Chile del alma mía

Ignacio Centenera

La dictadura militar de Chile fue, como se les supone a todas las dictaduras, injusta y, además y sobre todo en su inicio, criminalmente represiva.  Pero tuvo consecuencias positivas: en primer lugar, terminó con un régimen nominalmente democrático que había dejado de serlo al ser sojuzgado por el comunismo cubano. (En noviembre de 1971 Fidel Castro voló a Santiago con varios de sus ministros y, en un viaje que debía durar una semana, pero que se extendió casi un mes, recorrió todo el país organizando la ruta chilena al socialismo marxista). En segundo lugar, importó un modelo económico liberal que hizo evolucionar económica y socialmente al país, y dio una estabilidad institucional que permitió que Chile, una vez hecha la transición, se incorporara con plena legitimidad a los foros internacionales de los países democráticos. Hasta se elaboró en 1980 una constitución que hasta ahora los sucesivos gobiernos no habían encontrado la necesidad de mejorar en sus aspectos esenciales.

En 1988 el régimen convocó un plebiscito con todas las garantías en el que ganó, por margen no muy amplio, el cambio por el que apostaba casi todo el arco político desde el centroderecha cristiano-demócrata. En ese momento muchos chilenos, incluso de las clases más humildes, votaron por continuar con un régimen que les privaba de parte de sus fundamentales derechos políticos, pero les garantizaba un país ordenado, les permitía avanzar económicamente e impedía la vuelta a un comunismo que habían vislumbrado con horror 15 años antes. En fin, que Pinochet impuso una dictadura más popular que populista que hizo prosperar el país y que abrió un camino expedito a la democracia. ¿Les suena el modelo?

Más de 30 años después se ha llegado a una situación de inseguridad, de parón económico y de incremento de las diferencias sociales que pone a Chile en un estado pre-revolucionario. Y resulta que lo que ha deteriorado las instituciones y la convivencia, hasta el punto de elegir dar un salto al vacío en las manos de un joven activista bastante gandul, ha sido el régimen democrático, pilotado principalmente por un socialismo de etiqueta que ha preferido implosionar los gobiernos de un melifluo Piñera, y que le sorpasara el populismo comunista, antes que dar continuidad a una democracia estable. Lo que no consiguió la represión militar lo han conseguido los políticos buenistas y el corrupto socialismo champagne con sede en la ONU.

Da miedo ver cómo los progres del mundo aplauden la victoria de un Boric con su antiguo look de cuico, haciendo una vez más de Kerensky latinos y abriendo la puerta a un chavismo montonero a la chilena que puede terminar hundiendo un país que ha sido modelo de gestión institucional y económica. Es para escamarse, ya que los aplausos vienen desde La Habana, Moscú, Pekín y hasta desde Roma. ¡Se ve que cada uno se junta con quien quiere!

Y por supuesto desde el socialismo patrio el más sonoro aplauso lo protagoniza Rodríguez Zapatero. ¡Dónde irá el buey que no are! Este ya sabe lo que es iniciar procesos de implosión en países democráticamente estables. Y no hablo solo de Venezuela.

A propósito, nunca le pasamos cuenta a Rodríguez Zapatero de los desbordamientos del Ebro. Ya no nos acordamos, pero el Plan Hidrológico de 2001, que se cargaron él y su partido, incluía canalizaciones y embalses que aseguraban un espectacular incremento de regadíos en Aragón (donde se extendía el riego hasta la cota 400) y el control, con estructuras y tecnología apropiada, de una cuenca que recibe el agua de las principales cordilleras de las zonas húmedas de España. Igual que se pierden anualmente miles de hectómetros cúbicos de agua, se perdió una ocasión única de ayudar a resolver problemas históricos que afectan a diferentes regiones y comunidades.

En su desempeño no debe considerarse menor esa tremenda traición, aunque haya quedado eclipsada por la desacertada gestión de la crisis económica, el desmantelamiento de la tradicional política diplomática española (mirando estratégica y estrambóticamente al oriente islámico y al comunismo bolivariano), la gestión del nacionalismo catalán o el comienzo del revisionismo de la transición.

Mingote sintetizó en una inspirada viñeta, jugando con la semántica de su apellido, la incapacidad del entonces presidente del Gobierno. Dos de los sesudos personajes del genial dibujante escrutaban la situación del país:

– ¿Qué harías tú si fueras Zapatero? – preguntaba uno de ellos.

Y muy convencido contestaba el interrogado:

– ¡Zapatos!

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