Alonso y Sainz se cuelan en la fiesta de Mercedes… y Red Bull
La cámara centró su breve plano en el seudónimo del héroe local, Alonso, acompañado de la rojigualda en la piel del MP4-31. Apenas caían unos segundos del relojero en la Q1, esa cárcel de la que han logrado escapar en 2016. El último túnel hacia la libertad de los puntos se encontraba en la siguiente sala: la Q2. La lacónica escena se completó con Fernando escondido en su casco, concentrado para salir a bailar y hacer un número que le llevará hacia un territorio olvidado.
El engaño de los Libres caería fulminado en clasificación donde, como en el final de un baile cutre de máscaras, todos destapan valientemente su personalidad real para constatar el futurible ligue. McLaren-Honda tenía por delante el reto de certificar el coqueteo con la Q3: una verdad sin presión; un engaño a contrarreloj.
El desfile siempre incómodo de la Q1, convirtió el Circuit en la frutería del barrio: ambiente cargado y todos peleándose por saber quién daba la vez. Jenson Button parecía uno de los condenados a ser de los últimos de la fila, pero una última vuelta le salvó de llevarse las manzanas de aspecto inapetente. Las reliquias fueron para Felipe Massa, y el resto de habituales, que se despistó en el calor español.
La Q2 llegaba con una mezcla explosiva de ilusión y tensión, como en una cita a ciegas, entre los cascos de McLaren-Honda. Sainz destapó el tarro de las esencias y Alonso lo olió para firmar dos vueltas de escándalo. Antes, Hamilton y Rosberg volvían a refrendar con una sencillez irritante que para verles sufrir todavía quedan meses.
Sainz y Alonso, vuelan
El upgrade de turista a preferente le ha sentado a Max Verstappen como a Xabi Alonso un Emidio Tucci. El holandés desesperaba a Ricciardo que no podía controlar los excesos de talento del niño. Un defenestrado Kvyat no aprendía a pulsar los botones del Toro Rosso y Sainz destapaba sus vergüenzas con impecable facilidad. Como Federer en sus partidos, Carlos no sudaba. Le bastaba con ir derrochando clarividencia en cada una de sus vueltas: Q3 para él; Kvyat, fuera. Hola, Red Bull.
La noticia la ponía el sombrío 14 que se iluminaba por fin como una estrella añeja que sigue conservando su mejor sabor. Fernando Alonso, con las maneras de sufrir y creer que cantaba Sabina, se coló por primera vez desde que viste el mono blanco de McLaren en Q3. Entrar allí había sido hasta ahora como Gabanna para un chaval en zapatos baratos: casi imposible. Pero esta vez el puerta premió su insistencia para colarse en la zona VIP.
En la perenne fiesta de Mercedes se habían colado por primera vez juntos dos amigos y admiradores: Sainz y Alonso. Max asustaba en el primer intento de la Q3, provocando el intuido, y lógico, recelo en el 55 de Toro Rosso. ‘Lo que hubiera hecho yo con ese RB12’, debería pensar Carlos. Con un monoplaza inferior iba a salir 8º. En carrera tocaría tambalear otra vez los cimientos del hospitality de Red Bull.
Lewis Hamilton quitaba las telarañas al crono y rompía la monotonía de Nico Rosberg. Primera línea plateada… y segunda línea con sabor a taurina. Red Bull hacía valer su aplastante superioridad aerodinámica para poner a Ricciardo en P3; Verstappen, cuarto. Daniel escondió toda la brujería para la última vuelta y tranquilizar al chaval holandés. Las canas, como al jefe, se respetan. Un respeto que Ferrari pierde lentamente: la tercera línea que roza la mediocridad. Como una Coca-Cola de segunda mano, pierden gas lentamente.
Fernando Alonso se iba a quedar décimo, no muy lejos de sus homónimos, prometiendo contienda para la carrera. Poco importaba en una tarde como esta no salir más delante. El primer imposible en sábado estaba roto: la Q3 ya era de color McLaren. En carrera, si el McLaren y, sobre todo, el motor Honda quieren, los puntos de primera categoría pueden volver a llenar sus parcheados bolsillos. Que el Espíritu Santo le acompañe.