Chile también pasa de la izquierda
La historia reciente de Chile, especialmente en el siglo XXI, parece ser la de un pequeño fracaso. Y quizá es algo injusto porque de los grandes números, de esa macro de la que le gusta hablar a Pedro Sánchez (que para eso es doctor en economía, aunque sea plagiare modus), se podrían extraer algunos datos positivos; pero la realidad palpable para los chilenos es la del estancamiento en el desarrollo social, el fracaso en la distribución de la riqueza y la creciente inseguridad ciudadana.
El oficialismo, que durante más de dos décadas agregó dentro de La Concertación a la democracia cristiana y al partido socialista, poco contribuyó a la corrección de las desigualdades de la sociedad chilena y al impulso de una institucionalidad más democrática; y, sin embargo, y es para anotar en su debe, cayó en el vicio de la corrupción y en el interesado apoyo a los movimientos ultras que terminaron por arruinar el gobierno de centro-derecha del malogrado Sebastián Piñera. Dentro de esa desacertada trayectoria, los penúltimos errores, que pueden llevar a ese oficialismo a su definitiva irrelevancia, son la identificación con los candidatos radicales de izquierda, ayer con el populista Boric, hoy con la comunista Jara.
Estos candidatos radicales no van a conseguir destruir el país, porque Chile, aunque tiene problemas de gestión, de burocracia o de eficiencia fiscal, también es un Estado sólido con instituciones fuertes y una envidiable robustez estructural y financiera; pero tampoco contribuyen a mejorarlo, porque se empeñan en pensar que el país está descomponiéndose y pretenden darle la vuelta como un calcetín, algo que no es ni posible ni necesario. Por eso el gobierno de Gabriel Boric ha sido perfectamente prescindible y ha supuesto que estos últimos cuatro años hayan sido una auténtica pérdida de tiempo. Era casi metafísicamente imposible que hicieran algo positivo, primero porque se equivocaron en el diagnóstico y después porque no tenían ni el conocimiento ni la experiencia. Por eso, cuando se dieron cuenta que el problema iba de seguridad, de crecimiento y de desigualdad ya era tarde, y ni pudieron ni supieron abordarlo.
¿Y ahora qué va a pasar? Pues que el centro y la izquierda moderada siguen empeñados en suicidarse y optan por irse todavía más a la izquierda presentando a una candidata comunista. Sí sí… está bien, puede que no sea la peor comunista, pero es comunista; y lo que la dialéctica marxista, como guía de la acción revolucionaria, implica desde los puntos de vista político, social y económico siempre hace sufrir a la democracia liberal en el ámbito de sus principios y valores, de los derechos y libertades individuales, y del desarrollo y la prosperidad de los ciudadanos. Los que la van a votar desde sus habituales posiciones socialdemócratas a lo más que pueden aspirar es a que, si finalmente gana la presidencia, no sea muy radical y no la fastidie mucho, es decir que, como ha pasado con Boric, vuelva a ser perfectamente prescindible. Algunos de ellos lamentan, un poco cínicamente, que la conservadora Evelyn Matthei no haya quedado segunda y no pase por tanto al balotaje en vez del líder de la extrema derecha; si la democracia cristiana y los partidos de centro izquierda querían un candidato con ese perfil que lo hubieran presentado en vez de pedir el voto para la militante comunista Jeannette Jara.
El otro candidato que sigue vivo y que disputará la presidencia el próximo 14 de diciembre es el derechista José Antonio Kast. Fue el rival de Boric en 2021 y el errático gobierno de éste le ha fortalecido, evidenciándose en Chile, como ha ocurrido en EEUU y en tantos países, que la derechización es un movimiento reflejo de autodefensa frente a un progresismo radical y sectario que cercena libertades y empobrece moral y económicamente.
En cualquier caso, Kast es otra víctima más del habitual mantra de ¡qué viene la ultraderecha! que tan bien conocemos y sufrimos en España. Su aparente radicalidad está más en su cercanía personal con Trump, Milei o Vox que en el contenido de sus programas políticos o en la amenaza de sus promesas, que destilan sensatez y sentido común, y que en un análisis objetivo y sincero no asustan a nadie. Su posible victoria será, como comentamos, una más de las que han protagonizado las opciones más conservadoras en muchos países occidentales después de sufrir el fiasco de la izquierda progresista y populista.
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