La doble personalidad del Centro Dramático Nacional: el Cuaderno de Pitágoras y N.E.V.E.R.M.O.R.E.
La obra de Carolina África narra su experiencia pedagógica vivida en un centro penitenciario
El montaje de Xesús Ron se revela como un ajuste de cuentas sobre lo ocurrido en noviembre de 2002 con el 'Prestige'

Atención a estas dos fechas: viernes 25 de marzo y domingo 27 de marzo. Regalo de lujo la representación de El Cuaderno de Pitágoras en el Teatre Principal de Palma, producción del Centro Dramático Nacional (CDN), un aval más que suficiente. También fue un acierto escénico, seguir -dos días después- con N.E.V.E.R.M.O.R.E., aunque de impropio planteamiento.
Creado en 1978 a iniciativa de Adolfo Marsillach al objeto de dar a conocer el teatro contemporáneo, desde entonces el CDN es referente indiscutible. El sello de calidad y rigor de este teatro público señorea en cada una de sus obras y lo mismo pasa con la puesta en escena confiada a Carolina África, autora y dramaturga, además de actriz y directora, que narra en el cuaderno su experiencia pedagógica vivida en un centro penitenciario. El Cuaderno de Pitágoras se inspira en hechos reales, “fruto de la experiencia vivida en años de voluntariado”, nos recuerda el programa de mano. Algo que puedo entender bien, porque durante los 90 colaboré con el Centro Penitenciario de Palma, ayudando a los reclusos de Radio Centro a desarrollar su lado creativo. Juntos ganamos en 6 ocasiones el Premio Nacional de Radio que convocaba Instituciones Penitenciarias aceptando la asesoría externa.
Cabe imaginar, aunque no necesariamente lo sucedido, que entre el público hubiese abundancia de voluntarios y asistentes sociales que alguna vez han pisado la cárcel de Palma, y de ser así la emoción debió ser desbordante, al asistir a un relato que, efectivamente (de nuevo el programa de mano), nos acerca situaciones con tintes hiperrealistas «desde una mirada fragmentada, íntima, desprejuiciada, por momentos muy divertida». Hay una frase capital que puede pasar inadvertida, pero que apunta al corazón de la trama y dicha sobre las tablas: «No juzgamos, solo acompañamos».
Cuanto sucede en el módulo 4 es el relato de un ejercicio que prima siempre ponerse en la piel del otro; jamás endulzando situaciones, siempre buscando el acercamiento. El público ve a presos y voluntarios que les guían en su autoafirmación.
En efecto, esta obra es en sí misma una mirada fragmentada. El mérito de la dramaturgia es la manera en que se hilan y conectan las distintas escenas hasta crear un mosaico de vivencias entre los muros y fuera de ellos.
El casting es magnífico desde el momento en que el cuadro de intérpretes liderado por Manolo Caro y la diva de las telenovelas venezolanas, Gledys Ibarra, se mimetiza asombrosamente con el ambiente carcelario. Los ocho en este reparto coral están sembrados en sus caracterizaciones, en especial Emmanuel Cea, que cuadra magistral el estereotipo del recluso, además de provocar las situaciones más hilarantes. También las músicas seleccionadas por Carolina África contribuyen a la mística del relato en especial el cuadro mientras suena El sitio de mi recreo de Antonio Vega, viendo evolucionar a Manolo Caro escribiendo compulsivamente en el cuaderno: bellísimas las imágenes. Un auténtico goce estético. También el flash con Back in Black de los australianos AC/DC. Es solo una instantánea, pero de una aparatosa y resplandeciente fuerza visual. Mientras Los Panchos escriben la cotidiana banda sonora del día a día carcelario. ¿Qué decir de la escenografía, que se debe a la reputada escenógrafa y figurinista Ikerne Giménez?
Precisamente, ese ambiente de pasillos, escaleras y espacios entre barrotes, es la coartada perfecta que en sus cambiantes combinaciones hace posible que el espectador transite con naturalidad por este recital de ensamblajes. Un último apunte a propósito del título y que entiendo bien. La autora nos cuenta que fue un error, porque originalmente era Cuaderno de Bitácora, pero un recluso mientras trabajaba en la obra de teatro confundió el nombre y como un homenaje a la experiencia Carolina África decidió dejarlo así.
Me pasó a mí cuando una reclusa todavía adolescente estaba en el locutorio leyendo ante el micro su experiencia personal. Empezó a romperse y los funcionarios querían parar la grabación pero me adelanté, entrando en el locutorio para acariciarle suavemente los hombros y así ella pudo terminar en paz su relato. Era su instante Pitágoras. Un ejemplo, esta obra, de nuestro compromiso permanente con la reinserción. Lo mismo se podía observar al transformar el Principal en teatro de centro penitenciario, obligándonos a ser partícipes directos de la experiencia en lugar de simples espectadores.
La segunda visita -en dos días- del CDN al Teatre Principal de Palma, esta vez en coproducción, merece mayor detenimiento en relación al contenido puesto que hablamos de un panfleto (“apología de determinada ideología” nos dicta el diccionario) y vale la pena entonces analizar su oportunidad. La dramaturgia y dirección la firma Xesús Ron (XRON), y de antemano, debe reconocerse lo espectacular de su puesta en escena.
Pero no quedaba otra que hacer preguntas antes de entrar en materia porque esta coproducción se presentaba como “un ejercicio de memoria colectiva”, justo cuando se cumplen 20 años del desastre medioambiental del Prestige.
Chévere viene avalada con el Premio Nacional de Teatro 2014, o sea en los tiempos del Gobierno Rajoy, y se nos revela N.E.V.E.R.M.O.R.E., visto lo visto, como un ajuste de cuentas redivivo sobre lo ocurrido en noviembre del año 2002. La primera pregunta sería, ¿por qué el título? Nos dicen, que se inspira en el poema de Edgar Alan Poe, The Raven(1845), aunque en realidad sólo es la expropiación de una expresión que se repite al final de cada estrofa, never more (nunca más), con demasiado parecido a Nunca Mais. Aunque el poema en realidad nos habla de la pérdida de la persona amada, girando el verso en torno a la angustia tormentosa del sujeto frente a la muerte como destino inexorable.
Podría entender que esta gente estrujase la visión del poema en lo referido a reflejar un estado anímico y llevados por tópicos, lo confundieran con el apocalipsis ecológico. Lo que nos situaría ante un fraude en toda regla y en este sentido conviene recordar que XRON, en aquellos días aciagos era miembro muy activo de la plataforma Nunca Mais.
La respuesta a esta expropiación solo cabe interpretarla como algo gratuito, porque nada tiene que ver salvo subrayar la impostación de Nunca Mais, ya entonces el brazo armado de un ejercicio de manipulación masiva. Segunda pregunta: ¿El Prestige fue un pretexto para movilizar a la izquierda para el derribo del Gobierno de José María Aznar? Los profetas del Apocalipsis en fila, siendo pioneros en el ejercicio de la no verdad, hoy tan en boga, pero acudiendo al corazón del poema: “Tinieblas nada más / Murmurar nada más/ ¡El viento y nada más!”. Never More… o sea, Nunca Mais.
¿Será que Chévere hace su juego al gusto de la izquierda radical? ¿Será que Chévere es el tapado del BNG? Porque en ningún momento se reconoce lo obvio: un desastre de estas características siempre es culpa de la empresa que fleta el barco, no del Gobierno en cuyas costas sucede el accidente. Los errores iniciales, que no continuados, alimentaron una situación a beneficio de una izquierda que no reparó en aspavientos para calentar el ambiente.
Es absolutamente diabólico, interpretado desde el presente escénico, que se ridiculicen las ayudas –importantes- del Gobierno Aznar tras la tragedia, si tenemos en cuenta que lo sucedido en la isla de la Palma no ha recibido los apoyos prometidos por un Gobierno –hoy- precisamente de izquierdas.
¿Esta es la verdadera actitud de la izquierda ante la urgencia teatral de dar respuesta a cuanto está sucediendo hoy en día? Irónicamente, esta obra se construye a partir de la llamada de socorro de las autoridades sanitarias al objeto de recabar de la población civil material de protección ante la nula acción al inicio de la pandemia del Gobierno de Pedro Sánchez. En lugar de preguntarse ¿qué estaba pasando?, ¿qué funcionaba mal?, en Chévere decidieron mirar para otro lado y sacar del archivo el chapapotegate.
La obra en definitiva es ejercicio de radicalismo interesado que se beneficia de la tutoría del Centro Dramático Nacional para una puesta en escena muy atractiva, con segunda parte excelente dedicada a un homenaje (o plagio) a la película de Orson Welles de los años 40 The war of the worlds porque es un remake del programa de radio que conmocionó América. El calco es milimétrico, magistral también, y si alguien ha tenido la oportunidad de ver la película (yo sí) lo identificará de inmediato.
Sentí una profunda decepción al ver una generosa disposición de recursos, en los que no afloraba en ningún momento el mínimo sentido crítico hacia cuanto sucede en la actualidad; solo la exaltación de un caducado realismo socialista, buscando la complicidad del público sin más, como así ocurrió. Una triste y vistosa estampita ideológica, después de ver El Cuaderno.