Año nuevo, subidas nuevas
Todo sube, que diría un castizo. Incluso la edad de jubilación que en 2018 se fija en 65 años y 6 meses. Al subir todo también lo hace el optimismo económico, aunque éste a menudo va por barrios. No todos los españoles se muestran igual de optimistas que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que estos días, en sus discursos triunfalistas, recuerda al Moisés más en forma creyendo que llegaba a la Tierra Prometida. La realidad es que solo el 19% de los españoles confía en la mejoría económica en lo tocante a los números de cada cual y de las familias y, por tanto, el pesimismo cunde entre el respetable. Mucha gente cree que las cosas irán a peor —a esos se les llama, o nos llaman, escépticos o pesimistas— y bastante gente opina que todo seguirá más o menos igual que hasta ahora.
Es curioso comprobar que los mayores, a partir de los 66 años, son los más negativos respecto a la mejora de la economía y que, por el contrario, los jóvenes entre 16 y 25 años irradian algo más de optimismo. Como sucede con los trabajadores a tiempo completo que ven la botella medio llena y, en cambio, quienes tienen contrato a tiempo parcial, lo mismo que los jubilados y los parados, la ven medio vacía. El colmo es constatar cómo quienes están en la franja de las rentas altas son más pesimistas que quienes se encuentran en la zona de rentas bajas. He hecho este más o menos largo preámbulo para admitir, efectivamente, que una cosa son las previsiones y los datos económicos, los indicadores que a nivel macroeconómico se manejan y los pronósticos de prestigiosas instituciones y entidades, y otra distinta, con frecuencia radicalmente discrepante, es la realidad económica que se percibe a pie de calle, entre la gente y por parte del pueblo, ese vulgo profano que en definitiva somos todos nosotros a ojos de nuestra clase política y que solo valemos el puntual voto cuando necesitan acceder a las zonas nobles del poder político.
Al aterrizar en nuestras vidas este 2018, es el momento de situarnos económicamente y preguntarnos cómo acabó la economía mundial en 2017. Es innegable que se despidió con un buen sabor de boca, dejando tras su paso una aceleración de la actividad global y con prácticamente todas las economías emulando a un buen equipo de natación sincronizada porque si una característica sobresale en 2017 es la de que el crecimiento económico ha sido sincronizado entre las economías avanzadas y las economías emergentes, algo difícil de darse en los últimos años. Lo habitual ha sido, y es, que cuando las economías avanzadas han marcado el paso y han ido viento en popa igual las economías emergentes estaban tensionadas o al albur de sus periódicos desequilibrios financieros.
Cuando los países emergentes empujan con fuerza, la atonía y el desánimo invaden a los entonces alicaídos países avanzados. 2017, por suerte, ha sido el año de la sincronización económica y sumando, en tono creciente. Por decirlo en plan cachondo: se ha dado una especia de conjunción y alineación astral que ha influido sobre la buena trayectoria de la economía. Con todo, no nos engañemos. Dos circunstancias han sido claves para que se diera ese crecimiento sincronizado: las condiciones financieras favorables, fruto de unas políticas monetarias ultraexpansivas y muy generosas, que se extienden por distintos territorios del mapamundi y rompen con guiones convencionales, y el aumento suave y nada abrupto de los precios de las materias primas, con un precio del crudo todavía en zona de tranquilidad.