La realidad acaba con los caprichos del desenterrador Sánchez

La realidad acaba con los caprichos del desenterrador Sánchez

Pedro Sánchez está ultimando los fichajes para las elecciones generales. Sorprende, no obstante, que uno de ellos sea un candidato que curiosamente no habita en el reino de los vivos. El pasado Consejo de Ministros, ya en funciones, anunciaba que la exhumación de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos se haría de manera taxativa el próximo 10 de junio para inhumarlos en el cementerio municipal de El Pardo. Último intento, a la desesperada, aún teniendo cabos sueltos, para cumplir con la promesa electoral que ha llevado a gala durante estos nueve meses de legislatura. Un anuncio gubernamental que, además de contravenir el deseo de los descendientes del dictador de trasladar sus restos a La Almudena, ningunea por completo al Tribunal Supremo.

Los Franco llevaron el caso hasta el Alto Tribunal con el fin último de que éste emitiera medidas cautelares que frenasen la exhumación y aún están a la espera de la decisión judicial. La misma actitud expectante que cabría esperar de un Ejecutivo que, supuestamente, respeta la separación de poderes y el Poder Judicial. No obstante, y a pesar del fuerte ruido mediático provocado por Sánchez, el Gobierno –aún llevando a cabo la exhumación– no tendría base legal para impedir que los restos mortales de Franco terminaran depositados en la catedral madrileña. No podría ampararse ni en la reforma de la Ley de Memoria Histórica que el PSOE llevó al Congreso debido a la disolución de las Cortes, ni tampoco en la Ley de Seguridad Ciudadana, tal y como se pretendía argumentar en el informe de la Delegación del Gobierno de Madrid encargado por el Ejecutivo.

Un obstáculo más que, al menos, retrasará la exhumación, aunque no es el único. Hasta que el Supremo se pronuncie, el derecho canónico brinda potestad total a la orden benedictina de Cuelgamuros para decidir sobre todo lo que haya dentro del templo, incluidas las criptas mortuorias. Resulta inverosímil, e incluso hilarante, que tras una transición democrática tan modélica como la española haya llegado a la Presidencia del Gobierno un dirigente que usa las herramientas gubernamentales para dividir a la sociedad y crear un ambiente guerracivilista. Sánchez debería estar a la altura de su cargo, aunque ya esté languideciendo por la proximidad del 28-A, y llegar a las elecciones generales de manera honesta y sin usar las instituciones públicas con fines propagandísticos y partidistas. Marca del sanchismo, por otro lado.

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