‘The Moncloa Connection’

El caso Koldo tiene multitud de tramas y de afectados, y su fase de instrucción aún se demorará bastante tiempo. Pero ante las evidencias que ya se tienen no hay duda de que el exvicepresidente José Luis Ábalos va a ser juzgado y muy posiblemente condenado. Lo que no se puede aún determinar es por cuántos delitos y si, la hasta ayer mano derecha de Pedro Sánchez, terminará metida en la cárcel por haber estado metida en lugares indebidos.
En el caso Begoña lo lógico es que ésta sea juzgada al menos por los delitos de apropiación indebida (por registrar a su nombre el software que pagó la Universidad Complutense), de intrusismo profesional (por firmar documentos sin la titulación requerida) y de tráfico de influencias (por haber conseguido una cátedra sin poder acreditar méritos o formación adecuados).
David Sánchez y los responsables de la Diputación de Badajoz están siendo investigados por casi media docena de posibles delitos: contra la Administración y la Hacienda Pública, malversación, prevaricación y tráfico de influencias. Este caso no es tan complejo ni tiene tantas derivadas y su instrucción acabará antes que los otros. Es difícil saber si alguien tendrá que sentarse en el banquillo, pero, en cualquier caso, a nadie escapa el impresentable favoritismo/enchufismo del que se ha beneficiado un personaje que ha estado cobrando durante 6 años sin saber cuáles eran sus funciones, dónde tenía que ir a trabajar o quiénes eran sus jefes y sus subordinados.
Para estos presuntos delincuentes, y para algunos otros que intervinieron en los hechos investigados, se van a dirimir sus responsabilidades, pero de estos procesos penales se está quedando fuera el factor y lugar común de todos ellos: Moncloa. Sin el concurso activo o pasivo de Sánchez, a título de jefe, marido o hermano, ninguno de estos casos se hubiera desencadenado; pero, sobre todo, porque en su condición de presidente del Gobierno se ha producido, por él y por su entorno, una utilización o aprovechamiento indebido del poder.
Con independencia de que se recoja como norma positiva (por ejemplo, la moción de censura), existe como principio político el deber de los gobernantes de cesar en el cargo por el inadecuado ejercicio del poder. Pero esa inadecuación, aunque sea objetiva o incluso flagrante, nunca va a ser reconocida o considerada inhabilitante por el sanchismo. El propio Sánchez tiene una concepción factual de la política que le permite hacer todo aquello que no se le pueda impedir hacer. Por supuesto que no se reconocerá ninguna responsabilidad política más allá de la que hipotéticamente le exija una mayoría parlamentaria; y como él impedirá con todos los medios a su alcance, aunque estos no sean legal o moralmente aceptables, que esta mayoría se forme, nos encontramos con que la exigencia de dicha responsabilidad es un hipotético imposible.
Así que perdiendo la esperanza de que él mismo o alguien le exija de forma efectiva un comportamiento decente, todavía nos quedará el inconveniente de haber puesto el fielato tan alto que en el futuro nadie, haga la barbaridad que haga, se pueda sentir constreñido a admitir su responsabilidad. Quedarán, eso sí, para la historia algunos insuperables momentos: el absentismo laboral continuado de David, las visitas a la Moncloa del obsecuente rector de la Complutense, la condecoración de Marlaska al patriota Aldama, la caligrafía mutante de Koldo, las multi-explicaciones para el viaje de Delcy Rodríguez y el innombrable contenido de sus maletas…; para terminar con la entrevista de trabajo de Jessica en la empresa pública Ineco y su llegada a declarar en modo Christine Keeler (aquella otra modelo que acabó con la carrera del político inglés Profumo y que ha dado lugar a tantas novelas y películas).
Y por todo ello, y ya que hablamos de películas y estamos en días de premios y ceremonias, para reconocer y anunciar quien es el responsable primero y último de todos estos chuscos casos de corrupción habría que, imitando a Penélope Cruz, gritar bien fuerte: ‘The Oscar goes to… ¡Pedro!’. PSO
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