Ucrania, cansada de Poroshenko

Ucrania, cansada de Poroshenko

En las elecciones presidenciales celebradas este domingo en Ucrania no sólo ha ganado un cómico. Los titulares de medio mundo anuncian que Vladímir Zelenski, el ‘Beppe Grillo’ de la sociedad ucraniana, se alzó victorioso con un 30% del apoyo popular frente a Petro Poroshenko, presidente durante los últimos cinco años. La victoria de Zelenski es también un torpedo a la línea de flotación de Washington y de los cimientos de la política exterior
comunitaria en Bruselas. Desde los acontecimientos del ‘Euromaidan’, los líderes políticos de las grandes potencias occidentales, empezando por EE.UU., pasando por Alemania, Francia, Reino Unido, y acabando por el resto de los países comunitarios, vieron que tenían ante sí una
gran oportunidad para aupar y posicionar a alguien que hiciera todo y cuanto fuera para sacar a Ucrania de la órbita rusa. El llamado ‘rey del chocolate’, Petro Poroshenko, fue la persona que Occidente apoyó para acometer la occidentalización del país.

Sin embargo, la conocida también como Revolución de la Dignidad ha terminado en fracaso descomunal y a un coste elevadísimo. Más de 13.000 muertes se han producido en el conflicto que vive el Este del país, entre las tropas gubernamentales y los separatistas. Aunque no haya espacio informativo habitual sobre esta guerra en los medios españoles, decenas de miles de personas, ciudadanos corrientes, viven sometidos bajo el albedrío de las bombas, los proyectiles y todo cuanto hace inescrutable no solo el mañana, sino incluso el próximo minuto.

La guerra civil que este mes cumple su quinto aniversario ha sido el único foco de atención para el presidente Poroshenko desde que llegó al poder. Imaginó que centrando el discurso en la construcción del enemigo ruso iba a tener réditos electorales cinco años después. Pero lo que el todavía presidente midió mal era la causa real del hartazgo de la población ucraniana.

Pensó que “desrusificando” Ucrania iba a aportar más apoyo occidental y más respaldo ciudadano. En lo primero acertó, en lo segundo se equivocó. Precisamente, es eso lo que le ha dado la victoria a Zelenski. Los ucranianos están hartos de que la corrupción política lleve instalada décadas en la vida política nacional y Poroshenko, que siempre se ha mostrado cual político
occidental con careta montesquiana, liberalizadora y demócrata, realmente no ha hecho nada para acabar con la corrupción, el nefasto sistema judicial, y los asesinatos indiscriminados a periodistas y activistas. Poroshenko no puede acabar con los privilegios de los oligarcas porque él es un oligarca que se ha beneficiado del sistema clientelar creado décadas atrás. Lo que resulta ignominioso es que ninguna autoridad comunitaria o estadounidense le haya apercibido no ya por las promesas incumplidas, sino por la involución dada al país durante su mandato.

Los estudios demoscópicos sitúan el mayor rechazo a Poroshenko entre las generaciones jóvenes, entre aquellos que han visto que el presidente ha levantado una verdadera cortina de humo sobre las aspiraciones legítimas de quienes hace cinco años deseaban mejorar sus vidas y las de los suyos. Los dirigentes de la UE y EE.UU. le han consentido que se concentre
principalmente en su política militarista porque todos, desde España hasta la primera potencia, han vendido armamento letal a Ucrania.

El mensaje de las urnas, y que todavía está por confirmarse en la segunda vuelta electoral de finales de abril, ha sido bien distinto. La sociedad ucraniana ya no quiere más guerra entre hermanos, más muertos, más niños huérfanos, más desplazados, más lágrimas, ni más encrucijadas que supongan tener que dejar de mirar al pasado, renunciar a él, por el simple capricho de unos políticos y tecnócratas que siguen experimentando con las formas de exportación de la hegemonía estadounidense.

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