Opinión

Socialistas que avergüenzan

En un 18 de marzo de 2005 tuvo lugar en París una cumbre contra el presidente estadounidense, George Bush, por su guerra en Irak y que fue protagonizada por los líderes de Francia, Alemania, España y Rusia. En aquel encuentro se dieron cita el francés Jacques Chirac, el español Rodríguez Zapatero, el alemán Schröder y el ruso Putin.

La principal conclusión de aquella reunión fue que había que resolver multilateralmente los problemas internacionales. Suena a coña marinera, sobre todo de líderes políticos que años después se ha visto con total claridad que no se caracterizan precisamente por ser trigo limpio. Sólo hay que ver donde está cada uno de ellos 17 años después, exceptuando a Chirac ya fallecido. Vladimir Putin, masacrando a la población civil de un país soberano en una guerra desproporcionada. Y Schröder y Zapatero, avergonzando a los demócratas del mundo, mientras perciben sus emolumentos de regímenes totalitarios.

El excanciller alemán está encantado de ser la escobilla del WC para Vladimir Putin en Occidente, lo mismo que Zapatero con el sátrapa venezolano, Nicolás Maduro. Con toda la arrogancia del mundo. A los dos les da igual las manos manchadas de sangre que puedan tener Putin y Maduro para ser sus portavoces, sus correas de transmisión y sus mayores blanqueadores en el mundo occidental.

Gerhard Schröder defiende a Vladímir Putin, duda de la autoría de las atrocidades en la población ucraniana de Bucha y se niega en redondo a asumir su culpa por haber invadido un país que ha provocado decenas de miles de muertos aunque la ONU siga hablando de unos pocos miles.

Al mismo tiempo, Zapatero hace lo propio con Nicolás Maduro, el dictador venezolano, ignora su campaña de persecución a los opositores políticos o de represión ciudadana. Es más, el socialista español siempre se jactó de que las pantomimas electorales allí organizadas eran elecciones democráticas, cuando todos los organismos electorales a lo largo y ancho del mundo denunciaban la farsa y la patraña.

En aquel encuentro de París de 2005, Zapatero proclamó a los cuatro vientos con la sonrisa cómplice de su colega alemán que “hablamos de valores democráticos, de democracia y de libertad, no de izquierdas ni de derechas”.

Tras perder las elecciones, Schröder, como buen socialista, cruzó puertas giratorias al amparo del Kremlin. Desde hace cinco años preside el consejo de administración de la petrolera rusa Rosneft, y recientemente Gazprom incluyó su nombre como nuevo miembro de su consejo de administración a partir de junio.

Desde su etapa como presidente español, Rodríguez Zapatero se caracterizó por su espurio interés en defender primero el régimen de Hugo Chávez como después el de Nicolás Maduro. Para ello se escudó primero en una hipócrita posición de neutralidad en busca del diálogo, para luego defender de forma más exagerada la dictadura chavista.

El pasado año, el exjefe de los servicios de inteligencia del chavismo, ‘El Pollo’ Carvajal, aseguró tener pruebas de que Zapatero había participado en operaciones de corrupción en Venezuela y que contaba con una mina de oro en dicho país. También fue clave en las relaciones entre Zapatero y la dictadura chavista, el exembajador español en Vanezuela, Raúl Morodo, investigado por el cobro de 4,5 millones de euros del Gobierno de Hugo Chávez.

“Mucho de lo que es el PSOE se lo debemos a los socialistas alemanes”, pregonó durante su mandato Zapatero. Sí, lo vemos claro, sobre todo casi veinte años después. Dónde queda Schröder y dónde Zapatero, pero podríamos hablar también de otros primos del PSOE en su familia de la Internacional Socialista que en su día acogió también a carniceros como al egipcio Hosni Mubarak o al dictador sanguinario sirio, Bashar Al-Assad.

En Alemania, son cada vez más las voces socialistas quienes le piden al excanciller Schröder que abandone el partido por sus vínculos nauseabundos con el régimen de Putin y por su empeño en seguir forrándose en empresas controladas por el Kremlin. ¿Acaso existe similar debate en el PSOE? Por supuesto que no, con un Pedro Sánchez extasiado por la estela de su antecesor. No me extrañaría que cuando las urnas manden a casita a Sánchez acabe contratado como portavoz en el mundo de cualquier régimen infame. Sus actitudes con los enemigos de España suponen un claro aviso y la verdadera prueba del algodón, pero para la propaganda sanchista el verdadero problema está en el auge de lo que ellos llaman ultraderecha. Socialistas del mundo, pinza prieta a la nariz.