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Epilepsia: el secreto para mantenerla a raya está en dormir bien

Acaba de celebrarse en Roma (Italia) el Congreso Europeo de Epilepsia (EEC) organizado por la Liga Internacional contra la Epilepsia (ILAE). En este encuentro científico Arjune Sen, profesor en la Universidad de Oxford (Reino Unido) ha advertido que la mala higiene del sueño no solamente puede hacer que se presenten crisis epilépticas en pacientes ya diagnosticados, sino que incrementa las probabilidades de que desarrollemos la enfermedad en «un círculo vicioso del que es difícil salir».

De hecho, Sun ha explicado que, en personas mayores, la falta de sueño, la depresión y la demencia forman una especie de «Triángulo de las Bermudas” donde se «crean» numerosos nuevos casos de epilepsia.

Para Eugene Trinka, moderador de la sesión y miembro del comité científico del congreso, la atención a los factores de riesgo de epilepsia en la población mayor es «un imperativo de salud pública». De hecho, ambos expertos han coincidido al señalar que hay estrategias que pueden ayudar a reducir el riesgo de epilepsia por la vía de la prevención: cuidar la higiene del sueño es una de ellas, y es importante, han señalado. Otras serían las que ya se recomiendan de forma habitual para prevenir las enfermedades cardiovasculares: actividad física, cuidado de la dieta…, porque son intervenciones que mejoran la salud del cerebro, además de la del corazón.

Sueño suficiente y de calidad

El sueño afecta a las crisis epilépticas de muchas formas, aclaran. Durante los ciclos de sueño normales se producen cambios en la actividad eléctrica y hormonal del cerebro. Esos cambios pueden guardar relación con el hecho de que los pacientes que duermen peor tienden a tener más crisis, a veces únicamente por ese motivo y en otras ocasiones en combinación con otros factores de riesgo.

No existe un «número mágico» de horas de sueño que se pueda definir como «sueño suficiente» para todo el mundo. Mientras hay personas que se encuentran bien descansadas con cinco horas de sueño nocturno, otros pueden necesitar 8, 10 e incluso más. En general, se considera que entre 7 y 8 horas son suficientes, pero también hay que tener en cuenta la calidad del sueño. Si una persona duerme menos de lo que necesita durante un tiempo prolongado, se considera que padece falta de descanso nocturno.

Un sueño de calidad se nota en que nos encontramos bien y descansados al despertar y que tenemos energía suficiente a lo largo del día. Despertarse varias veces por la noche o tener un sueño agitado son algunas de las cosas que hacen que empeore la calidad del descanso nocturno.

Las dificultades para dormir bien son un síntoma frecuente de depresión y ansiedad. Si se prolongan durante más de dos semanas o la persona experimenta otros síntomas que afectan al estado de ánimo, ha llegado el momento de hablar con el médico.

Comer o beber poco antes de irse a dormir, además de consumir café y otras bebidas con cafeína, o alcohol, son algunos de los hábitos que pueden hacer que durmamos peor.