50 rejoncillos de Grey
A los toros se los rejonea para quebrarlos, restarle fuerza y someterlos. Christian Grey doma con sus encantos y sin rejones, a una Anastasia que le llega mansa y sumisa de los corrales. Nada que ver con nuestro aprendiz de amo: cutre, zafio, aparentemente arrepentido, pero descontrolado; que acudía a terapia cada vez que cualquier Anastasia publicaba un tuit contando que le había tocado el culo… «no pudiendo concretar si fue por encima o por debajo de la ropa».
«Te voy a imponer tres reglas»; le dijo en el coche, que no era una limusina desplazándose por las avenidas de Seattle, sino un Uber por la calle de Alcalá: «La primera, que no se alejase de él esa noche; la segunda, que, si lo hacía, no fuese a más de 20 metros; y la tercera, que le diera un beso esa noche». Y en vez de plantarle tres hostias de vuelta, como habría hecho cualquier chica que, cuando besa, es que besa de verdad; nuestra panoli Anastasia se quedó pasmada, escuchando las pretensiones de su amo de pacotilla.
«La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación – apertura», dijo Rejoncillo a Anastasia cuando subían en el ascensor, mientras ella sentía que sus mejillas se teñían de rojo, como la cubierta del Manifiesto comunista, y la diosa que lleva dentro menea las caderas y baila una samba para celebrar la victoria. Es tan irresistible, tan macho alfa, pensó ella, antes de que él, de improviso, le metiera la lengua hasta las amígdalas de forma violenta, incumpliendo su tercera regla y provocando unas lógicas arcadas que apenas pudo refrenar.
Yo no hago el amor. Yo follo… duro, le dijo a la vez que se sacaba el miembro viril mientras le lamía los pechos. Pero a Anastasia en ese preciso instante no le apetecía mambo, sino seguir cantando y bailando una canción de Los Secretos. «Déjame, ya no tiene sentido, mejor que sigas tu camino, que yo el mío seguiré… por eso ahora déjame», gritaba Anastasia, pensando que Rejoncillo captaría la indirecta. Pero, de ninguna manera, contumaz y obstinado, él la saca a la fuerza de la fiesta, con la excusa de que tiene otro Uber esperando en la puerta desde hace ya cinco minutos y el sueldo de diputado no da para tanto dispendio. Cosa que Anastasia no se creyó, porque es bien sabido que los políticos pasan como dietas hasta los tickets del Mercadona, pero disimuló con curiosidad por conocer con qué gusto y estilo estaría decorada su vivienda.
Una vez en el interior de su domicilio, Anastasia recuerda que si hay algo que odio es no llevar las bragas limpias, además de que, por mucho que busca, no encuentra el cuarto de juegos que él le había prometido, por lo que, sin más miramientos, le espetó: «Sólo sí es sí. Parece mentira que me esté pasando esto contigo». A lo que Rejoncillo, compungido, respondió: «Estoy muy jodido, Anastasia. Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más».
La historia de Íñigo Errejón y la actriz Elisa Mouliaá no es menos ridícula que la novela Cincuenta sombras de Grey, que tanto éxito ha supuesto para su autora, E. L. James. Podríamos reírnos si Errejón no fuera uno de los máximos responsables de que en España estemos sufriendo una Ley del sólo sí es sí que, además de acortar las penas de miles de violadores y pederastas, sacando de prisión a cientos de ellos, ha acabado con la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. Es más que justo que ahora Errejón se pudra en la cárcel para que, desde allí, llorando, suplique que se derogue toda la legislación aprobada por la Grey podemita.
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