El trío de indeseables y… Montoro

Capitalismo prosperidad

Una de las razones por las que el trío Sánchez-Pumpido-Tezanos ocupa hoy de forma desmesurada el poder se llama Cristóbal Montoro, dos veces ministro de Hacienda con el Partido Popular. Se hacía pasar el tipo por un probo liberal pero ¡qué va! era un socialista emboscado que padecía una enfermedad invalidante para cualquier responsabilidad gubernamental: el complejo de inferioridad, o si quieren el más adecuado de revancha. Era, como los vinos en tetrabrik, un remedo tóxico que se creía llamado, por ejemplo, a acribillar fiscalmente a todo aquel que hubiera gozado de una infancia mejor acolchada que la suya. Así que compuso listas negras y arruinó, con su persistente sonrisa de conejo, a miles de sociedades y particulares que no eran, en absoluto, defraudadores sino individuos que se habían ganado el pan con el sudor de su frente y que, eso sí, lucían corbatas más lucidas que las amarillas limoneras -símbolo procaz de la mala suerte- que se colocaba el susodicho.

Ha perdido ahora otra pelea en el Constitucional -van varias en diversas instancias- pero no tendrá que pagar de su bolsillo las fechorías que perpetró sin piedad contra miles de perseguidos. Muchos de éstos nunca más votaran al PP. Cuando en este partido mandaba Pablo Casado, un grupo de médicos se acercó a él y le espetó: «No se te ocurra meter en las listas a Montoro, si lo haces votaremos incluso al PSOE». O sea, le amenazaron realmente con pronunciarse a favor del partido del ex-ministro. Rajoy, hace unos años, y Feijóo tratan de recuperarse del hondo agujero que les fabricó Montoro. Les contaré algo estremecedor: cuando el tipo estaba cumplimentando su asedio a sus víctimas fiscales, un diputado del PP, reputado inspector de Hacienda, dijo en una tertulia de colegas parlamentarios: «Lo que Montoro está haciendo puede que sea legal, pero es sobre todo inmoral».

Ahora, los correligionarios del sujeto en cuestión mandan en España ¡y de qué manera! Tienen los mismos usos y modales que los aquí y descritos: si hay que mentir, se miente; si hay que confiscar, se confisca; si hay que destrozar, se destroza. Y además se carcajean. Son siervos de la gleba Tezanos y Pumpido de Sánchez, están arrodillados ante él y se emplean de forma descomunal en lo que es el gran objetivo de Sánchez: barrenar la Constitución para convertir a España en algo así como una Conferencia Confederal ajena a todos los años de nuestra historia.

Y ya, por hablar de Historia: hace muchos años, en un viaje a Argentina con Leopoldo Calvo-Sotelo, un grupo reducido acompañamos al presidente a cumplimentar en su propio domicilio a uno de los intelectuales más importantes del siglo XX español, y probablemente de otros muchos anteriores: don Claudio Sánchez-Albornoz. Nos recibió en un modestísimo piso bonaerense y en zapatillas y bata, porque hacía un potente frío del invierno austral. No perdió tiempo en dos cosas: la primera, en reivindicar sus investigaciones sobre la España eterna («Antes, existió mucho antes de los visigodos, decía») y, segunda, en agradecer a Calvo-Sotelo, representante de los políticos de la Transición, por haber construido una Constitución que «nosotros en la República no supimos hacer, y que tiene trazas -sentenció- de durar decenios».

El deseo y el pronóstico de don Claudio se han cumplido: nuestra ley fundamental ha durado exactamente cuarenta y seis años, cuatro decenios y un quinquenio agrandado, pero ni un minuto más. Hoy, la Constitución está en la UCI sobreviviendo a base de los cuidados paliativos que le proporcionamos unos cuantos españoles, no muchos.

Reparen en lo que ha ocurrido estos días. No me refiero a las procacidades ilegales que se están pactando con los enemigos de España; no, ésas, desde luego, caminan en la dirección de derribar la historia y la realidad de la nación más antigua de Europa, que ya es decir. Don asuntos menores, pero significativos: Tezanos, un golfo de la sociología electoral que, con recochineo, presume en los bares cántabros de serlo porque así lo ordenan los tiempos, ha divulgado esta semana una supuesta encuesta, más falsa que su misma cara, que atribuye al PSOE una notable preponderancia electoral sobre el PSOE. Ninguna otra casa de sondeos ratifica esta muestra; antes al contrario, todas otorgan a Feijóo una cómoda victoria sobre Sánchez. Pero ¡qué más le da a este perillán! Se trata de trasfundir al electorado le resignación de que, haga lo que haga Sánchez -y de todo es capaz este felón-, va a seguir manteniendo el increíble apoyo del 33 por ciento del electorado que le vota. O sea: «¡Póstrense! abandonen toda esperanza, el poder siempre será nuestro».

Pero ¿y lo de Pumpido? El cronista no ha conocido en muchos años a ningún especialista que no haya alabado la acrisolada arquitectura técnica y doctrinal del interfecto. «Es muy de izquierdas -se decía- pero es un formidable jurista», se ha dicho siempre.

Ahora las tornas han cambiado y las dos últimas truhanerías que ha realizado el Constitucional, consistentes las dos en dejar con el tafanario al aire al Tribunal Supremo, han modificado copernicanamente la opinión sobre Pumpido, de manera que ya se le presenta directamente como un mamporrero de Sánchez. Directamente. Él, que convive con una egolatría semejante a la de Napoleón Bonaparte, está sintiendo el desdén con que le tratan sus propios compañeros del Supremo.»“¡A mí, a Candido!», suele decirse el egocéntrico. Pero «no vale la pena hablar de él», confesaba al cronista uno de los magistrados del Tribunal. Él, como sus acompañantes del trío, está en la refundación marxista-leninista de un país que asiste estúpidamente a contemplar cómo le asesinan.

Ya han caído todas las instituciones del Estado, falta la Monarquía, que está muy pronto al caer -lo anuncio con horror-. Cuando dentro de unos años se analice nuestra trayectoria vital durante todos estos ejercicios, quedará, aparte de trescientas cosas más como rezaba un antiguo bordoncillo, el atentado contra la legalidad fiscal que encabezó Montoro y, después, el acoso y derribo a la España constitucional de 1978. Este es nuestro retrato actual en el que salen como figuras imprescindibles el trío de la bencina, el trío de indeseables Sánchez-Tezanos-Pumpido y… Montoro.

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