Una televisión bajo sospecha

Una televisión bajo sospecha

La Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo seguirá teniendo vigilada a TV3, a raíz de las denuncias de falta de pluralidad presentadas por los ciudadanos Cristian Escribano y Sergio Santamaría. Mientras el primero tildaba a la televisión autonómica catalana “de instrumento en favor del separatismo”, el segundo reprobaba que “el contenido y la línea editorial de la CCRTV sólo tienen por objetivo la defensa del camino a la independencia”. Tras la ronda de alegaciones, el presidente de la comisión PETI, el eslovaco Pál Csaky, concluyó que inquirirá sobre la cuestión a las autoridades españolas y catalanas y remitirá información a la Comisión Europea para que pueda formarse una opinión al respecto. La cuestión, en cualquier caso, será abordada por el Parlamento que emane de las urnas el próximo mes de mayo. Por otro lado, mi propuesta de que el Comité de Cultura se pronunciara también teniendo en cuenta que la Directiva de Servicios de Comunicación Audiovisual aprobada hace poco en el Parlamento insiste en la exigencia de pluralidad y de libertad de expresión fue aceptada por el presidente. Ya no vale la excusa de que es un tema de cada país: ahora ya es europeo. 

Los eurodiputados nacionalistas –e incluyo en esta categoría a Marina Albiol -EUPV– blandieron una vez más el argumento de la audiencia, ciertamente apreciable. No obstante, y como viene siendo costumbre, obviaron precisar que el liderazgo de TV3 es indisociable del culto a la nación y la adulación del público nacionalista. No es aventurado afirmar, en suma que la cadena que dirige el ínclito separatista Vicent Sanchís ha hallado en el conflicto catalán, o, por mejor decir, entre catalanes, el perfecto sustituto del Partido del Sábado, el Gol a Gol y la Champions League. Con la ventaja de que el procesismo, a diferencia de la Liga de Fútbol Profesional, no cobra derechos de emisión. 

Por su parte, el Consell de l’Audiovisual de Catalunya, el CAC, suele alegar, en defensa de la pluralidad de TV3, y en particular de sus servicios informativos, mediciones del tiempo dedicado a los partidos políticos. Así, por ejemplo, en el de mayo-agosto de este año, la formación que encabezaba el ranking era el PP-PPC, con el 12%, seguido del PDeCat (7%) y JxC (4,1%), lo que demostraría, según dicho órgano, que la primacía nacionalista no se corresponde con la realidad. El porcentaje del PP, similar al de otros medios, se explica por el caudal de noticias –en absoluto positivas en el caso de TV3–, que generó la sucesión de Mariano Rajoy. Con todo, la endeblez metodológica de esta clase de cómputos radica en el hecho de que no tienen en cuenta aquellos espacios que, bajo la etiqueta de magazines, albergan comentarios editoriales (siempre tendenciosos) y tertulias políticas donde la mayoría de los participantes profesan el nacionalismo –tal es el caso del programa ‘Tot es mou’–.

Más allá de las habituales evasivas, el goteo de ejemplos de manipulación es incesante. El último que comenté en estas mismas páginas se produjo en un documental de la casa que llevaba por título ‘Estudiar bajo sospecha’, y que estaba centrado en la incidencia del 1-O en la comunidad educativa a partir del caso del Instituto Palacio de San Andrés de la Barca. Lean la entradilla de la pieza: «Las escuelas se convirtieron el 1 de octubre del año pasado, como en cada proceso electoral, en centros de votación». «Como en cada proceso electoral», en efecto, situando en el mismo plano las convocatorias legales y las ilegales.

Lo importante, empero, no es que TV3 se descuelgue frecuentemente con alguna que otra obscenidad partidista, sino que ha hecho del partidismo un método. Porque TV3 no se entiende sin la filosofía que animó su creación, es decir, sin el intento de normalizar un discurso contrario a España, y en el que más del 50% de la población de Cataluña aparece caracterizada como ajena a la verdadera nación o directamente anticatalana. Así que, la decisión final del Comité de Peticiones  es una victoria en toda regla del sentido común y de la obligación de imparcialidad en los medios, poniendo bajo justa sospecha a uno que en los últimos años ha devenido en indisimulado órgano del independentismo y flagrante altavoz del procés.

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