Azerbaiyán: el coto privado de los Aliyev

Ilham Aliyev @Getty
Ilham Aliyev @Getty

Azerbaiyán es, en general, un país poco conocido. La estabilidad que ha experimentado en las últimas décadas solo se ha visto turbada puntualmente por el conflicto en la región de Nagorno-Karabaj, en disputa con Armenia. Esta calma relativa ha permitido un importante crecimiento económico del país a lo largo de los últimos años.

Bakú, su capital a orillas del Caspio, es una de las ciudades más modernas y monumentales de todo el centro de Asia. La economía del país ha sabido recuperarse más o menos bien de la caída de los precios del petróleo que se produjo entre 2015 y 2016.

La estabilidad y el crecimiento, sin embargo, han tenido otra cara oculta: una merma constante de las libertades individuales y colectivas. Azerbaiyán lleva años bajo la lupa de diferentes entidades en defensa de los derechos humanos. A pesar de ser miembro del Consejo de Europa, organización intergubernamental puntera en la materia, Azerbaiyán lleva años recibiendo advertencias desde su Consejo de Ministros, que incluso le ha abierto expedientes sancionadores.

Las acusaciones también llegan desde organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional. Juicios sumarios sobre adversarios políticos, vulneración de los derechos de libre expresión y asociación, encarcelamiento de personas LGTBI+ y ausencia de una prensa libre son algunas de las violaciones cometidas por el Gobierno, según la ONG londinense. Precisamente, Reporteros Sin Fronteras califica la situación de los medios en el país como “muy preocupante”.

El caso de Ali Karimli es bastante representativo. El pasado 19 de octubre, Karimli dejó su casa de Bakú para dirigirse al centro de la capital azerí, donde había de celebrarse una manifestación contra el Gobierno de Ilham Aliyev. Karimli, como figura preeminente de la diezmada oposición, debía encabezar la protesta. Sin embargo, poco después de llegar, la Policía se lo llevó detenido. A diferencia de los demás arrestados, a él lo metieron en un autobús aparte. Fue liberado en algún lugar próximo a su domicilio cerca de las 11 de la noche. Tenía la cara magullada y varios puntos en la cabeza.

Karimli y la Policía han ofrecido versiones opuestas de lo que ocurrió en ese lapso de cerca de seis horas. El líder del Partido del Frente Popular ha relatado que los agentes le tiraron del pelo y le estrellaron la cabeza contra la luna del vehículo policial dos veces. En comisaría, los tratos degradantes continuaron. Uno de los policías le piso el cuello. Durante la paliza que le dieron, había una cámara grabando. Karimli recibió continuas exhortaciones a que renunciase a sus críticas al Gobierno. No lo hizo. Después, fue llevado al hospital del Ministerio del Interior, donde recibió varios puntos de sutura.

La Oficina del Fiscal General ha presentado otro relato: Karimli se resistió a la detención y hubo de ser reducido por la fuerza. Dentro del furgón, insultó y provocó repetidamente a los agentes que le custodiaban. En un momento dado, les atacó físicamente. En lo que hace a las lesiones en su cabeza, el examen forense determinó que eran resultado de haberse golpeado la cabeza repetidamente contra la puerta del vehículo. El comunicado de la institución oficial asegura que se le proporcionaron primeros auxilios de forma inmediata en la comisaría y, algo más tarde, fue trasladado al centro médico. Desde allí, de vuelta a su casa.

La narrativa oficial ha sido caracterizada como “absurda” por el propio Karimli a través de su cuenta de Twitter. El Ejecutivo, mientras tanto, da por zanjada la cuestión. Al fondo de esta maraña de relatos contradictorios, sí se pueden extraer algunos datos. Aquel día, el pasado 19 de octubre, Karimli no fue el único en ser detenido. Con el argumento de que la manifestación era ilegal, las autoridades arrestaron a decenas de personas. Las cifras no son concluyentes, pero Human Rights Watch sitúa el total de detenidos en 60. La mayoría, como ocurrió con el líder opositor, fueron liberados el mismo día con una amonestación. Contra otros, no obstante, se ha abierto causa penal.

Las cosas no se calmaron. Al día siguiente, un grupo de mujeres azeríes se manifestó en la capital para demandar el cese de la violencia machista en el país. La historia tomó una forma bastante similar. De nuevo, la protesta fue calificada como “ilegal” por el Gobierno y la Policía se llevó arrestadas a varias de las manifestantes. Misma dialéctica automática entre manifestación pacífica y actuación policial sin miramientos.

Un férreo control social para que nada se mueva; esa parece ser la divisa del régimen, que se ha servido de los cuerpos de seguridad para perpetuarse en el poder. Hablar sobre la historia reciente de Azerbaiyán equivale a hablar sobre la historia de una familia: los Aliyev. Salvo durante un breve paréntesis tras la desintegración de la Unión Soviética, el país no ha conocido un dirigente que no se apellidase así en más de medio siglo. Heydar Aliyev, un ex miembro prominente del Politburó, dirigió el país durante 35 años en varias etapas hasta 2003. A su muerte, le sucedió en el cargo su hijo Ilham. En 2019, continúa ejerciendo la Jefatura del Estado. Eso no es todo: las primeras damas, Zarifa y Mehriban Aliyeva, han servido, asimismo, como vicepresidentas del país.

La transparencia política de Azerbaiyán deja, por tanto, ciertas dudas. Las sospechas van en aumento cuando se examinan los interesantes resultados que suelen arrojar las elecciones que se celebran en el país. Ilham Aliyev, el presidente actual, ha ganado los cuatro comicios presidenciales a los que se ha presentado, con una media del 83% del voto popular. Con la extensión del mandato presidencial a siete años que él mismo aprobó, no se volverá a enfrentar a las urnas hasta el año 2025. No obstante, a juzgar por sus éxitos pasados, no debería ser una cita que le quitase el sueño.

Las cifras del éxito de Aliyev se explican por una razón: la mayoría de los actores políticos contrarios a Aliyev han renegado de las convocatorias electorales en numerosas ocasiones. El boicot ha sido frecuente en un país donde enfrentarse al poder tiene consecuencias serias. Karimli puede atestiguarlo, pero no es el único. En agosto de 2018, fue liberado de prisión otro líder opositor, Ilgar Mammadov, que pasó cinco años en la cárcel por unos cargos que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha considerado ilegales.

Por más que pueda haber una condena procedente de algunos sectores de la sociedad internacional, no parece probable un cambio de régimen en el país. A nivel regional, Bakú encuentra aliados en Rusia y también en Irán, afín debido a la mayoría chií de ambos países.

Además, el país del Caspio tiene importantes lazos comerciales con países de la Unión Europea, a los que envía grandes cantidades de petróleo. Dos terceras partes de los barriles exportados van a parar a territorio comunitario, con Italia como destino preferente (recibe el 40% del total de las exportaciones petrolíferas azeríes. Turquía es otro gran aliado; Ankara recibe tres cuartas partes del gas natural exportado por Azerbaiyán.

El petróleo ha sido y es, en gran medida, lo que mantiene a los Aliyev en su trono. Con un escrutinio internacional tibio, no parece que el régimen, muy enraizado en las estructuras de poder, vaya a renovarse pronto.

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