Biden echa al jefe de la CIA por orden de Kim Jong-un
¿Se imaginan la que se liaría si el título de esta columna fuera la vida misma, si acaparase las portadas, los telediarios y los boletines radiofónicos de todo el mundo, si no fuera una broma macabra? El tan cacareado y pronosticado ocaso de la potencia más grande y benéfica de todos los tiempos sería una realidad, dando paso ipso facto a una etapa de oscuridad caracterizada por el comunismo 4.0 en Iberoamérica, el populismo en Occidente y el sorpasso de China a los Estados Unidos con Adolf Putin de diabólico compañero de viaje. Queda más allá de toda duda razonable el consiguiente impeachment y destitución del por otra parte ya demenciado boss del mundo libre. Biden duraría en la Casa Blanca menos que un caramelo de esos que quiere prohibir Garzón a la puerta de un colegio. ¡Ah! Y el segundo presidente católico en 250 años de historia de los Estados Unidos acabaría en la trena condenado por un delito de traición. Que allí no se andan con tonterías con los que quieren cargarse el sistema de convivencia democrática más perfeccionado que yo conozco.
En la vida hay situaciones que por su propia naturaleza son física y metafísicamente inconcebibles por razones de elemental sentido común, moralidad o salubridad mental. Una de ellas sería ésta: que el líder supremo de esa dictadura norcoreana que mata deliberadamente de hambre a su pueblo, asesina a sus opositores metiéndoles en jaurías de 100 perros y prueba misiles intercontinentales para barrer la costa de California tuviera cogido por los pelendengues al presidente de la primera superpotencia del planeta. Que Biden se convirtiera en un títere en manos del tirano nivel dios que es Kim Jong-un, que este Stalin bajito y gordinflón fuera el que en el fondo dirige los 50 estados de la Unión.
Lo normal, lo ético, lo moral y, obviamente, lo legal es que un dirigente democrático persiga, espíe y luche contra los malos del mundo mundial
Como igualmente se antoja dadaísta la posibilidad de que Putin o Xi Jinping le indicaran a Biden o a su antecesor y casi seguro sucesor, Donald Trump, a quién tiene que situar al frente de la comunidad de inteligencia más potente del planeta conformada por la CIA, la más silenciosa pero mucho más poderosa NSA y el mismísimo FBI. O como si cualquiera de estos sátrapas le ordenasen guillotinar al jefe de la primera, la segunda o la tercera institución porque les viene en gana o porque satisface sus bastardos intereses. Lo normal, lo ético, lo moral y, obviamente, lo legal es que un dirigente democrático persiga, espíe y luche contra los malos del mundo mundial y que jamás se deje influenciar por este tipo de chusma. Así han sido las cosas desde que el ahora demonizado cristianismo estableció claramente las diferencias entre el bien y el mal.
Pedro Sánchez es mucho peor moral, ética y legalmente de lo que jamás pudimos imaginar, incluso después de que pactase con esa ETA que ha asesinado a 12 compañeros suyos, además de a 844 compatriotas, y con esos secesionistas catalanes que acababan de perpetrar un golpe de Estado cuando él llegó al poder con sus votos. Pero Pedro Sánchez es mucho Pedro Sánchez en lo que al mal se refiere. Hoy es más malo que ayer pero menos que mañana. No sólo indultó a los émulos catalanes de Antonio Tejero sino que ahora está a sus órdenes. No es el listo que los periodistas de cámara o los vendemotos como Redondete nos presentan sino un tonto muy malo, un mediopensionista intelectual que suple sus carencias echando mano del mal en todas sus representaciones y categorías. Triunfar en la vida por el camino correcto es tan complicado como infinitamente más sencillo hacerlo tirando de ese atajo que es siempre el mal.
El que seguramente constituye el episodio más vil de sus cuatro años de infausta Presidencia no comenzó, como nos quiere hacer ver la mayoritaria opinión publicada de izquierdas, con el espionaje con Pegasus a los capos golpistas catalanes. Es más, como llevo tres semanas repitiendo hasta la saciedad, el CNI hizo lo que tiene que hacer cualquier comunidad de inteligencia en un país serio: tener controlados de lunes a domingo, 12 meses al año, a los enemigos del Estado. Sean rebeldes, sediciosos, mafiosos, criminales, narcos o terroristas islamistas. Para eso están, para parar los pies a quienes quieren cargarse el orden constitucional. El nombre del clon alemán del CNI lo dice todo: Oficina para la Protección de la Constitución (BfV). Allí, por ejemplo, han tenido monitorizados mañana, tarde y noche a los ultras de Alternativa para Alemania y nadie lo ha puesto en tela de juicio, entre otras cosas, porque sus filas se hallan infestadas de neonazis.
El CNI hizo lo que tiene que hacer cualquier comunidad de inteligencia en un país serio: tener controlados a los enemigos del Estado
En lugar de salir a la palestra y pronunciar un valiente y digno “yo lo ordené” similar al “yo disparé” de Margaret Thatcher, ese enfermo del bulo que es Pedro Sánchez optó por echar mano de la enésima cortina de humo. “A mí también me han espiado con Pegasus”, vino a decir por Félix Bolaños interpuesto, su esclavo moral. Lo cual no era una patraña total sino una de esas verdades a medias que suelen ser las peores de las mentiras. Porque tan cierta era la denuncia como descontextualizada estaba. Lo que hizo, en resumidas cuentas, fue aplicar a machamartillo las enseñanzas del propagandista nazi Joseph Goebbels: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
Le espiaron, claro que le espiaron los temibles servicios secretos marroquíes, pero los pinchazos a él, a Margarita Robles, al indeseable de Marlaska, a González Laya et altri se descubrieron hace un año, tal y como demuestra ese informe enviado en “julio de 2021” por el CNI al Gobierno y de inequívoco título: “Detección de software Pegasus en Iphone [el modelo que emplean el presidente y sus ministros]”. Una prueba irrefutable descubierta por nuestro brillante jefe de Investigación, Alfonso Egea.
De esta excusa, la de los ataques con Pegasus, se sirvió el presidente del Gobierno para guillotinar el martes a la directora del CNI Paz Esteban. De mentira en mentira y tiro porque me toca. Porque saberlo lo sabía hace 10 meses, entre otras razones, porque su móvil se ausculta semanalmente. Lo que sucedió en realidad es que los delincuentes golpistas exigieron la cabeza de la jefa de La Casa por haber osado invadir sus móviles, por haber hecho su trabajo, por defender la legalidad y la Constitución, y Pedro Sánchez se la entregó obedientemente para continuar volando en Falcon, durmiendo en Palacio rodeado de edecanes y veraneando en esa Residencia Real —sic— que es la lanzaroteña Mareta, diseñada ni más ni menos que por César Manrique.
Los golpistas exigieron la cabeza de Paz Esteban y Sánchez se la entregó para continuar volando en Falcon y durmiendo en Palacio
Sacrificar a una funcionaria proba, ejemplar, de currículum brillante, con 40 años a sus espaldas en La Casa sin una sola tacha, es la madre de todas las indecencias. Pero consumar esta fechoría por exigencia de quienes perpetraron un golpe de Estado constituye una inmoralidad al cuadrado, si no al cubo. Pedro Sánchez ha destrozado para mucho tiempo un CNI del que nadie en Occidente se fiará, bien porque su jefe cuenta urbi et orbi los fallos de seguridad, bien porque ahora está dirigido no por la prestigiada y prestigiosa Esperanza Casteleiro sino por el terrorista Otegi y el sedicioso Junqueras, bien por las dos razones a la vez. Por suerte, el CNI es el Estado, no el Gobierno, pero ahora a ver quién es el valiente o la valiente que se atreve a espiar a los tejeritos catalanes. Hacerlo es un más que seguro pasaporte a la destitución.
Esto es como si Sir Winston Churchill hubiera cedido ante Hitler cortándole la cabeza a los barandas del Mi6 porque tenían penetrados cual termitas las SS y el círculo más íntimo del führer. Pedro Sánchez es el iletrado Pétain de nuestro tiempo tras haberse convertido en un patético esclavo de ese imperio del mal que conjugan Otegi, Junqueras e Iglesias. Ha tenido la oportunidad de pasar a la historia como un Churchill posmoderno que hace frente al golpismo y el terrorismo pero ha preferido terminar en el guano como vulgar émulo de los patéticos Chamberlain y Daladier. Eso sí: con una política de tierra quemada que ha arrasado nuestra arquitectura institucional y ha convertido a esa gran institución que es el CNI en un bulto sospechoso entre los servicios de inteligencia occidentales. Cuando los ciudadanos le larguemos, que lo largaremos, se cumplirá la máxima de Alfonso Guerra: “A España no la va a reconocer ni la madre que la parió”.
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