No habrá paz para los malvados

No habrá paz para los malvados
maria-jamardo-20160428-interior

Un hombre de paz no busca notoriedad, ni polémica, ni provocación. No es, ni podrá ser nunca, un hombre de paz quien se dedica a divulgar ideologías envenenadas y perseguir fines abominables, justificando cualquier medio empleado para lograrlos. La sola presencia de Otegi en el Parlamento Europeo provoca náuseas. Su discurso cínico y deliberadamente conciliador, asco mayúsculo. Ver a Otegi en el Parlamento Europeo es tan insoportable como lo habría sido ver a un pederasta en un colegio hablando sobre derechos de la infancia. No es que hubiese sido menos culpable por no hacerlo, ni siquiera más digno, pero al menos habría demostrado un mínimo de esa humanidad que dice defender en forma de derechos si al salir de la cárcel nos hubiese ahorrado sus mítines y se hubiese ido a su casa sin hacer ruido.

Pablo Iglesias y los suyos – los mismos que ven a Otegi como hombre de paz, pero se abstienen de pedir la libertad para Leopoldo López- con la connivencia de IU y Bildu, ejercen de anfitriones. Tatúenselo. Nacionalismo y comunismo, independentismo y populismo van de la mano, necesariamente. Porque ofrecen soluciones a los ciudadanos para unos supuestos conflictos que ellos mismos han diseñado, porque ambos proporcionan una identidad colectiva para todos aquellos que se sienten agraviados, discriminados e incomprendidos, porque marcan una distancia artificial (con terminología propia) y por tanto violenta e irreconciliable entre dos bandos… ellos y nosotros, vencedores y vencidos.

Sánchez y el PSOE guardan silencio para no incomodar a Podemos. Nada sorprendente. Desde que Zapatero regaló a una ETA moribunda su proceso de paz ofreciéndole un crédito que los terroristas amortizan a conveniencia, la banda ha suavizado sus métodos porque le gusta lo que sucede, el qué y el cómo se están desarrollando los hechos. ETA sólo ha dejado de matar —pero no ha muerto— precisamente porque ha conseguido lo que se proponía: normalizar institucionalmente la violencia y a los violentos. Es una canallada. Haber llegado a ese punto de convertir la democracia en una ideología de paz y tolerancia, abandonando su auténtica naturaleza como herramienta ciudadana de participación política. Permitir a quienes se la atribuyen como reivindicación propia, y con la boca llena de ella, que nos obliguen a aceptar como legítimo lo insoportable. La apología del terrorismo es delito. La apología de la democracia-clínex que limpia y abrillanta la más grave enfermedad autoinmune para el Estado de Derecho, el terrorismo, debería serlo.

Para negociar la paz es imprescindible que haya existido guerra y no es el caso. La paz ya la teníamos. Otegi no ha contribuido en nada a ella, salvo para dinamitarla. La dictadura de las armas es cosa suya y de los suyos, unilateral e impuesta. No puede darnos lecciones de Derechos Humanos quien los ha violado sistemáticamente. No le debemos nada. No seamos tan ingenuos como para creer que la solución a un problema podemos encontrarla en su misma causa. Los asesinos como Otegi son asesinos, ya sea en una cárcel o en un Parlamento. Y no habrá paz para los malvados. No habrá paz para ellos con una sociedad estoica y firme. Enfrente.

Lo último en Opinión

Últimas noticias