Por qué Nadal no es socialista

Me he pasado media vida combatiendo el socialismo. Se podría decir que tengo una manía persecutoria contra esta ideología y su obra magna, que es el Estado de Bienestar. La causa es que, en mi opinión, es una ideología que destruye los valores innatos de la persona, a la que desfigura y corrompe moralmente con una protección a cargo del Gobierno inmerecida y deletérea. A mi juicio, la mayoría de los individuos no necesita seguridad sino justo lo contrario, que les den alas para que puedan desarrollar su embrujo natural.
Ya se ha dicho todo lo imaginable sobre las gestas del tenista Rafael Nadal, pero aún creo que se ha insistido poco sobre su voluntad inmarcesible y su convivencia habitual con el dolor. Como bien ha escrito José María Carrascal, la mayoría de los españoles tendemos a darnos por vencidos demasiado pronto, y buscamos una excusa o un culpable de nuestra derrota o abandono. Y desde luego una reparación inmediata a cargo de los poderes públicos. Esta ha sido una de las consecuencias más siniestras del socialismo.
Nuestros contemporáneos, acostumbrados a tener cubiertas, sin esfuerzo, todas sus necesidades han perdido el amor al riesgo y la aventura.
El tenista Nadal es el ejemplo de lo contrario. Su espíritu está presidido por la voluntad, el tesón, la perseverancia y la resistencia ante los más desagradables avatares de la vida. Su trayectoria profesional ha estado siempre inspirada por el sacrificio y el esfuerzo permanente, y los éxitos conseguidos tienen una relación directa con el mérito.
Hoy los planes educativos del presidente Sánchez están empeñados en liquidar este legado que viene de tiempos inmemoriales para sustituirlo por una enseñanza doctrinaria de la que ha desaparecido el precepto obligatorio de la instrucción para dar paso a la inmersión ideológica en todos los mantras del pensamiento dominante, alejados de cualquier contraste empírico, a fin de producir una transformación civil que sea lo más rentable posible desde el punto de vista electoral.
Hace unos días, Lilith Verstrynge, la secretaria de Organización de Podemos, escribió un artículo en el diario El País en el que afirmaba que la meritocracia es un mito moderno utilizado para legitimar un sistema que abandona a quienes no gozan de privilegios de nacimiento o herencia. El tenista Nadal no ha disfrutado de ninguno de ellos y ha competido con un resultado apabullante en un ecosistema como es el de los Grand Slams que es lo más parecido a una selva. Dice Verstrynge que esto del mérito es una idea nociva porque crea ansiedad, de manera que si no has alcanzado tus objetivos es porque no te has esforzado lo suficiente, y si no has cumplido tus sueños es porque te han faltado agallas. A mí me parece que esta es una conclusión teatral, falsa, porque lo que sucede con frecuencia es que la gente ni se esfuerza lo suficiente ni saca a relucir sus agallas. Y no lo hace porque el Estado de Bienestar y la correspondiente universalización de la asistencia social -sin que la mayoría la requiera- ha apagado la iniciativa individual, adormeciéndola, desincentivando la pulsión creativa que anida en todas las personas y pudriendo la moral colectiva.
Ataco al socialismo porque, además de las graves contraindicaciones que tiene para la salud económica de una nación, produce malas personas. Por ejemplo, personas insolidarias, ya que la solidaridad organizada con cargo al presupuesto, como ocurre en nuestros días, lo que hace es expulsar la virtud individual de la solidaridad, la que entraña sacrificio propio, de la que la sociedad ha dado históricamente buenas pruebas antes de que el intervencionismo estatal justificara la inhibición del ciudadano en el destino de su vida y de la de los demás. Este es el principal daño causado por el socialismo: la vinculación del individuo al Estado. Con Sánchez, compañía y los Verstrynges de turno, los efectos de esta ideología letal serán muy difíciles de desarraigar en unas generaciones crecidas al amparo del presupuesto.
Dice Carrascal con razón que el llamado progreso, yo diría que entendido a la manera socialista, conduce al hedonismo, al narcisismo y otras lacras de la personalidad que florecen en todas las sociedades decadentes desde los viejos tiempos.
Afirma la señora Verstrynge que hay que reforzar el Estado para paliar la desigualdad imaginaria que bulle en su cabeza, y que para ello se precisa redistribuir la riqueza explotando con más impuestos a las grandes empresas y patrimonios, fortaleciendo el sistema de protección social y estableciendo el gratis total desde la infancia hasta la universidad.
Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático de Ciencia Política de la Carlos III de Madrid y uno de los intelectuales más destacados al servicio del sanchismo, ha definido con precisión en qué consiste el socialismo: «Un proyecto de políticas públicas basado en el cuidado y la protección de los ciudadanos en medio de fuertes incertidumbres económicas y una sucesión de crisis inesperadas». Este el núcleo del activismo socialista, la consideración del ciudadano como un ser demediado e incapaz de afrontar los retos por sí mismo, el individuo dependiente con su futuro atado al Estado de por vida. En resumen, una suerte de sociedad fallida.
El ilustre Rafael Termes, que Dios tenga en su gloria, afirmaba que el mal llamado Estado de Bienestar, la obra maestra del socialismo, sólo ha producido efectos contrarios a los que dice perseguir. El seguro de desempleo amplio y duradero produce más paro, las ayudas a los marginados producen más marginación, los programas contra la pobreza producen más pobres, la protección a las madres solteras y a las mujeres abandonadas multiplica el número de madres solteras y el de hogares monoparentales. Y así todo. A pesar de que el gasto social ha crecido en proporciones gigantescas en los últimos años no parece suficiente, de manera que no cesa la escalada de presiones para convertir en derechos las pretensiones más absurdas y abusivas. El tenista Nadal no pide nada, de momento ni un pie nuevo. Se conforma con que le quiten durante un tiempo el dolor a fin de competir y si es posible ganar. Es la fiera de la naturaleza que todos llevamos dentro -aunque no podamos llegar tan lejos como para emular sus gestas- y que aplaca recurrentemente el socialismo, ese vicio moral del que se ha librado desde la infancia el mejor deportista de todos los tiempos.
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