Silencio de Yolanda Díaz e Irene Montero tras la fuga de su colega pederasta

Silencio de Yolanda Díaz e Irene Montero tras la fuga de su colega pederasta

La fuga de Martiño Ramos, profesor de música de un colegio público de Orense y conocido militante de En Marea y Orense en Común –formaciones de izquierda apoyadas por Yolanda Díaz ya desparecidas– y condenado a 13 años de prisión por violar reiteradamente a una alumna menor de edad, obliga a una seria reflexión sobre un problema que, con independencia de que este tipo de conductas depravadas pueda resultar transversal, está afectando directamente a cargos públicos de la órbita de la izquierda. No se trata, en ningún caso, de tirar al bulto y de huir de las matices acusando al progresismo de albergar en su seno a personas con comportamientos profundamente inmorales y abyectos, pero lo cierto es que los casos de agresiones sexuales -condenas firmes o denuncias- en la izquierda alcanza niveles más que llamativos o, si se quiere, alarmantes. Lo que parece obvio es que el patrón y los códigos de la izquierda se han caracterizado siempre por su empeño en erigirse en referentes de la moralidad, incluyendo la defensa de la mujer -el feminismo- como su principal activo ideológico. Pues bien, parece evidente que los comportamientos individuales de bastantes de los que, desde posiciones progresistas, han hecho bandera del feminismo distan de forma radical de las líneas programáticas de sus respectivos partidos, porque no es normal que más de una decena de cargos públicos de izquierdas hayan sido denunciados y/o condenados por delitos de agresión sexual. Por cierto, ¿es que no tienen nada que decir Yolanda Díaz, Irene Montero y demás autoproclamadas musas del feminismo nacional?

OKDIARIO publica hoy los mensajes que Martiño Ramos enviaba a sus víctimas y son un obsceno retrato de lo peor de la condición humana. La orden de busca y captura de Ramos se dictó el pasado 15 de septiembre, pero ya se había fugado antes de que las autoridades pudieran ejecutar la sentencia. Es el último caso conocido, pero no es, ni muchísimo menos, el único. De modo que harían bien las denominadas fuerzas de progreso en preguntarse en qué han fallado, más allá de en sus sistemas de selección y control del personal, que resulta evidente. Porque esto ya no es normal.

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