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Así sobrevivieron los 4 niños perdidos 40 días en la selva de Colombia

Poco a poco se van desvelando incógnitas sobre cómo cuatro niños pudieron sobrevivir 40 días en la selva de Colombia después de un accidente de avioneta en el que todos los adultos fallecieron. Los cuatro pequeños de entre 11 meses y 13 años de edad forman parte de una tribu indígena y pusieron, especialmente la niña más mayor, todos los conocimientos tradicionales que tenían sobre la selva: qué comer, cómo encontrar refugio.

Para la Organización Nacional de Pueblos Indígenas de Colombia (OPIAC), «la supervivencia de los niños es una muestra del conocimiento y relacionamiento con el medio natural de vida, el cual se enseña desde el vientre de la madre».

Tras la caída de la avioneta el 1 de mayo, en un accidente en el que fallecieron la madre de los menores y otros dos adultos, la familia se aferró a una esperanza: su conocimiento de la selva, sus reglas, peligros y códigos.

Los «hijos del monte», como decía su abuelo, pudieron sobrevivir comiendo un poco de fariña (harina de yuca) que había a bordo del avión accidentado y rescatando algo de la comida lanzada al azar por los helicópteros del Ejército.

Pero también consumiendo «semillas», frutas, raíces y plantas que habían identificado y sabían que eran comestibles, explicó Luis Acosta, responsable nacional de las guardias indígenas de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC).

«Saben qué comer»

«Son niños indígenas y conocen muy bien la selva. Saben qué comer y qué no. Lograron sobrevivir gracias a eso y a su fuerza espiritual», dijo Acosta, que participó en las operaciones de búsqueda.

Este tema de la «fuerza espiritual» es recurrente entre los líderes indígenas que comentan la hazaña. Acosta prometió colocar una guardia frente al hospital militar de Bogotá, donde están siendo atendidos los niños, para acompañarlos «espiritualmente».

«Tenemos una conexión particular con la naturaleza», resume Javier Betancourt, otro dirigente de la ONIC. «El mundo necesita esta relación particular con la naturaleza, favorecer a quienes, como los indígenas, viven en la selva y la cuidan».

Durante la búsqueda, militares y pueblos originarios unieron sus fuerzas durante unos 20 días. El presidente Gustavo Petro alabó este «encuentro de saberes indígenas y militares» en favor del «bien común», unido al «respeto por la selva».

El Ejército emitió grabaciones de audio desde helicópteros en las que la abuela de los niños les pedía en lengua huitoto que no se movieran y les advertía que los estaban buscando.

«Fue el presidente Petro quien nos ayudó a reunirnos», indígenas y soldados, declaró Acosta a la prensa local. «En una primera reunión, ocho días después de iniciada la búsqueda, el presidente nos dijo que teníamos que salir juntos porque el Ejército no iba a poder solo», añadió.

84 voluntarios indígenas

«Nos organizamos, nos coordinamos», explicó el líder de la ONIC. Cerca de 84 voluntarios, miembros de las guardias indígenas de los departamentos de Caquetá, Putumayo, Meta y Amazonas, se unieron entonces al centenar de comandos de la «Operación Esperanza».

Con presencia en varios departamentos, estos «guardias indígenas», armados únicamente con palos y pañuelos de colores, garantizan la seguridad de las comunidades y la vigilancia de los territorios indígenas, que se enfrentan o cohabitan con numerosos grupos armados activos en el país. Sus relaciones con los militares son a veces igual de difíciles.

En la selva del Guaviare, el dúo funcionó. Todos los días elaboraban un informe conjunto sobre las operaciones, mientras los nativos realizaban sus propios rituales para los «espíritus» de la selva, utilizando su tradicional mambé (un polvo hecho con hojas de coca y ceniza) y chirrinchi, una bebida fermentada.

Utilizando machetes y botes de pintura en aerosol, los rescatistas dejaban marcas o pequeñas «trampas» (troncos cortados o colocados estratégicamente) aquí y allá para guiar a los niños.

También se utilizaron los conocimientos medicinales de los indígenas para adaptarse a las difíciles condiciones de la selva, tratando rasguños, astillas, picaduras de insectos, agotamiento y dolor físico.

Los indígenas han «trabajado bajo la lluvia, en tormentas y en muchas situaciones difíciles, pero siempre con la esperanza y la fe espiritual de poderlos encontrar», dijo Acosta.

Y finalmente, un guardia indígena de Colombia encontró a los niños, en una zona aún no explorada.