El sanchismo: vuelta a «las dos Españas»

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Dos semanas después de la importante jornada electoral del 28M, ya se percibe con absoluta claridad lo que motivó la decisión sanchista de primar su particular interés por encima de cualquier otra consideración convocando las elecciones generales en pleno verano, para el próximo 23J. Y lo ha hecho una vez más, en contra de sus reiteradas afirmaciones de que no iba a adelantar las elecciones previstas para diciembre.

En estas dos semanas se ha visto la absoluta carencia de cualquier atisbo de autocrítica por los resultados que han privado al PSOE de gran parte de su poder territorial, con la pérdida de numerosas alcaldías de las capitales de provincia, así como de todo tipo de localidades urbanas y rurales. Por su parte, el batacazo no ha sido menor con la pérdida del gobierno de casi todas las comunidades autónomas en su poder: Valencia, Extremadura, Aragón, Canarias, Baleares y La Rioja, manteniendo tan sólo Castilla la Mancha; Asturias por muy escaso margen también y con Navarra a la espera de la decisión de los bilduetarras. Todo ello sin olvidar que otra consecuencia es la derrota del propio sanchismo sin paliativos, ya que, salvo Bildu, todos sus integrantes han sido perdedores en sus ámbitos respectivos, lo que a su vez empiezan a indicar los primeros sondeos ya publicados ante el 23J. La izquierda extrema (el PSOE) tiene una sensible caída en escaños respecto a las pasadas elecciones de 2019, que es compensada por los que le quita a la extrema izquierda, sumida en una guerra incivil entre el yolandismo de besos y abrazos y el núcleo dirigente podemita, con Irene Montero de chiva expiatoria del desastre. En unos días estarán constituidos los nuevos ayuntamientos a los que se irán añadiendo sucesivamente los nuevos barones territoriales, donde sólo va a quedar García-Page entre los supervivientes del naufragio.

Tras la debacle, las comparecencias de Sánchez se han limitado a dos: la conocida y patética del Congreso de los Diputados y la del Comité Federal para aprobar las listas al Congreso y el Senado. En la primera se limitó a señalar a la «derecha extrema y la extrema derecha» como el enemigo a batir por ser los «reaccionarios que amenazan la democracia» con sus «mentiras, bulos y discursos de odio», como compartió con Hillary Clinton, sin la menor autocrítica hacia su persona. En la segunda, tan solo anunció la unánime aprobación de las candidaturas, calificando, eso sí, de «tontos útiles de la derecha» a los barones ausentes o críticos con esa presunta unanimidad.

Imaginen el relato alternativo que se estaría dando de no haber convocado elecciones para el mes próximo: oleada de dimisiones y renuncias en cascada de dirigentes territoriales socialistas, conformando una masa crítica creciente y polarizada hacia el genuino responsable del descalabro. Vemos que en el balance de costes y beneficios solo han primado los suyos a la hora de optar por la decisión adoptada, frente al coste de obligar a los españoles a solicitar el voto por correo en una cantidad que obliga a reforzar con miles de personas la plantilla de Correos para que pueda gestionar la avalancha de solicitudes, que ya superaban las 600.000 en una semana. Además de la preocupación añadida de la población de ser convocada a participar como vocales de las mesas electorales estando de vacaciones, o con viajes veraniegos previstos, y de votar con temperaturas -estas sí- extremas: a derecha e izquierda, centro, norte y sur de la península, sin excepción.

Y ello sin olvidar que este próximo 1 de julio comienza el semestre en el que le corresponde a España la presidencia pro tempore de la UE, lo que supone la pérdida de relevancia política de nuestro país en Europa, que ya vemos lo que le ha importado al señor Sánchez, tan presunto gran líder europeo y occidental. Ni el interés general de España está por encima de su interés personal.

El mes próximo hay que votar sin falta para hacer realidad el cambio, de manera que Sánchez pase a ser una pesadilla de la canícula estival. Con una alternativa que de verdad derogue el sanchismo en sus leyes ideológicas y en sus «mentiras, bulos y discursos de odio» resucitadores de las «dos Españas».

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