El fraude de la inmersión lingüística como integración social

El fraude de la inmersión lingüística como integración social
  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Que la demanda de una escuela bilingüe, en la que las dos lenguas oficiales de Cataluña se hallen en plano de igualdad, desate semejante escándalo entre las filas nacionalistas, debería asombrarnos si no estuviéramos ya inmunizados ante estos numeritos. “¡Eso destruiría la cohesión social!”, claman, cuando lo cierto es que esa misma cohesión les ha traído sin cuidado —antes al contrario, se han ufanado de tener el potencial para quebrarla— a la hora de promover el procés, cuyos únicos efectos reales, recordemos, han sido la fuga de empresas, el descrédito institucional y… en efecto, la fractura de la sociedad catalana, que en octubre estuvo al borde de un conflicto civil. Por ello es más grotesco que nunca oír a Miquel Iceta gritar que nunca permitirán “que se separe a los niños y niñas catalanes por la lengua”. Inmenso drama teórico que hace palidecer el hecho de que las familias ya estén divididas en la práctica por algo que va en el mismo paquete que el modelo escolar.

Resulta estupefaciente que, en defensa de esa inmersión, aleguen que ha sido un “modelo de éxito”. ¿Un modelo de éxito comparado con qué? ¿Cuál ha sido el que ha fracasado si no ha habido otro? Lo que nos piden es un completo acto de fe, y parece mentira que tanto pensante no haya caído en que se trata de una falacia. ¿Qué hubiera sucedido si la escuela hubiera sido bilingüe o hubiera habido escuelas en castellano y escuelas en catalán? “¡Habría habido guetos!”, dicen, sin reparar en que, como bien señala Mercè Vilarrubias en su libro ‘Sumar y no restar. Razones para introducir una educación bilingüe en Cataluña’ (Montesinos, 2012), no hay noticias de que esto haya ocurrido en ningún lugar de Europa en el que se hablen dos lenguas y donde rija la libertad de elección entre una u otra. En el País Vasco, por ejemplo, esta opción es posible —de hecho, hay hasta cuatro itinerarios— y no hay más guetos que los que el independentismo señala como tales.

Insisto: si 30 años atrás Cataluña hubiera adoptado la libre elección entre distintos modelos tal vez sabríamos ahora si hay uno mejor que otro. Pero el experimento ha sido con uno, y sólo los nacionalistas —al igual que otros “istas”— se conforman con una muestra tan magra. El resto son especulaciones. Lo que no es una especulación es el desastre acontecido en Cataluña, y que ha tenido en la escuela, y por ser más precisos al lobby docente —el más activo en pro de la inmersión y todo lo que le cuelga—, a uno de sus principales inductores.

En suma, si la escuela pública catalana, como gusta decir a sus defensores, ha sido el garante de la cohesión social… esa escuela es un solemne fracaso. Ni estamos cohesionados ni estamos integrados, sino más partidos por la mitad de lo que seguramente habríamos estado —ahora especulo yo, que también sé—  de haber tenido dos itinerarios.  Así que, por favor, menos mitos, menos tabúes y un poco más humildad. Dejen en paz a quienes, con todo el sentido común, piden algo elemental: que por lo menos la mitad del tiempo se impartan las materias en castellano, lengua que es, además, la segunda en número de hablantes nativos de todo el planeta. Porque lo que ustedes, nacionalistas, llamaban cohesión no era sino un eufemismo pomposo de lo que verdaderamente habían puesto en práctica, esto es, un plan intensivo de ingeniería social para la construcción de una nación. Y eso, váyanse haciendo a la idea, no prosperará.

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