El relevo de Jaime Alfonsín, una medida del Rey necesaria

Jaime Alfonsín

La decisión de relevar al que ha estado al frente primero de su Secretaría como príncipe de Asturias y después, de su Casa como Rey durante 28 años, no ha sido tomada por el Rey Felipe VI de forma apresurada, sino más bien todo lo contrario. La idea del recién cesado Jaime Alfonsín cuando don Felipe fue proclamado Rey y Jefe del Estado hace 10 años era ayudar al monarca a adoptar los necesarios cambios para poner al día el aparato de la Casa del Rey. Se trataba de adaptarla a los tiempos adecuados a esa monarquía renovada para un tiempo nuevo que estaba en la cabeza del monarca para cuando le tocara estar al frente de la nave del Estado.

En principio, Alfonsín calculó que en dos años se podían hacer esos cambios que en sus reuniones con don Felipe habían proyectado y que perseguían, ni más ni menos, que devolver a la institución el prestigio perdido por la actuación de los últimos años del Rey Juan Carlos. Juntos, con la confianza mutua que ha habido entre ellos en esas casi tres décadas -el período más largo de un Jefe de la Casa al frente de la tarea de organizar la actuación de la Familia Real a todos los niveles- el Rey Felipe y su leal colaborador decidieron llevar a cabo esa renovación imprescindible. Lo más preciso era, sin duda, reducir los integrantes de la Casa Real, adoptar códigos de conducta a cumplir escrupulosamente por los miembros de la institución y por todos los funcionarios que trabajaban en el Palacio de la Zarzuela, la prohibición de trabajar en asuntos fuera de las actividades oficiales de la agenda oficial, o aplicar las normas de transparencia aprobadas para las instituciones del Estado.

Esos dos años no fueron suficientes debido a las circunstancias problemáticas que fueron surgiendo después de esas normas adoptadas para recuperar la imagen ejemplar de la Familia Real. Hubo que afrontar y dejar atrás los escándalos del caso Nóos, la escapada del anterior monarca a Bostwana con Corina Larssen, el juicio celebrado en Palma de Mallorca que sentó a la infanta Cristina y su marido en el banquillo de los acusados, la retirada del ducado de Palma de Mallorca por parte del Rey Felipe a su hermana… Los problemas se convirtieron en una pesadilla que no se terminaba nunca y apenas se resolvía uno cuando aparecía otro, igual o peor que los anteriores. Y el Rey no podía prescindir de Jaime Alfonsín en plena crisis y cambiar de responsable de su Casa en pleno meollo de alguno de los conflictos.

Los problemas políticos también se multiplicaron, el más grave de los cuales fue la crisis del referéndum ilegal de los independentistas catalanes, el proceso que se desencadenó con la insólita declaración de independencia que llevó al monarca a intervenir con un mensaje televisado para tranquilizar a la población ante la falta de respuesta de un Gobierno que no salía de su asombro, a hacer un llamamiento a los poderes del Estado para que actuaran para restablecer la normalidad. Y, por si fuera poco, llegó la pandemia y el confinamiento, que paralizaron la vida durante casi dos años, y las noticias escandalosas acerca de la actuación del Rey Juan Carlos denunciadas por la persona que pretendía que el padre de don Felipe se divorciara de la Reina Sofia y convertirse ella en la consorte real: Corinna Larsen.

Jaime Alfonsín abandona el Palacio de la Zarzuela sin dejar cabos sueltos, en un relativo período de calma, diez años después de la proclamación de Felipe VI y casi ocho años más tarde de lo que él había calculado que podría dejar hecha su larga y beneficiosa tarea al lado del Jefe del Estado. Pero en esa prórroga no prevista por él en principio, prevaleció su sentido del deber y la firme lealtad que le obligó a no abandonar a don Felipe en los momentos tan duros por los ha tenido que pasar en sus diez primeros años de reinado.

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