EL CUADERNO DE PEDRO PAN

El calendario ‘woke’ de Fotogramas

No se había llegado al extremo de manipular algunas películas para confeccionar un calendario woke y eso es precisamente lo que ha hecho Fotogramas

calendario woke fotogramas
Una de las actrices que sale en el calendario de Fotogramas.

Estábamos al corriente de esa militancia izquierdista de buena parte de la industria cinematográfica española, incluso puede que toda ella. Pero no se había llegado al extremo de manipular algunas películas para confeccionar un calendario woke y eso es precisamente lo que ha hecho Fotogramas, en plan doce meses, doce causas.

Así, las hojas de los seis primeros meses del año se presentan en este plan: enero (ecologismo), febrero (justicia), marzo (diversidad), abril (tolerancia), mayo (empoderamiento) y junio (integración). En el encabezamiento se nos dice que «el cine ha defendido, incluso en tiempos en que ese tren de vanguardia era complicado, valores imprescindibles con los que llenar siempre el equipaje de mano».

También se apunta: «Algunas de las más rutilantes estrellas de Hollywood a través de películas hicieron historia, pelearon por conseguir un mundo mejor, defendiendo una ética que hoy es más necesaria que nunca».

Quiero subrayar eso de «más necesaria que nunca», unido al encabezado de meses a mayor gloria del wokismo. El mensaje apunta sin despeinarse que estos principios, debidamente tergiversados, son indiscutibles.  

Pero el carril de pensamiento en este calendario es unidireccional y siempre condicionado por el subtítulo que acompaña a cada mes, que cabe entender un subliminal lavado de cerebro. Pongamos por caso, el mes de junio y esa llamada a la integración. La fotografía que ilustra el mes se corresponde a Los mejores años de nuestra vida (1946) y con esta leyenda adicional: «Hombres de regreso a casa después de la guerra se descubren desubicados y marginados. La integración es el valor que descubre la película».

Vamos a ver. En el diccionario woke, integración es un vocablo que llama al abrazo incondicional de la multiculturalidad en Occidente, un dogma que no consiente desviación alguna. En cambio, la película de William Wyler en realidad habla del regreso a casa, después de la guerra y llevando el trauma a cuestas, primando el reconocimiento del dolor y la tragedia, compartidos, después de vivir una situación absolutamente traumática y antinatural. 

Lo mismo pasa con el ecologismo sacrosanto que quiere representarse en la comedia Mister Deeds, apelando dicho calendario a que «ni una herencia   millonaria, ni tener que ir a la ciudad, acabarán con la conciencia ecológica de Adam», apostillando que «Adam Sandler recorre en ecológica bicicleta su aldea local». En realidad, estamos hablando de una película cómica que protagoniza un cómico del montón y pretende relacionar al pobre aldeano –que en efecto va en bicicleta como es lo corriente- con una herencia que no se esperaba y además le viene grande, pero manteniendo intacto su espíritu ecologista. Es que me cago. ¡La cosa va de engaños, no de ecología! 

La ideología woke, que ampara la cultura de la cancelación para afianzar la corrección política como la única verdad revelada, es un fenómeno que nace en las influyentes universidades de los EEUU allá por los años 70-80 y en consecuencia, inyectando su sectarismo radical en aquellos principales templos del pensamiento y la sabiduría hasta convertirlos en mercadillos de chatarra ideológica que funciona en una sola dirección. ¿Qué respeto puede merecer, ahora mismo, el señalamiento de Harvard, Yale o Princeton?

Un ejemplo, especialmente sangrante, es la tolerancia omnipresente en el mes de abril, acudiendo a la película Matar a un ruiseñor (1962), dirigida por Robert Mulligan en 1962, adaptación a su vez de la novela de Harper Lee, que narra la épica del abogado Atticus Finch, que antepone integridad moral a los prejuicios de la comunidad. Es un insulto que la ideología woke pretenda equiparar la integridad moral con tolerancia, cuando por sistema se tacha de fascista a quien antepone su integridad a los dictados de aquel pensamiento único que ha secuestrado el valor supremo de la tolerancia.

No sé en qué estaría pensando el figura que recibió el encargo de diseñar el calendario de Fotogramas. Una revista radicada en Barcelona, de donde es natural el actual ministro de Cultura, Ernest Urtasun, de Más Hamás Sumar y además, con la llave de las prebendas al cine español, siempre y cuando sea obediente a la religión woke. Solo así se explica este despropósito, que consiste en hincarse de rodillas ante el repartidor del dinero público que no es de nadie, en expresión de la mayúscula incompetente Carmen Calvo.

Otra palabra de moda en el universo woke es empoderamiento, elegido a la hora de encabezar el mes de mayo con la película Adivina quién viene esta noche, dirigida en 1967 por Stanley Kramer, contando en el reparto con dos grandes: Spencer Tracy y Katharine Hepburn. Sería bueno que el perro faldero encargado de diseñar el calendario supiera algo de la segregación racial en aquella época. Empoderamiento, mi muchachito o muchachita, lo que refiere según la RAE es «hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido», que por supuesto no es el caso.

En realidad, asistimos a la historia de dos jóvenes con titulación superior y  de diferente raza, que comunican a sus respectivos padres que se quieren casar, con la natural oposición de unos (blancos) y otros (negros). No se debe olvidar, que estamos en 1967. Al final triunfará la decisión de apoyar la decisión de sus hijos, de manera incondicional, sabiendo del riesgo que implicaba en aquellos momentos. ¿Empoderamiento? ¡No jodáis!

El empoderamiento es, sin ir más lejos, darle visibilidad activista a quienes militan en el colectivo feminazi y LGTBI; ellas con su 8-M y elles, en plan Orgullo Gay. No hay voluntad de integración, sino de enfrentamiento sin tregua. Total, que he puesto el calendario en la cocina, justo por encima del cubo de la basura, que es el lugar que de verdad le corresponde.  

A mí no me tienen que enseñar la historia del cine acudiendo a subterfugios que no dejan de ser «excusas artificiosas», de nuevo la RAE. Que me digan que soy fascista, si lo prefieren. Porque no me cagaré en los pantalones si es lo que pretenden, como sí ocurre desgraciadamente con el centroderecha.

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