¡Claro que la culpa del precio de la luz es de los socialistas!

¡Claro que la culpa del precio de la luz es de los socialistas!

¿Por qué estamos pagando la electricidad al precio más alto de la historia y mucho más cara que en gran parte de los países europeos? Esta es la pregunta del momento y, aunque no hay una respuesta fácil, está fuera de duda que la ideología y que el hecho de que durante tanto tiempo hayan estado los socialistas al frente del Gobierno sin que el Partido Popular corrigiera profundamente sus errores cuando lo reemplazó tiene mucho que ver en lo que nos sucede.  La primera cuestión crítica fue la decisión política de prescindir de la energía nuclear, que es la más limpia y la más barata de todas. Aquí iniciamos el camino equivocado y empezamos a prescindir de ella desde que ETA mató al ingeniero Ryan, que trabajaba en la central de Lemóniz en 1981, y pasó a convertirse en pasto del combate de los ecologistas. Es decir, desde que un gobierno legítimamente democrático se plegó a los deseos de los terroristas, que entonces manejaban pistolas y bombas, y de otros terroristas intelectuales que les hicieron el juego.

Muchos años después, prácticamente ahora mismo, esto ha sucedido en la Alemania de Merkel, donde los ambientalistas tienen gran presencia política e influencia pública en una decisión de la que seguro que ya está arrepentida.  En Francia no. En Francia, el 70% de la producción de la electricidad tiene origen atómico, y así de bien les va. En el Reino Unido está previsto construir varias centrales nucleares y en Suiza se ha decidido en referéndum continuar con la contribución de estas centrales a la producción energética porque han pensado que el bien común está por encima de supercherías ideológicas que suelen costar mucho dinero y castigan a la mayoría de los ciudadanos, sobre todo a aquellos en condiciones económicas más precarias, como está ocurriendo en España.

Otra de las decisiones discutibles que se ha demostrado letal en los tiempos que corren fue prescindir de las centrales de carbón, que son contaminantes pero que proporcionan una energía a precios muy asequibles. Y la prueba de lo que digo es que Alemania, ese espejo en el que nos miramos todos, está apostando fuerte por la combustión del lignito, que ‘fabrica’ electricidad a bajo coste. En España, más allá de a lo que estábamos obligados por los compromisos europeos, lo hemos fiado todo a las energías renovables, que tienen dos problemas evidentes: son intermitentes y volátiles. No siempre hace viento ni tampoco sol. Por fortuna el PP, en la época del ministro Soria, se cargó las primas escandalosas que se pagaban a las empresas eólicas y fotovoltaicas y que llenaron las arcas de los empresarios del momento castigando a los consumidores.

Pero la decisión del Gobierno de Sánchez de acelerar la transición energética de 2050 al año 2030 representa una hipoteca difícil de sortear en un momento en que la demanda de consumo está al alza y el coste del gas, que es el que fija el precio final de la tarifa está por las nubes como consecuencia de cuestiones geopolíticas y de la competencia feroz por esta materia prima. La decisión de acelerar la descarbonización de la economía se ha traducido en una restricción de la compra de derechos de emisión de CO2, que naturalmente suben de precio a consecuencia de la escasez, y todo esto también ha sido una apuesta política para hacer a nuestro país el más ecologista del mundo, sin necesidad alguna, sin preguntarnos, y con las consecuencias punitivas que estamos comprobando.

Todo lo que está sucediendo es un gran problema para Sánchez, para los comunistas que forman parte del Ejecutivo -que han amenazado, en otra demostración más de su delirio, con manifestaciones en la calle- y puede producir monstruos como la intención de crear una empresa pública energética, que sería una regresión en toda regla de la economía de libre mercado y un ataque a la seguridad jurídica redundante y acumulativa de la pésima imagen que ofrece este Gobierno en todo el mundo.

Una muestra de la preocupación que embarga al Gobierno es que, en el ejercicio consustancial de la propaganda que es su santo y seña, ha empezado a culpar del PP de lo que está sucediendo precisamente por aquellas modestas decisiones que adoptó y que están paliando lo que podría estar ocurriendo en su ausencia: la moratoria de las energías renovables y la eliminación de las primas infames que se cobraban, así como el retraso en el cierre de las centrales de carbón, que ojalá estuvieran abiertas en la actualidad.

Solo el hecho de que esté gobernando la izquierda en estos momentos nos priva del incendio callejero y de la quema de conventos a la que asistiríamos si la subida colosal del precio de la luz estuviera teniendo lugar con Rajoy en la Moncloa. Esta es la diferencia entre la izquierda y la derecha, entre los demagogos y activistas de turno, que manejan vilmente el sentimiento de los ciudadanos ignaros y ofendidos, y los que tratan de hacer las cosas un poco mejor, aunque siempre con la falta de determinación y de agallas de les caracteriza.

La vicepresidenta Teresa Ribera para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico escribió un artículo el pasado domingo en ‘El País’, que es un compendio de lo que nos espera en los próximos meses. Ya sabemos que del Reto Demográfico no se ha ocupado nunca porque es abortista; también sabemos que es una de las personas más antipáticas, más sectarias y más inútiles del Gabinete, pero, con la que está cayendo, se atrevió a decir lo siguiente: “Hemos pasado de ser el país del impuesto al sol, líder en litigios de inversores en renovables -algo incierto, pues se han perdido todos los que han sido interpuestos-, el país en el que se prohibía el cierre de centrales contaminantes y antieconómicas a definir un modelo verde y renovable en el que consumidores y trabajadores están en el centro de las decisiones públicas”. ¿Pero esta señora está chalada? Ustedes, que son los que están pagando la luz más cara de toda la historia, dirán si creen que alguien con esta clase de pensamientos disparatados nos puede llevar a buen puerto.

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