Al rescate del Régimen

Pepa Bueno

Las señoras primero. La trayectoria profesional de Pepa Bueno es la que es: desde hace veinte años se ha movido por los medios que le permitían desempeñarse con mayor comodidad dentro de su afinidad política, y en los que servía de manera más efectiva a los intereses del PSOE y, de forma más concreta y reciente, del sanchismo. Pepa se fue de RTVE cuando el PP llegó a la Moncloa y vuelve cuando Pedro Sánchez necesita en el ente público a uno de sus más dedicados periodistas-activistas.

Obviamente ayer no podían faltar presentaciones y afirmaciones de esas que producen alipori y provocan el gesto de vómito inducido, como lo de la «campaña de deshumanización extraordinaria», pero la flamante directora del Telediario no tenía más remedio que justificarse abordando temas espinosos como la corrupción del Gobierno y del Partido, el inminente juicio al fiscal general o la incongruencia de gobernar sin presupuestos. Ahora bien, sin insistir con las repreguntas obvias que descalificarían las respuestas falsas, desvergonzadas e incluso absurdas del presidente.

Un caso flagrante fue cuando, después de preguntarle acertadamente dónde estaba el límite o la línea en la que su responsabilidad en los casos de corrupción ya no podría obviarse, aceptó mansamente la respuesta de que sus responsabilidades políticas ya se habían depurado de forma ejemplar… ¡con las dimisiones o destituciones de otros!

Vamos, que Pepa se sintió más feliz y liberada que el propio Sánchez cuando pudo terminar con los temas escabrosos pero obligados y se pudo entregar al masajeo de la economía y las políticas sociales y progresistas.

Ahora bien, ni para la incondicional Pepa era posible hacer bueno a Pedro. Éste ya se ha convertido en una caricatura de sí mismo, y no solo por la trabajada imagen de cómic (que ya no sabe uno si se trata de Daredevil o del espartano Leonidas de los 300 con los abdominales sombreados en el rostro), sino porque se ha creído el papel de un superhéroe o un ser superior, infalible en su juicio e invencible en su disputa.

Dice, por ejemplo, que algunos políticos quieren impartir justicia, ¡después de los indultos o la amnistía! Y dice que algunos jueces «hacen política»; ¿A qué jueces se refiere? ¿A todos los que instruyen las causas de su familia, de su partido o de su gobierno? ¿A los de las audiencias provinciales o los tribunales superiores que avalan la labor de los instructores? ¿A los del Supremo? ¡Pues exactamente a los que él diga, y punto!

Y si esos jueces, u otros que vengan después, condenaran (injustamente, por supuesto) a su mujer, a su hermano, a su fiscal, a su ministro o a su secretario de Organización, tampoco pasaría nada. No se sentirá concernido ni tendrá ninguna consecuencia… ¡porque él sabe que son inocentes!

Ocurre lo mismo con el tema de los presupuestos imposibles, las alianzas insomnes o las concesiones a los partidos independentistas que dijo que nunca haría. Siempre encuentra una justificación y siempre alude a un posibilismo que nunca reconoció para los demás; lo que para los otros eran inaceptables actitudes antidemocráticas, para él es el virtuosismo de la necesidad.

En fin, es simplemente alucinante el que se haya llegado a este punto de impunidad y de irresponsabilidad política. Cualquier barbaridad se justifica por la misión histórica que está llevando a cabo. Esa misión que Sánchez presenta edulcorada con políticas sociales y de ecologismo progre, pero que es Arnaldo Otegui quien mejor explicita; porque quien justifica como instrumentos el asesinato y la extorsión, no tiene complejos en reconocer y reivindicar los verdaderos objetivos del régimen. En este caso, desarrollar un «programa de mínimos que impida cualquier opción de la derecha de retornar al poder» y de «sentar las bases definitivas para la construcción nacional de un nuevo País Vasco y una nueva Cataluña independientes de España».

Y para terminar volvemos a Pepa y a todos esos periodistas que siguen reconociendo legitimidad ética a la permanencia de Sánchez. Hacen apología de la misma incongruencia y de la misma falsedad; porque estos opinadores también tienen hemeroteca, y tragan y conviven ahora con lo que antes les parecía intragable e inadmisible. Así que no, ayer no eran la Bueno contra el malo, sino que eran el mismo altavoz de la ilegalidad, corrupción y nepotismo del régimen; y, además, con la indignidad del servilismo.

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