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El bueno, el feo y el malo (III: el malo)

El bueno, el feo y el malo (III: el malo)

NOTA: Este es el tercer escrito de una trilogía de artículos sobre nuestra relación diaria con la tecnología. De ahí el paralelismo con la película, en la que cada uno de los tres personajes nos mostraba una cara distinta para llegar a un mismo objetivo: la conquista del tesoro.

Cara A: Cada vez que entras al feed de Instagram ves cómo cientos de instagramers tienen caras sin una sola arruga; inconscientemente, quieres ser como ellos y das like. A continuación, recibes publicidad de un producto estético en la que una famosa -que sigues- pone su cara, das like, y sin aceptar ningún término ni condición te lleva a un formulario que se autorellena con tus datos (qué fácil). Dudas, pero finalmente aceptas. Te llaman. Y vas feliz buscando una cara tipo Instagram.

Cara B: El algoritmo de Facebook (que es el mismo de Instagram) analizó emocionalmente tus likes. Predijo, y te envío, una publicidad que te iba a tocar emocionalmente. Sí, analizan tus emociones en los primeros 7 segundos de conexión. Compartes tus datos de Instagram con la empresa que hace la publicidad. Instagram acaba de vender un lead.

 Cara A: Vas a Google, y escribes “mejores restaurantes”. Te da un listado cerca tu casa, cambias las palabras y adicionas tu ciudad, así que te da una nueva lista de restaurantes. Lees las críticas y eliges el que te parece mejor. Vas al sitio, no te gusta, la comida no está buena, y es carísimo. No entiendes cómo lo elegiste.

Cara B: Google te tiene geolocalizado, por ello te da restaurantes cerca de ti. Al agregar la ciudad, te da opciones que no corresponden a lo que tú crees que es un buen restaurante, sino a lo que algoritmo determina para ti. El algoritmo va a valorar si el restaurante tiene SEO (si paga publicidad), si tiene SEM (reseñas en internet como Trip Advisor), y rastrea la interacción de las personas con ese sitio (likes en redes). A Google poco le importa si el chuletón es de buena calidad, o si el ambiente es divertido. Sus decisiones  tienen otro sistema de valoración. Toda esta operación la hace en milisegundos, te saca una lista, y tú “crees que has descubierto” el secreto mejor guardado de la ciudad.

Dicho esto hablemos de libertad y de libre albedrío. Los humanos hemos librado incluso batallas en nombre de la libertad y del libre albedrío. El tema ha llenado cientos de páginas de religiosos, filósofos, psicólogos, políticos e intelectuales, tratando de dar sentido a nuestro devenir histórico y moral en la historia.

La libertad para Aristóteles es “la capacidad de elegir acciones motivadas por leyes racionales de lo que es deseable o debido, pero también de elegir lo contrario”. El libre albedrío es la capacidad que tenemos los humanos para decidir entre múltiples posibilidades que se nos presentan.

En ambos conceptos se repiten los términos elección, decisión, opciones. Estas palabras se encuentran asociadas a nuestra inteligencia, y a lo largo de la historia nos han hecho desarrollar nuestro intelecto, e incluso nuestro propio sistema de valores éticos.

Sin embargo, ¿podríamos afirmar que tanto la libertad como el libre albedrío son compatibles en mi interacción diaria con la tecnología?

Aunque no creo que la solución sea una nueva Rvolución Francesa con el fin de  guillotinar a Mark Zuckerberg en búsqueda de la libertad, creo que si seguimos aceptando que las máquinas decidan por nosotros, no sólo perderemos la libertad, sino también confianza, creatividad, pensamiento crítico, juicio, posibilidad de equivocarnos, y sobre todo nuestra propia humanidad.

Si esto continua así, y no hacemos nada para cambiarlo, no te extrañe que un día sean las máquinas las que decidan sobre la existencia humana. A fin de cuentas el algoritmo puede predecir cuál será nuestro libre albedrío.

 

 

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