Urgencia: un Manifiesto Nacional contra la hecatombe

Urgencia: un Manifiesto Nacional contra la hecatombe
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Tres ex presidentes del Gobierno, varios autonómicos, un par de decenas de ex ministros, parlamentarios de todas las legislaturas, empresarios por fin activos, personas de las llamadas ahora influyentes –¿Por qué usar el anglicismo?–, profesionales de diversas actividades, contertulios variados…

En fin, la España entera que estaba respirando por primera vez desde que un 6 de diciembre de 1978 aprobó la Constitución española, advierte de lo que se nos viene encima mientras el jefe del Gobierno en funciones, callado como un difunto, trata de culminar el doble pacto que puede reventar España.

Felipe González, hiperbólico como de costumbre, sugiere que se encuentra en estado de “preocupación permanente”. Aznar avisa de que el Gobierno que pretende el ególatra, o psicópata narcisista como ya le diagnostican incluso los psiquiatras, conduce a España a un Frente Popular que puede derivar incluso en la violencia.

Mariano Rajoy, que ha permanecido en silencio hasta la fecha se descolgará el miércoles en la presentación de su libro con unas manifestaciones que, en síntesis serán éstas. Esto va a ser un desastre del que nos costará muchas décadas salir; el Frente Popular aumentará la radicalidad hasta la exasperación de la sociedad española; Sánchez acelerará la independencia de Cataluña y el País Vasco; y, la declaración más personal: “Yo no puedo hacer nada, pero hay que hacer algo”.

Todas estas posiciones reflejan el estado de la cuestión antes del comienzo de una semana decisiva que, según todas las alertas, comenzará el martes con una nueva reunión entre el PSOE más analfabeto y los sediciosos más brutales, y que puede concluir el fin de semana con la exposición oficial de un nuevo Estatuto Vasco que consagra la autodeterminación, la bilateralidad y la salida, gota a gota, de España.

Es curioso y penoso a la vez que por aquí y por allá se sucedan las denuncias del peligro inminente con muchas iniciativas bienintencionadas, sin que nadie hasta ahora las haya unificado. No puede hacerlo el Rey que, de lunes a sábado, tiene un apretado programa de actos para recibir a los mandatarios del mundo entero que vienen al clima de España –estos días plagado de dunas– para espantarse ante el clima del futuro. Felipe VI que, por ejemplo en opinión de Rajoy, es absolutamente concienzudo y se  sabe todo con mayor profundidad que el mejor experto, está atado de pies y manos, pero debe dolerse ahora mismo de que se le esté citando sin que él, que no es precisamente sucesor directo de la verbosidad de su padre, se esté arriesgando siquiera a expresar sus juicios de forma oficiosa y doméstica.

El Rey no puede hablar, aunque a lo mejor puede caerle alguna oportunidad para refrendar desde la Jefatura del Estado que ostenta, no olvidemos este dato, las generales de la Ley, o sea que la Constitución proclama “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común de todos los españoles”. Puede, casi de refilón y en algún escenario propicio, recordar este principio, pero estoy seguro de que si lo hiciera le caería desde los ambientes tóxicos del sanchismo, el comunismo de Iglesias y el separatismo de los sediciosos presos, la del pulpo. También desde los medios enchufados al progresismo de guardarropía. Por tanto, tiene que tener gran cuidado en no resbalar porque, aparte de la citada unidad nacional, lo que aquí en España está ahora mismo en grave riesgo es la permanencia de la propia Monarquía.

Es decir que con un Rey constreñido a no salirse un ápice de su estrecha función Real, no queda más que la supercitada sociedad civil para salir del marasmo. Deberían encabezar este de movimiento de emergencia los cuatro presidentes vivos de la democracia. Pero no lo van a hacer. Con Zapatero no se puede contar porque es un agente del enemigo, o sea de Sánchez y de su contubernio madurista. Es difícil que González, enamorado siempre de su papel como jarrón chino, le pegue el zurriagazo definitivo al que es aún su correligionario.

Aznar y Rajoy no se hablan desde que, en el Congreso del PP de Valencia, el primero comunicó a su sucesor que le estaban pidiendo a gritos su regreso. En definitiva, no se puede contar en grupo con estos próceres. Otro desastre que retrataba así uno de los firmantes de la “Carta a los españoles” que se ha publicado esta pasada semana: “Nos dirigimos festivamente a la hecatombe entre las risas de los independentistas, la prisa de los populistas por pisar moqueta y la incapacidad de todos nosotros para prever lo que se nos viene encima”.

Es este político de toda la vida el que se pregunta: ¿Por qué es imposible un Manifiesto Nacional para intentar impedir la catástrofe? ¿Por qué no lo encabeza sin ir más lejos la Real Academia de la Historia cuyos miembros conocen muy bien a qué nos condujo una situación como esta en los años treinta del pasado siglo? El cronista aquí se limita a recoger esta sugerencia ajena.

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