Clinton contra el techo de cristal y 150 años de historia: nunca un demócrata sucedió a otro en vida
La campaña de Hillary Clinton ha alquilado el Jacob K. Javits Convention Center, en Manhattan para pasar la noche electoral. Es un centro de convenciones con una característica llamativa: su techo es de vidrio. Y es que en caso de ganar la votación que se celebrará el primer martes después del primer lunes de este año bisiesto, la ex primera dama, ex senadora por Nueva York y ex secretaria de estado se convertirá en la primera mujer que llega a la Casa Blanca a ejercer, no a poner su imagen en campañas de caridad ni a hacer recetas en la tele. Ese «techo de cristal» que las mujeres aún no terminan de romper será el siguiente símbolo tras las cadenas que unían a Estados Unidos con su historia esclavista que rompió Barack Obama ocho años atrás.
Pero la señora Clinton no sólo lucha contra esa barrera sorprendentemente infranqueada en la democracia más consolidada y poderosa de Occidente. Además, la candidata demócrata deberá romper con más de 150 años de historia. Desde que, en 1857, James Buchanan sucedió a Franklin Pierce ningún candidato de la formación del burro (símbolo del Partido Demócrata, como el elefante representa al Partido Republicano) ha sucedido a otro en vida. Nunca. Claro, que siempre fueron hombres.
Sólo Harry S. Truman, en 1945, ganó unas elecciones después de que lo hiciera un Franklin D. Roosevelt ininterrumpidamente desde 1933, y Lindon B. Johnson se alzó con la victoria electoral tras John F. Kennedy en 1963. Pero en ambos casos lo hicieron ya como inquilinos de la Casa Blanca, tras ascender desde la Vicepresidencia a causa de la muerte de sus jefes.
«No conocía ese dato», apunta Juan Verde, miembro del Comité Nacional de Campaña de Hillary Clinton, y colaborador para sus Relaciones Internacionales, «pero… ¿siglo y medio? Tiene que ser una casualidad».
El caso es que el turnismo en la democracia estadounidense es casi perfecto desde su fundación y que en los últimos 80 años sólo un republicano, George H. W. Bush (1988), ha sucedido a otro, Ronald Reagan. Pero en el listado de los hasta ahora 44 presidentes de EEUU es más habitual ver estas rachas que las de los demócratas.
El dato relevante no está en las encuestas
Estos días, las encuestas dictan diferencias muy apretadas entre Hillary Clinton, la favorita del establishment –y de casi todas las democracias aliadas–, y Donald Trump –el magnate populista que amenaza con un regreso al proteccionismo yanqui–, pero en realidad no son relevantes. Por un lado, porque en sondeos con un 2% de margen de error arriba o abajo una diferencia de cuatro puntos, la más amplia que aún le conceden los medios más progresistas a Clinton, no puede ser tomada como estadísticamente significativa.
Pero por otro lado es que además, la clave no está en la diferencia de votos, sino en ganar donde hay que hacerlo. Ya en el año 2000, el presidente fue el candidato perdedor. George W. Bush contó con medio millón de sufragios menos que Al Gore –número dos de Bill Clinton, que no rompió esa maldición histórica de siglo y medio–, pero se alzó con la victoria en representantes del colegio electoral.
Y es que el sistema estadounidense es complicado. La elección presidencial corre a cargo de un colegio electoral compuesto por 538 electores –los mismos que senadores y miembros de la Cámara de representantes, a los que se añaden tres más del Distrito de Columbia–. Y todos los estados, menos Maine y Nebraska, adjudican el total de sus electores al candidato ganador. Así, el primero de los dos que llegue a sumar 270 miembros del colegio electoral a su nombre, será el presidente. O la presidenta.
Según todos los analistas, Clinton es «mucho más solvente» que Trump para vivir cuatro años en la Casa Blanca y afrontar los desafíos habituales de la Presidencia y el desarrollo de un mundo hoy muy convulso: guerra fría rediviva con Rusia, cambio demográfico en EEUU, presiones energéticas –y geoestratégicas– derivadas de la creciente escasez de petróleo, Oriente Próximo, lucha con China por el dominio del Pacífico… El propio Barack Obama ha insistido en que ella será «la persona mejor preparada para el puesto que haya habido nunca», si gana, claro. Pero nadie la señala como una buena candidata.
«En estas elecciones, los demócratas deberían perder, porque Hillary es una candidata muy débil, pero los republicanos eligieron a un personaje demasiado controvertido», apunta Carlos Alberto Montaner, periodista, escritor y político cubano –además de español y estadounidense–. «Tal vez, Trump era el único candidato al que Hillary podía derrotar».
Los ‘swinging states’
¿Y dónde está la clave para romper el techo de cristal y los vaticinios de la historia? «La clave está en los ‘swinging states’ –estados cambiantes–, en ganar donde hay que ganar», apunta Verde. Florida, Carolina del Norte, Iowa, Nevada y Ohio serán, muy probablemente, los estados que diriman quién jura el próximo febrero ante el Capitolio. Por eso Trump y Clinton se han centrado estos días no tanto en mirar las diferencias entre ambos a nivel nacional como en estar atentos a colocar el mensaje adecuado en el momento preciso y en el sitio necesario.
«Y no sólo eso», explica el colaborador español de la campaña de Clinton, «es colocar el mismo mensaje de diferentes maneras dependiendo del destinatario». Y eso es posible gracias al Big Data. «Hoy podemos segmentar los públicos por intereses, características sociodemográficas, horas de contacto, lengua materna, poder adquisitivo, número de hijos, recuerdo de voto… los temas son los mismos pero a cada votante le hablamos de lo que le interesa de cada item».
La eficacia y la eficiencia que aportan las enormes capacidades que hoy ofrecen los megaprocesadores de datos y la potencia de internet trabajando 24 horas al día para localizar e impactar al votante allí donde esté y en el momento en que esté deslizando su dedo para desbloquear su smartphone han cambiado estas elecciones.
El grado de penetración del conocimiento que tienen los partidos de cómo son sus votantes, e incluso de quiénes son uno por uno y de qué hacen sobre las pantallas que guardan en sus bolsillos, es tal que este tuit de la experta en marketing hispanoestadounidense Alexandra Ruiz llega al punto de explicar cuántas y cuáles aplicaciones para móvil se instalan los votantes de cada partido en cada estado.
App User Acquisition Costs More in Swing States (Infographic) https://t.co/Y5hhKUoNLw pic.twitter.com/vw4FQjKDQ1
— Alexandra Ruiz (@alexandraruiz) November 2, 2016
Eso indica la necesidad de acoplar el mensaje de una manera precisa, y en estos días previos a la votación, la medición torna en ansia urgente. Importa menos si por primera vez en la historia la revista Vogue y el periódico más popular delo país, el USA Today, han pedido el voto para un candidato, una candidata en este caso. Y tampoco parece clave que Trump pueda ser «un presidente enormemente divisivo», como apunta Carlos Franganillo, corresponsal de TVE en Washington. Lo que importa, plantea el periodista, es que el republicano «cuenta con un bloque sólido de adeptos que ven en él a alguien que da voz a sus problemas», esos que agitan el Twitter y Snapchat, y que «ha sido capaz de desatar tendencias populistas dinamitando el campo republicano a base de dar la vuelta a sus propuestas a lo largo de la campaña» cuantas veces ha hecho falta.
Clinton batalla, pues, contra un macho alfa capaz de presumir de que «agarra del coño a las mujeres» porque él es «una estrella» de la tele, que no le importa escupir que «los mexicanos traen el crimen a nuestro país y violan a nuestras mujeres», un tipo que venera públicamente a Vladimir Putin como «mejor líder que Obama». Y se lo permite porque eso le indican sus asesores, ahí está su público, la gente harta de que EEUU esté virando hacia una sociedad completamente distinta, menos omnímoda en el mundo globalizado y con menos prevalencia del hombre blanco. «Éstas puede que sena las últimas elecciones para los WASP», reflexiona Juan Verde. «Los blancos anglosajones y protestantes ya no serán mayoría en EEUU dentro de pocos años».
Quizá por eso el eslogan de «hacer de nuevo grande a EEUU» sea el mayor acierto de la controvertida campaña del candidato republicano, porque apela a la nostalgia de tiempos pasados, tradicionales, de mascar tabaco y discutir por el honor de una dama.
Aunque las decenas de minorías que siempre han estado por debajo del vaquero americano pueden convertirse en esta cita electoral, gracias a las estrategias de marketing de segmentación, en una sola y poderosa mayoría. «Trump puede ganar sin los hispanos», concluye Montaner, «pero éstos se suman a la mayor parte de las mujeres, las personas educadas, los negros, los gays y lesbianas, los judíos y un largo etcétera. Es muy difícil derrotar a tanta gente que se siente amenazada por él». Y más si todos tienen un smartphone 24 horas conectado.
Quizá ya ha cambiado tanto la tecnología que ésta pueda romper el techo de cristal. Y cambiar la historia.