Avanza (o sea el PSOE) llama a la guerra

Hace tiempo que Sánchez y sus sicarios desenterraron el hacha de guerra, el lenguaje y el argot que utilizaron sus predecesores, casi desde el mismo momento de su fundación. No guardaban ni siquiera las formas, pero se ocupaban de que sus ataques dialécticos contra sus rivales no llegaran a mayores desatinos. Pero ese tiempo ya pasó. El Parlamento es ahora lugar donde, semana a semana, aparecen el presidente y sus cuates manejando un léxico que avergonzaría a un estibador. Eso, por una parte, pero encima, como este sujeto que aún nos gobierna se piensa un intelectual, utiliza una fundación con alas de fantasma de barbería, para vomitar las mayores y más comprometidas atrocidades con una irrebatible retórica bélica.
Avanza, que así se llama la fundación socialista que naturalmente preside Sánchez, se caracteriza por no haber parido nunca una sola idea aceptable desde que —pongámonos generosos— el Ejército desfilaba con lanzas. Nada. Pero «Avanza» no se corta y, obedeciendo instrucciones directas y precisas de su preboste Sánchez, ha redactado un artículo o documento (qué sé yo cómo llamar al engendro) en el que tras algunas especulaciones aldeanas aborda la siguiente conclusión textual: «Llegados a los extremos de tensionamiento (vocablo de su invención) brutal y distorsión que las derechas (denominación de los años 30 del XX) están aplicando a la contienda política en España, es conveniente comenzar llamar a las cosas por su nombre y, quizás, pasar a la ofensiva». Subrayen ofensiva y disculpen la redacción literal.
Este último término, ofensiva, no se les caía de la boca a los socialistas de principios del siglo anterior y, sobre todo, de los tiempos de la preguerra civil que se inició en 1936. El factor principal del lenguaje agresivo y amenazador fue Pablo Iglesias, al que los más babosos militantes del partido llamaron pronto, y siguen llamando ahora: El Padrecito, como si se tratara de una persona entrañable que pastorea una grey lanar agradecida. El texto que hemos reproducido líneas arriba podría haber sido emitido públicamente por el citado precursor, porque la palabra «ofensiva» figura en todas las publicaciones del PSOE anteriores a nuestro deleznable conflicto civil. Largo Caballero y sus escoltas de la UGT usaban habitualmente ese vocabulario para advertir al enemigo que le iban a zurrar la badana. Eran malos imitadores de su líder que, en alguna ocasión muy conocida, petrificó a los asistentes con este aviso premonitorio dicho en el Congreso de los Diputados: «Antes de permitir el regreso a la Presidencia de Antonio Maura (1910) estamos dispuestos a llegar al atentado personal». Es decir: al mismo instrumento letal que durante años usaron los ahora socios de Sánchez: los etarras de los 857 asesinatos.
Iglesias se guardó de atentar contra Maura, se quedó con las ganas de hacerlo según confesión propia, pero como se pueden invocar las malas casualidades, resultó que unos días después de la amenaza de Iglesias, unos canales estuvieron a punto de terminar con la vida de don Antonio. La Historia contemporánea no nos cuenta que Pablo Iglesias pidiera no ya perdón, por lo menos disculpas, al agraviado. ¿Saben por qué? Pues porque no lo hizo. Como solía decir el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo: «Los socialistas nunca reconocen un error, prefieren volcarlo sobre los demás». Qué diría ahora este hombre contemplando cómo Sánchez y su cuadrilla han decidido que del apagón tiene la culpa directamente el PP, y que el caos ferroviario hay que imputárselo a un sabotaje para el que —eso además— no han sido capaces de encontrar una sola prueba. Y ya ha pasado un tiempecito.
«Avanza» no ha hecho otra cosa que publicar el pensamiento que atesora la mayor parte de los dirigentes del PSOE y muchos, muchísimos, de sus militantes. Podemos afirmar que el libelillo de la fundación ha sufrido un «lapsus freudiano» y ha volcado, negro sobre blanco, este anticipo de una «ofensiva» general que naturalmente no han especificado en sus detalles. No porque aún no los tengan determinados, sino porque no quieren dar pistas a los rivales, no vaya a ser que estos tomen nota y se protejan lo suficiente. El término «ofensiva» ni es apresurado, ni baladí; al revés, está perfectamente estructurado. Téngase en cuenta que cuando la ralea de Sánchez se expresa de esta forma trata de amedrentar al que tiene enfrente, avisarle de que «¡ojo! estamos al acecho, sabemos cómo os llamais y a qué colegio van vuestros hijos». La «ofensiva» encierra la voluntad de utilizar todos los medios, menos, ahora, la violencia directa. Sus abuelos quemaron iglesias y asesinaron a gogó, pero ellos se conforman con que ardan todas las instituciones del Estado hasta con bicho dentro.
Únicamente tienen una forma de disfrazar su descomunal corrupción: ingeniarse una defensa tobillera que incluya investigaciones personales, acusaciones de torticeras y acosos brutales. Pocos han reparado en la gravedad del hecho descubierto en el Senado de la Nación: el «hackeo» de una treintena de ordenadores sobre cuyo contenido ahora el gentío se limita a silbar. Prácticas como estas se pueden guardar en la carpeta de «Ofensiva» que tiene Sánchez sobre su mesa. Esas y otras lindezas se le pueden ocurrir en cualquier tarde en la que no tenga nada que hacer. Ha mandado a «Avanza» a llamar a la guerra así, sin ambages, ni cetmes, pero a la guerra. Me dice un antiguo empleado del Parlamento: «Daríais dinero por conocer las conversaciones privadas que tienen entre ellos». Respondo: «Nada bueno, ¿verdad?». Mi amigo se encoge de hombros.
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