“El cuento del unionista”

“El cuento del unionista”
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Distopía o antiutopía es “una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Esta sociedad distópica suele ser introducida mediante una novela, ensayo, cómic, serie televisiva, videojuego o película” (Wikipedia).

Lo que se vive hoy en Cataluña podría haberse considerado distópico – o sea, una pesadilla ficticia- hace 40 años, después de la Transición, cuando los españoles celebraban su mayoría de edad democrática con una alegría y una esperanza que podían compartir con la mayoría de la ciudadanía.  Pero la fantasía de los políticos nacionalistas y sus colaboradores –esa en la que ellos, ungidos de legitimidad, de razón ancestral, divinos casi, someten a los otros y les privan con todo el descaro de sus derechos y libertades- vino siendo cada vez menos distopía y más realidad con el paso del tiempo. En el País Vasco, esa distopía también dejó de serlo convirtiéndose en la pesadilla diaria de muchos ciudadanos que tenían miedo de hablar, de protestar, de plantar cara. Ya no era una distopía porque había bombas en los bajos de los coches y, si alguien corría tras ellos en una calle solitaria (o con gente), no era porque se les había caído la cartera. A veces, muchas, era un tipo con una pistola.

¿Quién se hubiera atrevido a escribir hace 40 años un cuento donde, en Cataluña, a partir del segundo decenio del siglo XXI, unos partidos políticos, cuyas intenciones no eran un secreto para la gente que les votaba, osaban desde la Generalitat suspender las leyes vigentes en un intento de aplastar a más de la mitad de la población? No por qué a nadie se le hubiera ocurrido tal guion -que estaba en más de una cabecita- sino porque para muchos progres era alarmismo de derechas, políticamente incorrectísimo y un billete al ostracismo social, cultural y subvencional.

La derecha y los vendidos al “nacionalismo español”, como los impulsores de la plataforma Ciutadans de Catalunya hace casi 15 años, eran unos pájaros de mal agüero, victimistas, marionetas de intereses ocultos y traidores a Cataluña. Traidores para el mismo PSC, escuchen, a los que si les hubieran contado que al cabo de estos 15 años firmarían la aplicación del 155 en su nación se hubieran tirado de cabeza de la Torre Agbar recién inaugurada.

Me alegro de que, por fin, C’s haya presentado esa moción de censura. Si de verdad quieren proteger a los catalanes, deberían apoyarla todos los partidos constitucionalistas del Parlament. Por desgracia, ya estamos presenciando los quiebros gallinas del PSC. Como siempre, en Madrid pueden decir una cosa y en Cataluña la otra. Esa ha sido una de las razones de nuestra deriva política y social.

Los ciudadanos no tendríamos que estar con el corazón en un puño ante las incógnitas de las reacciones a la sentencia por parte de los más montaraces (que no están en los márgenes, sino en la cúpula). Hemos visto por parte del Govern llamamientos a la desobediencia civil, una descarada votación para echar a la GC de Cataluña y a los Mossos, un cuerpo armado – que ya no merece ser autonómico-roto por las convulsiones internas. Hay que poner sobre la mesa la Ley de Seguridad Nacional y tener preparada la aplicación del 155 si los acontecimientos siguen los mismos derroteros.

Continúa siendo distopía un “Cuento del unionista”, por más que anide letalmente en los magines de los CDR, de muchos conciudadanos (aterrador) y, más aterrador aún, de los mismos individuos que tienen el mando del Gobierno de Cataluña. Pero es un bonito cuento en el que el españolista vencido –no importa si no convencido-  tiene que adoptar para sobrevivir el delirio del vencedor y admirar sin fisuras su espléndida naturaleza identitaria. Incluso parir con alegría a sus “nous catalans”. Es irresistible, créanme.

 

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