Opinión

Los catalanes quieren votar con los pies

Recuerdo con cariño y agradecimiento las magníficas clases que, en el último curso de la Licenciatura en Economía, todos los miércoles y jueves, de siete y media a nueve y media de la noche, nos impartía el catedrático de Hacienda Pública de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) don José Ramón Álvarez-Rendueles, gijonés de pro y gran economista. Entre otras responsabilidades, el profesor Álvarez-Rendueles había sido gobernador del Banco de España, momento en el que acometió un profundo saneamiento de nuestro sistema financiero, y cuando nos impartía aquellas clases de Hacienda Pública Avanzada era entonces presidente del Banco Zaragozano. Llegaba siempre puntual, acompañado del escolta que tenía que llevar, por motivos de seguridad -estamos hablando de la segunda mitad de los años noventa, con ETA en pleno funcionamiento: un año antes había asesinado allí mismo, en Cantoblanco, a Francisco Tomás y Valiente- y exprimía las clases profundamente, para dedicarnos todo lo que podía de su valioso tiempo, hasta el punto de darnos alguna clase de repaso algún sábado por la mañana.

Perfectamente vestido, sobrio y elegante, el profesor Álvarez-Rendueles nos impartía la última de las asignaturas del área de Hacienda Pública en la carrera de Económicas. Entre el temario de la asignatura se encontraba el importante tema de la Teoría de la Elección Pública, donde se analizaba, entre otras cuestiones, la producción y provisión de bienes públicos, las posibilidades de externalización, la ilusión fiscal y la teoría del federalismo fiscal, impulsada por las propuestas de los economistas y profesores Tiebout, Musgrave y Oates, integrantes de esa primera generación de dicha teoría.

Pues bien, nuestro entonces profesor y actual presidente de Sanitas nos explicaba cómo Tiebout formuló una teoría según la cual los ciudadanos podían manifestar sus preferencias sobre ingresos y gastos públicos, trasladándose desde los lugares en los que viven a otros en los que las políticas públicas se aproximan más a sus preferencias. Es decir, eligen moviéndose, de manera que si se da una situación de perfecta movilidad y competencia fiscal, los ciudadanos terminarán votando con los pies, al irse a la ciudad o región que más les convenga. Es decir, premiarán la eficiencia de los gestores públicos trasladándose a las localidades que mejor gestionan.

Tras lo visto en el arranque de esta campaña electoral catalana, donde los hosteleros catalanes gritaban a pleno pulmón que Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, se fuese allí, a gestionar en Cataluña, dado el horror y quebranto que la administración regional catalana está causándoles por sus restricciones extremas. No es que Madrid no tenga restricciones, posiblemente, más de las que debería tener y de las que le gustarían a la presidenta de la Comunidad, en difícil equilibrio para no perjudicar mucho al sector pero sin darle la posibilidad al Gobierno de la nación de que imponga medidas más duras, visto cómo suele atacar el Ejecutivo de Sánchez a la región madrileña. Ahora bien, comparado con Cataluña y con casi todo el resto de España, Madrid sigue siendo el lugar de mayor libertad económica, aun en estos tiempos de prohibiciones.

Ese grito de los hosteleros catalanes, que quisieran tener allí a Ayuso y sus políticas, no es más que la continuación de lo que ya han hecho muchos catalanes desde hace casi dos décadas: dejar Cataluña e ir a Madrid. Es decir, votar con los pies. Es cierto que los hosteleros tienen allí sus negocios y que la movilidad no es perfecta, pero si siguen sufriendo este ataque a su libertad y a su modo de vida, puede que lleguen a trasladarse a Madrid buscando un lugar mejor donde vivir y ganarse la vida.

Esperanza Aguirre, como presidenta, e Ignacio González -primero como vicepresidente y luego como presidente-, hicieron de Madrid un oasis de libertad en medio de tanta burocracia, imposición confiscatoria y obstáculos a la economía como hay en España. Aguirre y su equipo impulsaron la libertad de horarios de apertura, bajaron todos los impuestos y en algunos de ellos aplicaron exenciones del 99% ó del 100%, y racionalizaron el gasto público mediante eficientes fórmulas de colaboración público-privada. Todo ello, fue respetado por sus sucesores -incluso por el Gobierno regional que hubo entre 2015 y 2019, que no se caracterizó, precisamente, por defender el legado anterior, pero que en materia económica, aunque sólo fuese por interés, y salvo por el exponencial y peligroso incremento de gasto estructural que ejecutó dicho Gobierno en contraposición a la era de Aguirre, mantuvo el grueso de la herencia recibida- y Ayuso ahora profundiza con una gestión menos restrictiva que en el resto de España.

Pese a que lo deseable sería que Madrid levantase todas las restricciones, en comparación con lo que sucede en otros lugares, muchos españoles anhelan gozar de la forma de gestión de Madrid. Por eso, los hosteleros catalanes reclaman allí a la presidenta madrileña. Por eso, en estas elecciones, lo que de verdad les gustaría a muchos catalanes es poder votar con los pies e irse a vivir y trabajar a Madrid. Al paso que van las cosas en Cataluña, entre el independentismo, el fanatismo de izquierdas y la poca protección que hay a la propiedad privada, puede que terminen haciéndolo. Puede que no les hagan ningún caso con su voto electoral, pero lo que no podrán impedir es que voten con los pies, señalando la ineficiencia que ha imperado en Cataluña durante más de cuatro décadas