Siete patriotas recuerdan a Sánchez que es mortal… e igual

Eduardo Inda:

Uno de los magistrados que obró el milagro de anteponer la legalidad al partidismo o el amiguismo me lo comentó emocionado en la madrugada del lunes al martes:

—No podía permitir que, desde allá arriba, mi padre se sintiera avergonzado de mí—, me apuntó pasadísimas las doce de la noche, cuando este 19 de diciembre para la historia se nos había escapado de las manos. Lo digo porque todos los españoles de bien habríamos dado todo lo que tenemos para que el tiempo hubiera quedado congelado cuando, a eso de las diez de la noche, el Tribunal Constitucional lanzó a los cuatro vientos la fumata blanca más esperada. Una resolución que frena el asalto de Sánchez a la Corte de Garantías.

No resultó sencilla la tarea para Concha Espejel, Antonio Narváez, Enrique Arnaldo, Santiago Martínez-Vares, Ricardo Enríquez y el presidente, Pedro González-Trevijano. A un servidor no le hubiera gustado estar en el pellejo de ninguno de los seis magníficos. Las presiones, las calumnias e injurias a Trevijano y, sobre todo y por encima de todo, a Espejel y al superlativo Enrique Arnaldo habían sido moneda de uso corriente en los medios de pensamiento único desde que seis días antes el PP solicitase al Tribunal Constitucional medidas cautelarísimas contra el asalto del Poder Judicial por parte de ese socio de lo peor de cada casa que es Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Por no hablar de las desagradables llamadas telefónicas que más de uno de ellos recibió o de las indisimuladas amenazas por correveidiles interpuestos.

La primera de las consignas dictada por Moncloa a sus periodistas de cámara consistió en intentar desacreditar y luego recusar a Pedro González-Trevijano, catedrático de Derecho Constitucional, y a Antonio Narváez, fiscal de carrera y número 1 de su promoción, porque su mandato está “caducado”. Tanto los iletrados monclovitas como los plumillas a toque de corneta olvidan que un magistrado, sea del tribunal que sea, mantiene su potestad jurisdiccional intacta hasta el día en que cesa en sus funciones. Pero, claro, o no saben o echan mano de la mala baba habitual o quién sabe si las dos cosas a la vez. No hablo de magistrados “conservadores”, como tampoco lo hago nunca de jueces “progresistas”, porque en este periódico esta terminología capciosa está prohibida. Al revés de lo que han hecho otros medios, nosotros nunca caeremos en la trampa semántica inventada por la cadena Ser que supone dividir a los grandes jueces en guays, los “progresistas”, y reaccionarios, los “conservadores”.

El Constitucional se limitó a aplicar su propia doctrina, acreditada incluso en sentencias que han favorecido al Partido Socialista, que sostiene que en una reforma legal no se pueden colar enmiendas con cuestiones ajenas. Si retocas el Código Penal para legalizar los golpes de Estado o abaratar el robo de dinero público, dos golfadas como la copa de un pino, no puedes encima perpetrar la salvajada que constituye meter en el mismo saco el retoque ad hoc de la Ley del Poder Judicial y de la del Constitucional para suprimir el sistema de mayorías reforzadas en la designación de los dos magistrados que corresponde al CGPJ. Sánchez eliminó con el atajo de las enmiendas el derecho de los diputados de la oposición a controlar al Gobierno. Por eso específicamente se concedieron las cautelarísimas.

No hablo de magistrados conservadores ni de jueces progresistas, porque en este diario esta terminología capciosa está prohibida

El sistema de mayorías reforzadas, tres quintos normalmente, garantiza que el proceso de elección de magistrados por parte del Parlamento o del Consejo General del Poder Judicial en el caso que nos ocupa esté lo menos politizado posible. Sánchez persiste en su idea de acabar con esta costumbre y cambiarla por una mayoría simple tanto a la hora de designar a los componentes del Constitucional como cuando se renueve de una vez el CGPJ, que lleva cuatro años en stand-by. Está todo inventado: lo que Sánchez, Otegi, Junqueras e Iglesias anhelan es, ni más ni menos, lo mismito que implementó Hugo Chávez en 2004 cuando okupó el Tribunal Supremo de Venezuela y acabó con la democracia para siempre o, al menos, hasta hoy 25 de diciembre de 2022.

El fin último de este golpe de mano de Pedro Castillo, perdón, Pedro Sánchez, no es otro que tener ya en primera posición de saludo al Tribunal que dirimirá la constitucionalidad de normas como la del “sólo sí es sí” y la Trans o la derogación de la sedición y el abaratamiento de las penas por latrocinio.

Sánchez, Otegi, Junqueras e Iglesias anhelan lo mismito que implementó Hugo Chávez en 2004 cuando okupó el Tribunal Supremo

Lo de Pedro Sánchez es un golpe de Estado a plazos, no aquél al contado y afortunadamente frustrado que protagonizó Antonio Tejero en 1981, ni tampoco ése que los independentistas catalanes dieron en 2017 y que no fue una “ensoñación” sino una triste realidad que obligó a Felipe VI a saltar a la palestra de noche imitando lo que hizo su padre en un 23-F en el que la entonces imberbe democracia estuvo a punto de irse al carajo. El presidente del Gobierno y sus criminales socios han acelerado su proyecto de cambio de régimen yendo de la ley a la ley como en la Transición, sólo que en esta ocasión el camino no es de la dictadura a la democracia sino al revés, de la democracia a la autocracia o quién sabe si la tiranía.

El siguiente hito en la hoja de ruta será el referéndum de independencia en Cataluña que, obviamente, lo intentarán edulcorar o camuflar como si los españoles fuéramos unos gilipollas integrales. Y el siguiente del siguiente, si España decide darle cuatro años más a este golpista y filoetarra, está claro: un plebiscito sobre el sistema de Estado que consolide la siniestra tarea emprendida de dinamitar la monarquía parlamentaria. El fin último es perogrullesco: ver si suena la flauta y Sánchez sustituye como jefe del Estado a un Rey al que deja atrás, ningunea e intenta humillar en los actos oficiales como vimos en el desfile del 12 de octubre o esta semana en Atocha, cuando OKDIARIO descubrió la enésima jugarreta de un personaje que se comporta más como un bufón que como un presidente del Gobierno.

Felipe VI dijo anoche elegantemente “¡basta ya!” con el mejor discurso de Navidad de sus nueve años de reinado. Una alocución en defensa de las instituciones y de una Constitución que nos ha regalado los 44 años más estables de la historia tan acertada en el fondo y en las formas como aquélla del 3 de octubre de 2017 en la que el personaje público mejor valorado de este país paró el segundo golpe de Estado de la democracia.

El jefe del Estado le cantó las cuarenta con los habituales implícitos a un Pedro Sánchez que se echó al monte ya en su primera investidura al aliarse con los etarras que asesinaron a 856 españoles, con los independentistas que se habían rebelado ocho meses antes y con los quintacolumnistas del narcodictador Maduro en Europa. Las pullas reales no tienen desperdicio:

—La Constitución no puede debilitarse ni caer en el olvido—.

—Hay tres riesgos sobre los que quiero detenerme: la división, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones—.

—Los españoles tenemos que seguir decidiendo juntos nuestro destino, nuestro futuro, cuidando nuestra democracia, protegiendo la convivencia y fortaleciendo nuestras instituciones—.

Cuando un animal anda como un pato, tiene la boca como un pato, hace popó como un pato y exclama cada dos por tres el “cuá-cuá” de rigor es obvio que estamos ante un pato y no ante un pavo o un hipopótamo. Por la misma razón cuando nuestro monarca habla de la erosión de las instituciones y del debilitamiento de la Constitución hasta Abundio sabe a quién se está refiriendo. Es una evidencia nivel dios que Sánchez lleva meses dinamitando o invadiendo las instituciones que sirven de contrapeso al Ejecutivo y debilitando la Carta Magna.

El fin último es perogrullesco: ver si suena la flauta y Sánchez sustituye como jefe del Estado a un Rey al que deja atrás y ningunea

Los consejeros áulicos de Moncloa deberían hacer menos la pelota al presidente del Gobierno y recordarle, al más puro estilo de los siervos de los emperadores romanos, que es “mortal”. Como quiera que el personaje está desbocado y ellos no han echado mano de ese memento mori imprescindible para evitar tentaciones totalitarias, han tenido que venir siete patriotas encabezados por el primero de los españoles para advertir al presidente menos votado de la democracia que tiene límites, que no puede ser Putin ni Erdogan, ni tampoco una versión posmoderna del Rey Sol, y que todos estamos por debajo de esa ley que es el deber supremo. El lunes y anoche hemos certificado, gracias a estos siete españoles decentes, que no todo está perdido. Ni mucho menos. Y que entre todos conseguiremos que el bien y la legalidad prevalezcan porque sin el uno ni la otra la democracia es papel mojado.

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