Economía
opinión

¡Papá Estado y su nuevo infierno fiscal!

«Sólo el Estado consigue sus ingresos mediante coacción, amenazando con graves castigos a quienes se nieguen a entregarle su parte», Murray Rothbard

Hace 70 años, el psicólogo Solomon Asch realizó un experimento sobre la conducta humana que demostró que somos capaces de negar la evidencia de forma consciente, con la única intención de permanecer en sintonía con el resto de individuos. El miedo a ser el elemento discordante de un grupo sienta las bases del síndrome de Solomon, una patología que nos conduce a intentar evitar destacar sobre el entorno social que nos rodea, y a ponernos infinidad de obstáculos para no conseguir nuestros objetivos, intentando por supuesto no salir del pautado camino común por el que va la mayoría de la población, a lo que yo llamo ¡efecto rebaño!

El síndrome de Solomon es otra muestra de la realidad de la sociedad actual, la misma que tristemente tiende a condenar a aquellos sujetos que consiguen el éxito y tienen talento. Y cómo no, detrás de todo ello se encuentra la envidia, dirigiéndonos la vida con sus hilos invisibles y retroalimentando uno de los mayores miedos del ser humano: destacar, sobresalir y diferenciarse del resto. Lo que nos regala una peligrosísima parálisis del progreso, ya que cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, acaba por no saber incluso lo que quiere, y ese es el punto que te deja indiscutiblemente fuera de juego.

Y hablando de ser impecables en nuestra toma de decisiones, no puedo negarles cierta dicotomía interna a la hora de reflexionar sobre las diferentes noticias que han marcado la pasada semana bursátil. Por un lado las bolsas siguen un proceso de rotación cíclica, aupadas por el continuismo en las desproporcionadas medidas monetarias “no convencionales” y los estímulos fiscales, a pesar del desastre sanitario de una segunda ola, que como algunos pronosticaban está siendo mucho peor que la primera.

Afortunadamente, esta segunda cepa del covid-19 es menos letal que la anterior, aunque más contagiosa. La vuelta al confinamiento duro de países como UK está siendo contrarrestado por la autorización de emergencia de las vacunas de Moderna y Pfizer, y el avance de AstraZeneca y J&J, entre otras. Este hecho no deja de ser paradójico en cuanto a lo que mis principios económicos defienden, y es mi declarada fe en el capital privado por encima del comportamiento grupal de la sociedad y por supuesto, de la ostentación del poder. ¿Acaso algún individuo se cree realmente con la capacidad de decidir sobre millones de ciudadanos?

No puedo negar que la democracia es un gran avance respecto de otros tipos de orden social, pero no es perfecta y está sobrevalorada. Bien lo sabemos en España, donde nuestra obsoleta ley electoral nos deleita con un fenómeno cuanto menos poco democrático: los partidos de coalición deciden más que el partido ganador en minoría. ¿No sería más lógico un Gobierno de concentración, en el que la autoridad se repartiera de manera proporcional al escrutinio definitivo? Aquí parece que lo único importante es entrar en el poder, apretar la maquinaria lo suficiente para que suframos, independientemente del respaldo social, y a rezar. Es evidente que cuando un proyecto nace enfrentado y dividido en pedazos se pierde la esencia de un proyecto en común, y se centra en tratar de construir destruyendo lo genuino, a base de imposición, amenazas y boicot.

Me repetiré hasta la saciedad: ¡no acepten críticas constructivas de aquél que no ha construido nada! Y aquí se centra el quid de la cuestión, lo que nuestros irresponsables políticos no han logrado contener con una inyección de gasto público que implica un incremento de la deuda pública superior al 20% de todo el PIB de la zona Euro, lo ha logrado la inversión y el capital privado. ¿Magia? ¡No! Se llama economía de libre mercado.

Dicho lo cual, soy muy consciente de que soy la antítesis del síndrome de Solomon, y créanme que no se capea fácilmente en esta sociedad, así como de que algún puntilloso me tirará por la cabeza que las farmacéuticas han recibido subvenciones públicas para agilizar la investigación y el desarrollo, y desde aquí les adelanto que me resultan irrisorias propinas en forma de partidas si las comparamos con la mayor movilización de recursos de la historia, incluso por encima del Plan Marshall tras la segunda guerra mundial, que han llevado a cabo actualmente nuestros mediocres dirigentes con nuestro dinero.

Esto me lleva a preguntarme,¿qué coste tendría una movilización de recursos para realizar test masivos y confinamientos precisos útiles? Aislar a las personas aisladas es más efectivo y barato que aislar a toda una nación, destruyendo el tejido productivo y con nulos efectos en el propósito de evitar el contagio. Y es que el efecto de las medidas de detección actuales son tan ridículamente absurdas que cuando te comunican que eres asintomático ya han pasado los 15 días de riesgo. ¡Así nos va!

Una vez más se demuestra la ineficacia de la regulación y la arrogancia de creer que quien tiene el poder tiene el conocimiento exacto sobre la resolución de los problemas que verdaderamente nos importan como ciudadanos. Von Mises nos enseñó la importancia de la acción humana en los procesos de creatividad empresarial, y si cualquier Gobierno no es capaz de ceder con generosidad el poder hacia sus rivales, formando un Gobierno menos dividido y más representativo, ¿como va a ser capaz de solucionar el problemón que nos ha caído encima? Pues de ninguna manera, ya que la unión hacia un objetivo común es lo único que convierte un reto en incentivo para que éste nos lleve hacia la acción, lo que es el principal acicate del capitalismo de libre mercado.

La realidad es que en nueve meses hemos conseguido crear una nueva manera de vacunar la peor pandemia de nuestra generación, un hito sin precedentes para nuestra historia, tal vez al nivel de la penicilina de Fleming, algo que podemos agradecer una vez más al capitalismo. Sin embargo, la otra realidad que oscurece nuestro legado es seguir insistiendo en otorgar las medallas de la solución a aquellos irresponsables que no solamente no han logrado impedir los contagios con medidas absolutamente estériles (a los datos me remito), sino que han logrado en estos mismos 9 meses destruir nuestro tejido empresarial y endeudar ¡nada menos! el Estado de Bienestar de toda una generación.

Comprender muy bien los hechos y valorar correctamente las consecuencias de los mismos es sin duda la única oportunidad que tenemos como sociedad de ser conscientes de que ante esta tesitura el Estado tratará de usar este desastre sanitario para aumentar su ya elevada cuota de poder. Como decía Rothbard, ‘papá Estado’ consigue sus ingresos mediante coacción, amenazando con graves castigos a quienes no cedan su parte, mediante impuestos. A lo que yo añadiría ¡y es legal! Algo que obviamente nos posiciona en una desventaja esencial, teniendo en cuenta que la facturita que el Estado tendrá que pagar tras este colapso es la mayor de todos los tiempos, algo que me obliga a advertirles de que un nuevo infierno fiscal nos espera a la vuelta de la esquina. Observen amigos míos, observen… La gente hace cosas muy raras cuando es infeliz.

Gisela Turazzini, Founder CEO, Blackbird Bank