¿Sánchez quiere ser el Allende del siglo XXI?

La crisis aguda por la que atraviesan los medios de comunicación complica mucho el seguimiento de las travesías internacionales del inefable presidente Sánchez. Hay que pagar el avión, el hotel, las dietas debidas y correspondientes, pero las empresas tienen que ahorrar más que nunca a fin de sobrevivir. De manera que la fidedigna cobertura de nuestro personaje atrabiliario sólo se la permite por afectividad manifiesta el diario El País, que tiene designado un periodista de cámara para que dé cuenta a sus lectores incluso de los bolos del mandarín.
El último en Nueva York, con motivo de la Asamblea General de Naciones Unidas. Allí, además de sus actos más o menos obligados y protocolarios, se personó en el homenaje que el Instituto Cervantes de España, dirigido por un comunista tan ecuánime como Luis García Montero, rendía a la señera figura del aborrecible presidente chileno Salvador Allende.
Me parece que la vida del periodista de cámara de un líder tan ambicioso, tan intenso y tan anacrónico como Sánchez debe de ser muy exigente. Estos días me he preguntado cómo este chico tan entregado y voluntarioso no aprovecha los ratos libres para tomarse un dry martini en el delicioso Oak Room del hotel Plaza o comer una hamburguesa imbatible en el P.J. Clarke’s. Pues no. El tal C.E.C se traga sin desmayo todas las chapas de su venerado presidente, lo que representa una ventaja: nos permite a los que lo detestamos tener una hoja de ruta indeleble de su trashumancia.
Decidido como está a presidir la Internacional Socialista -un empeño que ya parece arreglado- Sánchez se presentó en el Cervantes de Nueva York, la ciudad más liberal del mundo, para honrar la figura de Salvador Allende, uno de los comunistas más execrables de la historia.
El gran Carlos Rodríguez Braun tiene escrito en su Diccionario Políticamente Incorrecto este apunte inconmensurable: «Considerado héroe y mártir de la libertad y la democracia, el Congreso de Chile –su declaración fue aprobada por casi dos tercios de la Cámara- emitió poco tiempo antes del golpe de Pinochet en 1973 una declaración sobre el Gobierno de Allende donde se establecía que había violado «de manera permanente» la Constitución y las leyes del país con el objetivo de imponer un sistema totalitario», y tras denunciar este quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República, animaba a las Fuerzas Armada a reponerlo: «Les corresponde poner inmediato término a todas las situaciones de hecho referidas, que infringen las leyes».
Esta institución dijo que Allende «ha atentado gravemente contra la libertad de expresión, ejerciendo toda clase de presiones económicas contra los medios de difusión que no son incondicionales adeptos del Ejecutivo, clausurando ilegalmente diarios y radios; encarcelando inconstitucionalmente a periodistas de la oposición; recurriendo a maniobras arteras para adquirir el monopolio del papel de imprenta y violando abiertamente las disposiciones legales a que debe sujetarse el Canal nacional de Televisión, al convertirlo en instrumento de propaganda sectaria y de difamación de los adversarios políticos». El Congreso acusó también al presidente de «amparar más de 1.500 tomas ilegales de predios agrícolas y promover centenares de tomas de establecimientos industriales y comerciales, para luego requisarlos o intervenirlos ilegalmente y constituir así, por la vía del despojo, el área estatal de la economía; sistema que ha sido una de las causas determinantes de la insólita disminución de la producción, del desabastecimiento, el mercado negro y el alza asfixiante del coste de la vida, de la ruina del erario nacional, y en general de la crisis económica que azota al país y que amenaza el bienestar mínimo de los hogares y compromete gravemente la seguridad nacional».
Asimismo, el Congreso de Chile afirmaba sobre Allende que «ha incurrido en frecuentes detenciones ilegales por motivos políticos, además de las ya señaladas con respecto a los periodistas, y ha tolerado que las víctimas sean sometidas en muchos casos a flagelaciones y torturas». En suma, Allende «no fue ni hombre nuevo, ni anchas alamedas, ni nada de nada», concluye Braun.
Su trágica muerte a cargo de los militares que dieron el golpe de Estado, animados por su propio Parlamento en una votación insólita, pero tremendamente elocuente, lo ha divinizado hasta el mismo extremo que otro criminal infatigable: el Che Guevara.
A pesar de las enseñanzas irrefutables de la historia, allí en el Cervantes Sánchez, según cuenta el periodista de cámara de El País, «llegó a colocarse a él mismo y a otro izquierdista radical como el nuevo presidente chileno Gabriel Boric como herederos políticos del combate permanente de Allende por la instauración de las libertades sociales, de la democracia económica y de la protección de los débiles contra el abuso de los fuertes».
Como es sabido, Sánchez ha decidido que para no resultar demasiado herido en los próximos comicios autonómicos y municipales de mayo, y sobre todo no perder las elecciones generales de 2023, hay que dar un giro a lo Allende, fortaleciendo el mensaje izquierdista radical, situando al PP como el partido de los ricos y postulándose como el defensor de la «la clase media y trabajadora». Ya saben, su mensaje obsesivo es este de que no dejará a nadie atrás como consecuencia de la crisis que se avecina, pero la sensación que tengo es que lo que en realidad desea es que nadie vaya hacia adelante. Porque en cuanto lo hace, en el momento en que cualquier ciudadano alcanza una cierta posición acomodada y consigue armar un cierto patrimonio fruto de su pericia y esfuerzo, considera que se aburguesa, se derechiza y así lo declara rico o gran fortuna confiscando su hacienda con impuestos cada vez más progresivos y devastadores. Nos quiere pobres y serviles, mejor subsidiados que liberados gracias al trabajo duro y el sacrificio inherente.
Sánchez está convencido de que esta estrategia hedionda le dará resultado. Piensa que ha gastado tanto dinero en sostener con el presupuesto público a tanta cantidad de gente por medio del ingreso mínimo vital, los bonos culturales, las subvenciones indiscriminadas para paliar no sólo la imaginaria indigencia sino los caprichos identitarios más excéntricos que estos chicos, el mítico pueblo, deberán mostrar en el trance crucial su obligado agradecimiento. Si añadimos el castigo fiscal a las eléctricas y los bancos -instituciones tan impopulares en este país sociológicamente anticapitalista y contaminado por la envidia- está convencido de poder torcer a su favor las premoniciones endiabladas de las encuestas.
Yo todavía conservo la esperanza. Creo que no todo está perdido. Opino que la nación todavía tiene la fuerza y el vigor suficiente para rebelarse antes que sentirse un parásito exigido a pagar con su voto el reparo a su falsa precariedad. Las encuestas, que todavía muestran a la derecha muy por encima del PSOE y sus amigos, eso es lo que indican.
Además de a Braun, conozco a otro argentino insólito al que le gusta más laborar que platicar. Se llama Diego, y es camarero principal del restaurante Corre Ve y Dile, aquí debajo de OKDIARIO. Le escucho con delectación relatar los motivos de su emigración. «Argentina, con el peronismo legendario y la saga Kirchner del momento, se ha convertido en una nación sin futuro. Allí los hijos se han acostumbrado a ver siempre a sus padres sin trabajar, viviendo de la sopa pública, y tratan de emularlos por todos los medios subsistiendo a costa del Estado. El trabajo que enriquece moralmente y dignifica a las personas ha desaparecido de su mapa vital». Esto es lo mismo que sucederá en Chile si Boric logra dejar su huella, lo que sucede en toda la América Latina heredera de los Castro y de Allende, así como el legado del que parece querer apropiarse nuestro Sánchez. En esto consiste «no dejar a nadie atrás», que se ha convertido en el lema nacional de la coalición Frankenstein. En evitar por todos los medios que la gente progrese, ejerza su autonomía y disfrute de su libertad de elección.
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