Una mujer descubre a los 41 años que es autista: «He vuelto a nacer»
Una investigación identifica 60 nuevos genes del autismo
¿Por qué las mujeres autistas tienen mayor riesgo de padecer enfermedades mentales?
Ansiedad, depresión, fobia social, agorafobia o trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) son algunos de los diagnósticos que recibió Sara Codina antes de saber, hace dos años y medio, ya con 41, que en realidad es autista, y «descubrirlo fue como volver a nacer», asegura.
Durante más de 30 años, los especialistas a los que acudía Codina, que acaba de publicar el libro «Neurodivina y punto» (Ed. Lunwerg Editores), relacionaban sus síntomas con episodios de ansiedad o depresión, cuando, «en realidad, la ansiedad y la depresión eran consecuencias del trastorno del espectro autista (TEA)».
Según explica Codina, que dirige una escuela de música en Barcelona y es madre de gemelos de 14 años, los sucesivos «diagnósticos erróneos» guardan relación con que «los criterios de diagnóstico de TEA están demasiado enfocados a niños y esto dificulta las valoraciones en adultos».
«Además, hace unos años, las niñas estaban educadas para cuidar y quedar en un segundo plano, por lo que ciertas actitudes, como no ser recíproca en una conversación, que no tiene correlación directa con ser autista, pero que puede sugerirlo, no extrañaban a los profesionales», afirma.
Después de más de cuatro décadas «siendo autista sin saberlo», un «psiquiatra especializado en la afectación del autismo en mujeres» revisó los distintos diagnósticos que había recibido Codina, estudió cómo había sido su vida y le recomendó que se hiciera las pruebas para saber si tenía TEA.
«Sentí una euforia espectacular cuando, después de someterme a los respectivos test, observaciones, entrevistas y pruebas psicológicas, descubrí qué era lo que tenía. Fue como volver a nacer. Es muy duro saber que te pasa algo y no poder definirlo, así que ordenar las preguntas que acumulé durante toda mi vida fue un alivio», rememora.
«No dejas de ser autista, porque el autismo es una condición del neurodesarrollo y no tiene cura, pero saber que lo sufres te permite trabajar en ello y ‘desaprender’ conductas que has interiorizado a lo largo de los años para aprender a construir tu vida de una forma más sana», detalla.
Codina asegura que un diagnóstico a tiempo le habría cambiado la vida porque «podría haber aprendido a poner límites desde pequeña, a no forzar el querer pertenecer a un grupo, a desarrollar herramientas para tener autoestima o a quererme».
«Si hubiera sabido antes que era autista, habría podido mejorar la relación con el entorno, ya que los demás no pueden entenderte si no te entiendes a ti misma».
«Cuando expliqué que era autista, las personas de mi alrededor entendieron por qué hacía tantas bombas de humo», en alusión a que desaparecía muchas veces sin decir nada, expresa entre risas.
Ahora, tras recibir el diagnóstico correcto y trabajar su condición, quiere «dar voz a las niñas que estuvieron, pero no fueron, para que puedan ser ellas mismas desde pequeñas y no cuatro décadas más tarde».
Ser autista sin saberlo
Durante los años que Codina vivió sin saber que era autista, «normalizó» conductas que ahora considera «alarmantes», como los pensamientos suicidas, se sentía «un bicho raro» y notaba que «no encajaba», pero desconocer qué tenía le impedía explicarse, aunque «lo necesitaba», y lo único que podía expresar era: «soy diferente».
«Siempre me costó más que al resto, por ejemplo, conversar en un ascensor. Pensar que podía encontrarme con alguien que pudiera interpelarme me producía miedo, por si al hablar me repetía o hacía ruidos, y prefería subir por las escaleras, aunque fueran 30 pisos», recuerda.
«De más pequeña -añade-, no tenía la facilidad que suelen tener los niños para interactuar entre ellos ni sentía la necesidad de jugar en grupo. No me importaban los temas de los que hablaban las niñas de mi edad y prefería aprender sobre, por ejemplo, la empresa, pero lo hacía sola en mi casa».
El espectro del autismo
Codina expone que el autismo suele ir acompañado de otras patologías como TDAH, trastornos de conducta alimentaria (TCA), discapacidad intelectual, epilepsia, ansiedad o depresión, entre otras, y que el Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) clasifica el TEA en tres niveles distintos en función de la ayuda que necesite cada persona durante su día a día.
En su caso, el trastorno, acompañado de TDAH, llega al nivel uno -«un autismo que, hace años, se diagnosticaba como síndrome de Asperger»- y el tratamiento -medicación y terapia- se adapta en función de «los síntomas de cada etapa».
Codina expone que la terapia ocupacional con integración sensorial «es esencial para que la vida de alguien con autismo sea más fácil, pues ayuda a desarrollar estrategias para la hiposensibilidad y la hipersensibilidad, que casi siempre van de la mano del autismo».
«En mi caso -remarca-, sufro hipersensibilidad auditiva. Si escucho un ruido de petardo o lo preveo, huyo. Puedo salir corriendo y cruzar una calle sin mirar si vienen coches, tirarme al suelo y ponerme a llorar o desmayarme. También puedo activar ‘mecanismos de supervivencia’, como desconectar hasta el punto de ser incapaz de contestar si me interpelan. Pierdo el control sobre mí».
Ayudar a una persona autista
Codina subraya que la clave para que un autista establezca relaciones con éxito es que la persona con TEA explique su condición y que sus interlocutores «escuchen de verdad».
«Preguntar también es importante. Yo necesito anticiparme a todo y antes de ir a un sitio querré saber quién va, cuántas personas habrá y cómo es el lugar, y ensayaré posibles conversaciones ante el espejo. De la misma forma, también me gusta que me pregunten qué necesito antes de ir a un sitio o que quiero saber acerca del plan», concluye.
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