, en Safaera, lleva la franqueza a un nivel que descabalgaría a los Reyes Magos, con todo ese oro, incienso y mirra. «Si tu novio no te mama el culo, pa’ eso que no mame», suelta sin titubeos, rompiendo con cualquier rastro de excelsitud navideña.

Pero no nos atengamos a los grandes nombres. Natti Natasha ha dejado su huella con líneas como «quiero que me den duro contra la pared»; o Becky G que, con su Mayores, se suma al turrón con un desparpajo que dice: «A mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca», una frase que transformaría cualquier mazapán en un insulto. ¿Qué dirían nuestros ancestros si pudieran encender la radio esta Nochebuena?

En efecto, ya no escuchamos armonías celestiales sino beats que retumban en los huesos, letras que celebran la carne, movimientos ¿obscenos? en lugar de la contemplación reverente ¿o castradora?

Es el triunfo de los de abajo, de las calles y los barrios donde la música no se escucha, sino que se suda y se grita. Los ritmos insolentes han tomado por asalto incluso los ambientes más refinados recordándonos que no hay fronteras para lo que hace vibrar el corazón y mover las caderas. Lo que antaño era el himno de los escogidos, hoy es festejo sin exclusiones. ¿Y no es eso, al fin y al cabo, lo que debería ser la Navidad? ¡Feliz perreo a todos!

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