Colón era mallorquín, palabra de domingo

Colón era mallorquín, palabra de domingo

Cada año, cuando llega el 12 de octubre, vuelvo a pensar en Cristóbal Colón. No en el de los libros de texto, con el dedo señalando el horizonte en los cuadros del museo, sino en el tipo real, con su barba, su mal humor y su obsesión por que el mundo fuera redondo. Y siempre me acuerdo de esa teoría que dice que Colón era mallorquín. Sí, mallorquín. Que no era genovés ni hijo de un tejedor italiano, sino un hombre del Mediterráneo con más secretos que una telenovela de sobremesa.

Cuando lo cuento, la gente suele reírse. «¡Anda ya!», me dicen, como si afirmar que Colón era mallorquín fuera lo mismo que decir que Elvis vive en Albacete. Pero, ojo, los que han estudiado el tema aseguran que hay papeles, pistas y hasta giros de lenguaje que apuntan a las Baleares. Que el hombre escribía con expresiones que no cuadran con un italiano del siglo XV. Que se movía por la corte con un aire de quien ya conocía el paño. Y que, sobre todo, hay un misterio demasiado grande para ser casualidad: nunca dijo de dónde era.

A mí eso me fascina. Porque los héroes de la historia suelen venir con biografía clara y retrato de perfil bueno. Pero Colón era un hombre que se reinventó. Si era mallorquín, y la hipótesis tiene su gracia, tal vez se cambió el nombre, se inventó una genealogía y convenció a los Reyes Católicos de que le dejaran cruzar medio mundo. Eso, más que un navegante, es un artista de la supervivencia.

Pienso en él y me lo imagino en una taberna, contando su historia por enésima vez: «Yo soy Cristóbal Colón, descubridor de nuevas rutas». Y todos asintiendo sin atreverse a preguntarle de dónde había salido exactamente. Porque en España nos encanta el misterio siempre que no nos obligue a leer demasiado.

Cada 12 de octubre, cuando veo los desfiles y los discursos solemnes, me pregunto si no sería más divertido celebrar el Día de la Hispanidad con un poco de duda, con algo de ironía. Si Colón fue mallorquín, ¿no cambia todo un poco? El descubridor del Nuevo Mundo habría zarpado desde nuestra isla, como si el destino ya le hubiese entrenado para navegar lejos.

Quizá deberíamos rendirle homenaje con menos pompa y algo más de humor. Colón, al fin y al cabo, era un tipo que se perdió buscando otra cosa. ¿Qué hay más español que eso? Nos pasamos la vida buscando las Indias y acabamos topándonos con América: así somos, especialistas en tropezar con hallazgos.

El misterio de su origen, más que restarle mérito, lo hace humano. Tal vez quiso ocultarlo para empezar de cero, para que lo juzgaran por sus logros y no por su cuna. O tal vez simplemente disfrutaba del secreto, como quien sabe algo que los demás nunca descubrirán.

Así que este 12 de octubre, entre tanta bandera y tanto discurso grandilocuente, yo brindaré por Colón el mallorquín, el desconocido, el hombre que navegó sin GPS y sin Facebook para contarlo. Porque, seamos sinceros, lo mejor de las historias no es saber la verdad, sino poder seguir contándolas.

  • David Gil de Paz es portavoz adjunto de Vox en el Consell de Mallorca.

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