Sareb, historia de una ruina anunciada
Lo que mal empieza, mal acaba. La Sareb empezó muy mal y esta semana ha certificado su quiebra, 12 años después. Algo que todo el mundo sabía que iba a ocurrir. Su actual presidente, Leopoldo Puig, ha reconocido que no podrá hacer frente a su deuda, de 29.413 millones, antes de 2027, la fecha de caducidad del banco malo.
Normal, con unos fondos propios negativos de 14.600 millones (se le hizo una excepción a la ley ad hoc para ella para seguir operando en quiebra técnica) y unas pérdidas acumuladas de más de 10.400 millones. Perdió 2.198 millones en 2023, un 46% más que en 2022; o sea, la cosa no va a mejor, sino todo lo contrario.
¿Cómo se ha llegado a esta ruina? El banco malo fue una exigencia de Bruselas a cambio del rescate financiero de España, que era imprescindible con la quiebra generalizada de las cajas de ahorros y la desconfianza mundial en nuestro país que había disparado la prima de riesgo. A Mariano Rajoy no le hacía ninguna gracia -con razón, como ha quedado demostrado-, pero no le quedó otra.
La idea del banco malo era crear una sociedad a la que las entidades rescatadas traspasarían sus activos tóxicos, crédito promotor e inmuebles adjudicados, para sacarlos de su balance y así poder venderlas y evitar su liquidación. Y vender esos activos a lo largo de 15 años -hasta 2027- para recuperar todo el dinero posible para el contribuyente.
El pecado original
Sí, las cajas podrían haber sido liquidadas sin más, incluso nos habríamos ahorrado el rescate con dinero público; los defensores de la solución tomada dicen que eso habría hecho perder dinero a sus clientes porque el Fondo de Garantía de Depósitos no podía cubrir el agujero. No sé yo, visto lo visto. Y además, está el riesgo moral: da igual lo que haga un banco -el riesgo que asuma o la gestión que realice- porque no le van a dejar quebrar.
Pero volvamos a Sareb. El error fundacional, la causa de la quiebra actual, fue lo que se llamaron los «precios de transferencia», es decir, el valor al que se traspasaron esos activos de las cajas al banco malo. Se impuso un fuerte recorte respecto a cómo los tenían valorados las entidades, pero, aun así, estaban muy por encima del precio de mercado, en ese momento (los suelos valían cero, por ejemplo)… y ahora. Así lo demuestra que en 2023 Sareb siga sin ser capaz de vender un piso sin perder dinero. Y los pisos han subido desde 2012, y mucho. Pero lo de la burbuja inmobiliaria fue aberrante.
Esos precios fueron decididos por el ínclito MAFO (Miguel Ángel Fernández Ordóñez), el gobernador socialista del Banco de España que permitió el desmadre de las cajas y luego trató de ocultar el desastre hasta que fue imposible taparlo. Con el visto bueno del Ministerio de Economía de Luis de Guindos, que eso también hay que decirlo.
Además, Cristóbal Montoro se negó a que la deuda con que nacía Sareb, 51.000 millones, computara como deuda pública con la prima como estaba, así que exigió que el 51% del capital fuera a manos privada para no consolidar en las cuentas del Estado. Así que el Gobierno trajo del ronzal a todos los bancos y cajas sanos (la cursiva viene porque se incluía el Popular) y a varias aseguradoras para que compraran capital y deuda subordinada, a pesar de que todos sabían que aquello iba a ser una ruina. El único que lo dijo públicamente y se negó a entrar en Sareb fue BBVA, como se había negado a acudir a la salida a Bolsa de Bankia. De ahí viene su enemistad con Guindos.
Pérdidas todos los años
Por cierto, el ahora vicepresidente del BCE también se empeñó en poner al frente de Sareb a su protegida Belén Romana, después de no conseguir colocarla en el BCE ni en la CNMV. La obsesión de Romana era decir todo el rato que «Sareb ni es un banco ni es malo», pero no estaba ni de lejos capacitada para esa ingente tarea. El resultado fue el rotundo fracaso que cabía esperar, que acabó su sustitución por alguien que sí sabía del negocio: el tristemente fallecido Jaime Echegoyen, exconsejero delegado de Bankinter, quien tampoco logró enderezar el barco. Pesaba demasiado como para no hundirse.
Desde entonces, Sareb ha perdido dinero todos los años. Entre otras cosas, porque el Banco de España le obligó a retasar un tercio de sus activos todos los años y a apuntarse la pérdida correspondiente, como cualquier otra inmobiliaria. Ante el desastre, hubo que cambiar la ley para que no entrara en causa de disolución. Y, más grave, ha obligado a que el Estado inyecte una y otra vez dinero en el FROB (el fondo de rescate bancario a través del que detenta la participación en Sareb) para tapar el agujero.
La puntilla para Sareb llegó de los mismos que forzaron su creación, la Comisión Europea, cuando obligó a que el Estado asumiera toda la deuda viva de la sociedad como pública con el argumento de que, si el banco malo no puede devolverla, el Tesoro público tiene que garantizarla, como así va a ocurrir finalmente. Ante esta situación, no tenía sentido mantener a los bancos y aseguradoras en el capital; además, ya hacía muchos años que las entidades habían amortizado sus participaciones con valor cero, como sabían desde el principio. Y el Gobierno de Pedro Sánchez la nacionalizó en enero de 2022.
El fracaso de la vivienda social
¡Huy, una inmobiliaria pública enorme llena de pisos! Para Podemos-Sumar, era un caramelo a la puerta del colegio. No podían dejar pasar la oportunidad y exigieron a Sánchez que los dedicara al alquiler social, y así se acababan de un plumazo los problemas de vivienda en España.
Lo de que así el contribuyente no iba a recuperar un euro les dio igual. Curiosamente, a los mismos que ponían el grito en el cielo por el rescate «a la banca» y pedían «a los bancos» que devolvieran el dinero público. Como si hubieran rescatado al sector en su conjunto.
Es lo que tiene el populismo, dar soluciones fáciles a problemas complejos. Evidentemente, el plan no ha funcionado: sólo se han entregado 350 de las 50.000 viviendas prometidas, y muchas de ellas están en estado ruinoso u okupadas.
En fin, Sareb nació mal y ha acabado peor: con 29.000 millones más que tenemos que pagar los españoles. Descanse en paz.