Volpi: «Los populismos están imponiendo dogmas como si fueran verdades y terminan causando miseria»
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Redescubrir a Jorge Volpi es un viaje a lo recóndito; una travesía hacia las profundidades donde convergen literatura, filosofía y ciencia -un trío que en sus manos deja de ser territorio académico para transformarse en un campo magnético de ideas-. Él, novelista, ensayista y dramaturgo mexicano, se mueve entre los géneros con maestría. En su libro más reciente, La invención de todas las cosas, nos invita a preguntarnos qué es real y qué es ficción, y desde ese axioma, teje un relato que conecta mitos clásicos, revoluciones ideológicas, avances científicos y las grandes narrativas que han modelado a la humanidad. Sólo le adelanto que se prepare para un viaje por la historia, por la cultura; para imaginar y pensar; para descubrir que incluso lo que vemos, oímos y recordamos -todo, absolutamente todo-, es ficción. Ahí está la clave.
Dice Volpi que la única manera de relacionarnos con la realidad es a través de las ficciones. Un aforismo que incomoda tanto como ilumina. Esa capacidad humana de construir relaciones, de crear sentido donde hay caos, es tanto una bendición como una condena. «Hay ficciones maravillosas que hemos sido capaces de crear, como la de la humanidad misma: la idea de que todos tenemos derechos y oportunidades de ser felices. Pero también hay ficciones que han servido para justificar las peores atrocidades, desde guerras hasta genocidios», reflexiona. Aquí entra en escena el ejemplo más extremo: el nazismo. «Para justificar sus crímenes, los nazis necesitaban inventar un enemigo. Lo construyeron narrativamente como el judío, a partir de él, convencieron a millones con ficciones totalitarias y contagiosas de que ese enemigo debía ser eliminado. Ése es el poder terrible de algunas ficciones: su capacidad de moldear la realidad de una manera devastadora». Y asegura que es el mismo componente que el de la religiones: hacer creer a todos, que eso que ellos cuentan es la verdad. La conclusión está clara: no hay ficción más peligrosa que aquella que se disfraza de verdad.
Es tentador imaginar la memoria como un archivo inmutable, pero Volpi desmonta esta creencia con rotundidad. Nuestros recuerdos, dice, no son más que relatos que se reescriben a medida que pasa el tiempo. Nietzsche lo retrató con nitidez: «No hay hechos, sólo interpretaciones». Apotegma según el cual, la memoria, entonces, es ficción en movimiento, un testigo poco fiable que nos permite reimaginar nuestras propias vidas. Y aquí cabe una reflexión: si nuestra memoria es una ficción, ¿qué pasa cuando esas narrativas se cristalizan en dogmas? La posverdad, asegura Volpi, es precisamente eso: una mentira disfrazada de verdad absoluta. Religiones, ideologías, redes sociales… todas operan bajo el mismo principio. ¿Acaso no vivimos hoy en el escaparate de nuestras propias ficciones, publicando versiones de nosotros mismos para recibir ese me gusta que confirma nuestra existencia?
En medio de las innumerables ficciones de la literatura clásica, las grandes supervivientes han sido La Iliada, La Odisea, la Eneida y la Epopeya de Gilgamesh. ¿Por qué ésas y no otras? Volpi lo atribuye a su carácter secular y universal. En una época en la que casi todas las ficciones eran religiosas, estas obras fueron seglares; relatos que nunca fueron considerados como objetos de sabiduría absoluta, sino simplemente como modelos del comportamiento humano. Sostiene también que las ficciones religiosas son, sin duda, algunas de las más contagiosas y que la ficción por excelencia es Dios -el Dios de los judíos, el Dios de los cristianos, el Dios único y que, todavía hoy, millones de personas siguen creyendo en ese Dios-. La realidad es que, con las ficciones, construimos realidad, comportamientos, y transmitimos valores y emociones.
Un ejemplo de ficción universal que hace pensar: la batalla entre Héctor y Aquiles en La Iliada. Más allá de la gloria épica, lo que nos deja es una lección darwiniana: no sobreviven los más fuertes, sino los que mejor se adaptan. Ambos héroes mueren, primero Héctor a manos de Aquiles, poco después, Aquiles al ser alcanzado por un arquero. En cambio, Agamenón, un personaje egoísta, detestable, sobrevive. Ya sabe usted… con frecuencia, la vida no premia a los héroes, sino a los oportunistas.
Otra de las grandes ficciones que ha acompañado a la humanidad a lo largo de los siglos es la creencia en el destino: la idea de que nacemos marcados por un designio ineludible, escrito por fuerzas superiores, y del que no podemos escapar. Esta narrativa ha sido el pilar de mitologías, religiones y filosofías que intentan dar sentido al caos de la existencia. El ejemplo del Oráculo de Delfos, central en la mitología griega, es una representación magnífica de esta idea. Sus palabras, vagas y abiertas a interpretación, eran vistas como revelaciones divinas sobre el hado de quienes consultaban. Sin embargo, lo fascinante del Oráculo no es solo su mensaje, sino cómo éste moldeaba el comportamiento humano, como le ocurrió al Edipo de Sófocles -de quien el Oráculo predijo que mataría a su padre y se casaría con su madre-. Ante esta profecía, los padres lo abandonaron al nacer. Él mismo huyo de sus padres adoptivos al conocer su fatum, cumpliendo así la profecía de forma irónica e inevitable. Aquí yace la paradoja del destino: los esfuerzos por evitarlo son precisamente lo que lo hace realidad. La historia de Edipo no sólo es una tragedia personal, sino un espejo de la ficción del designio como un mecanismo de control y resignación.
Otro mito que fascina a Volpi es Antígona, la rebelde que desafía al poder en nombre de la tradición y la justicia personal. «Antígona es el resumen perfecto del conflicto entre el individuo y el Estado, entre la moral personal y las leyes impuestas. Es un mito que sigue resonando porque, en el fondo, todos nos enfrentamos al nada agradable deber de acatar cierta autoridad, no siempre certera. Podemos dialogar implícitamente con el existencialismo de Jean-Paul Sartre, para quien la libertad individual y la responsabilidad personal eran el núcleo de nuestra existencia, incluso frente a un sistema que intenta imponernos sus verdades».
Algo novedoso es que estamos en el momento en que «por primera vez en la historia, las ficciones van a ser construidas por la inteligencia artificial, y no por nosotros». Las máquinas idearán en base a peticiones humanas. O ni siquiera. Darán vida a novelas, ensayos, cuadros, esculturas, diseños. Este salto tecnológico abre un terreno inquietante y fascinante. Hasta ahora, las historias, las obras de arte, las filosofías y las creaciones en general han sido reflejo de nuestras emociones, de nuestras contradicciones, de nuestra búsqueda de sentido en un universo indiferente. Pero, ¿qué sucede cuando el creador carece de emociones o experiencia humana? ¿Qué tipo de ficciones surgirán cuando no sean el producto de nuestras vivencias, sino de algoritmos que analizan patrones, anticipan deseos y simulan emociones?
Un riesgo evidente es la posibilidad de que estas ficciones sean utilizadas como herramientas de manipulación masiva. Las máquinas podrían generar narrativas diseñadas para polarizar, reforzar prejuicios o perpetuar sistemas de control, en formas mucho más eficaces y sutiles de lo que cualquier mente humana podría concebir. Si el nazismo fue capaz de construir un enemigo ficticio con consecuencias devastadoras, ¿qué podría hacer una inteligencia artificial con acceso ilimitado a nuestras emociones y creencias colectivas? Sin embargo, también hay un potencial luminoso. Las máquinas podrían expandir los límites de nuestra imaginación, proponiendo perspectivas que nunca habríamos concebido, explorando combinaciones artísticas y narrativas que reconfiguren lo que entendemos por creación. Podrían ayudarnos a entendernos mejor a través de sus relatos, ofreciéndonos un espejo inesperado y radicalmente diferente.
En un mundo donde la posverdad reina, como le adelantaba antes, Volpi ve un retorno peligroso al dogma. «La posverdad no es más que una mentira que se impone como verdad absoluta», lo mismo que hacían las religiones o los totalitarismos. Lo que hace a estas ficciones tan efectivas es su capacidad para conectarse con las emociones humanas, que muchas veces guían nuestras decisiones más que la razón. Un ejemplo preciso está en las redes sociales. Todos nos hemos convertido en performers, creando ficciones de nosotros mismos para un público que responde con aplausos o me gusta. Es un escaparate distorsionado de la realidad, un escenario de la interpretación, del desdoblamiento del ser, en el que la autenticidad se pierde en la búsqueda de aprobación, del like. En este punto, su reflexión resuena con la idea de Guy Debord en La sociedad del espectáculo: lo que antes era ser, hoy es parecer, y el espectáculo se ha convertido en la principal mercancía.
Volpi también provoca cuando habla de la ciencia. «La ciencia no deja de ser una ficción más, aunque una profundamente útil y validada. Se construye a partir de relatos, hipótesis y modelos que intentan explicar el mundo. Pero nunca debemos olvidar que esos modelos también son construcciones humanas». No sólo nos invita a explorar las ficciones que nos han hecho humanos, sino también a cuestionarlas. Porque, como él mismo dice, siempre estamos produciendo efectos en la realidad con nuestras ficciones. La pregunta es: ¿qué tipo de realidad queremos construir? Como dijo Hannah Arendt: «El poder consiste en la capacidad humana no solo de actuar, sino de hacerlo concertadamente». Es justo en este punto donde radica nuestra responsabilidad: elegir relatos que construyan, no que destruyan.
México y España: una tensión sin alivio
El escritor no evade los temas polémicos. Al hablar de las tensiones entre México y España, Volpi afirma: «El problema es que, en vez de aliviar tensiones, sólo se han provocado más. Mientras sigamos atrapados en narrativas de rencor o superioridad, será imposible construir una relación común que mire hacia el futuro».
Ojalá la dulce ficción de abandonar la narrativa del rencor y la distorsión, se convierta en realidad.
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