EL CUADERNO DE PEDRO PAN

Del café para todos a las lenguas empastadas

La última ocurrencia de la corrección política exige a Netflix hacer producciones en catalán, con el agravante de querer imponer este sancta sanctorum a la empresa privada y encima multinacional

Las series más vistas de Netflix
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Un servidor, que creció durante el último cuarto de siglo de la dictadura, es plenamente consciente de la necesidad de Manuel Clavero de pronunciar la célebre frase, «café para todos», auténtico embrión del Estado autonómico.

Las nuevas generaciones de aquellos días, como la mía, no sabíamos lo que iba a ocurrir, desaparecido el dictador. Habíamos crecido razonablemente y solo faltaba la referencia política. La expresión «con Franco se vivía mejor», que ahora pretende castigar la Ley de Memoria Democrática, en realidad lo que nos refiere es el desahogo de la juventud viviendo ajena a las tensiones sociales, mientras los padres iban levantando poco a poco una realidad que por primera vez superaba las miserias y las luchas cainitas del pasado.

El famoso consenso del 78 venía a darle identidad a una nueva realidad que se traduce en décadas de convivencia en libertad y desarrollo continuado.

Ahora peinamos canas, hemos votado democráticamente multitud de veces y empezamos a comprender el error de aquel «café para todos», que tan mal han interpretado generaciones posteriores. Lo del artículo 151 y las pausas, para el resto de los territorios, ha degenerado en los reinos de tifas que han acabado por configurar el actual Estado de las autonomías: miniestados, en un ordenamiento constitucional fallido, por dejación de responsabilidades.

Sin ir más lejos, la cooficialidad de las lenguas en determinados territorios, que nos ha conducido a ser el único país del mundo civilizado en el que se prohíbe o minimiza el uso de la lengua común. Pero hay más: con planes de estudios que permitían explicar la historia desde una óptica local interesada en subrayar supuestas especificidades, que nos convertían en diferentes. La pluralidad, vamos, transformada en identidad parcelada e irreconciliable.

Ésta ha acabado siendo la consecuencia del «café para todos» de Clavero y su evolución posterior ya la conocemos. El artículo 151, que se redactó con la mirada puesta en satisfacer y aplacar a Cataluña, País Vasco y de rondón Andalucía, ha ido derivando hasta sobrevenidas identidades: la Comunidad Valenciana, Navarra, Baleares, Galicia y echando mano de la ficción de los dialectos ya se han sumado a la fiesta Asturias y Aragón. De momento.

Llegados a este punto de desafección, originada por la ingeniería social que no ha sabido –o no ha querido- corregir el orden constitucional, tenemos un país, España, que ya no lo reconoce ni la madre que lo parió.

En esas, llega Vox reclamando recuperar competencias, como la Educación y Sanidad –porque la tarjeta sanitaria del ciudadano español no es una, sino diecisiete-, y el rasgamientos de vestiduras (¡fascistas!) ya está servido. No es menor el escándalo ante la simple propuesta de la necesidad de repensar el Estado autonómico. La última ocurrencia de la corrección política exige a Netflix hacer producciones en catalán (después el vasco, luego el gallego y finalmente los dialectos), con el agravante de querer imponer este sancta sanctorum a la empresa privada y encima multinacional. ¡Tócate los…!

Repensamos el presente o nos vamos al rincón vergonzoso de la historia y mientras tanto, acompañando el café para todos con lenguas empastadas al no plantear la necesidad de armonizar diferencias, en lugar de enfrentarlas.

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