Por qué la economía está en fase de desaceleración

Por qué la economía está en fase de desaceleración

No hay día en que no hablemos de la desaceleración económica que está
en trance de llegar a nuestras vidas, que ya se siente en algunos rincones
del mundo occidental y que confirma que la fase expansiva del ciclo
económico ha alcanzado la madurez. Las perspectivas económicas para
este año 2019 no son del mismo color, optimista, que lo fueron en 2017,
cuando se daba aquel crecimiento sincronizado en casi todas las
economías y las ligeras embestidas producidas en el tramo final de 2018,
menguan posibilidades de crecimiento económico en este año 2019.
Más o menos, todos tenemos bastante claro lo que está ocurriendo, pero
no estará de más que recapitulemos para entender el actual momento
económico. En todo caso, el debilitamiento que asomó en el tramo final
de 2018 se ha convertido en desaceleración en 2019.

Tal vez, lo primero que haya que destacar es que se detecta una erosión
de la confianza a causa de la escalada de tensiones comerciales,
encarnadas por el conflicto entre Estados Unidos y China que durante
varias semanas ha vivido una especie de tregua, aunque algo tensa, y una
calma que, como la del mar antes de que éste se agite, se presumía algo
rara y extraña. Hasta que justo al arrancar el mes de mayo, el inefable
Donald Trump puso en circulación sus siempre porfiados tweets
anunciando que el impasse tocaba a su fin y que ya en este mes de mayo
los norteamericanos impondrán fuertes aranceles a la importación de
productos chinos, elevándolos del 10% al 25%, con un valor de 200.000
millones de dólares. Además, la suma de las importaciones chinas exentas
de aranceles en Estados Unidos, que suman 325.000 millones de dólares,
podría tasarse, agravándose el castigo comercial.

Han sido, decíamos, varios meses de stand by que han servido para
atemperar las cosas y rebajar el nivel de tensión comercial en el mundo.
Sin embargo, la reacción de Trump, envalentonado por los buenos datos
que arroja la economía norteamericana al concluir el primer trimestre de
2019, actúan cual estilete que se clava en el comercio mundial. La América
de Donald Trump sigue creciendo. Lo hizo al 3,2% en el primer trimestre
de 2019, impulsada por el gasto gubernamental, con las dudas que ello
genera en cuanto al déficit público estadounidense y al aumento de su deuda, el consumo privado y empresarial, que sigue aún beneficiándose
de los bonancibles efectos de la reforma fiscal de Trump, y el auge de la
inversión en Estados Unidos. Por añadidura, la tasa de paro en abril se
situó en los Estados Unidos en una tasa muy baja del 3,6% y los salarios
han crecido en los últimos doce meses un 3,2%.

Entretanto, aunque con el recelo de una volatilidad que en cualquier
momento irrumpa, las tecnológicas norteamericanas siguen marcando
hitos y días atrás Microsoft alcanzaba la gloria con una capitalización
bursátil de un billón de dólares, incorporándose, de ese modo, al podio
logrado en meses anteriores por Apple y Amazon.

A mayor inri, el oráculo de Omaha, el gran Warren Buffet sorprendía días
atrás a propios y extraños diciendo que reconocía ser un idiota por no
haber invertido antes en Amazon. La empresa de Jeff Bezos no defrauda
en cuanto a mejoras en sus beneficios y, sobre todo, alimenta su valor
bursátil gracias a sus mayores expectativas de negocio. Tanto Buffet como
su socio Munger, admitían que con Google también habían errado a la
hora de invertir.

Volvamos al porqué de la economía en fase de desaceleración. Hay
muchos motivos para la desconfianza y uno de ellos, también en una
situación de intrigante stand by en estos momentos, es el temor al Brexit y
las consecuencias negativas que puede acarrear tanto para Reino Unido
como para Europa.

Todo ello hace, como ya hemos indicado en otras colaboraciones
anteriores, que se recorten las expectativas de crecimiento económico
para este año 2019, que discurre por un sendero entre exigente y
delicado.

Atendiendo a las previsiones más recientes, la economía mundial en 2019
solo crecería al 3,3%, tres décimas por debajo de 2018, y perdería el
empuje que había mostrado en los dos años previos. Con suerte, si los
cielos se despejan, en 2020 volvería a retomar aire para crecer al 3,6%.
Y si el comportamiento de la economía mundial, golpeada por los
conflictos comerciales y otros que a continuación señalamos, es algo
preocupante, mucho más lo es la tendencia de las economías avanzadas
que ya en 2018 perdieron energía y que para 2019 y 2020 seguirían por
esa línea descendente. Acá aparece Europa cuyas tasas de crecimiento,
salvando ciertas excepciones, como por el momento es la propia España,
van a la baja.

Probablemente, y siempre según los pronósticos, Estados Unidos acabe
perdiendo brillo económico en 2019 y su tasa de crecimiento a lo largo de
los próximos trimestres no podrá mantener el ritmo del primero, que ha
sido del 3,2%. Ahí es donde irrumpe la exigencia de Donald Trump para
que la Reserva Federal, presidida por Jerome Powell, haga un esfuerzo
para ajustar a la baja los tipos teniendo en cuenta la actual inflación
norteamericana. De momento, la FED se ha comprometido a no
aumentarlos en lo que queda de año. Pero en 2020, Estados Unidos
volverá a vivir un ejercicio electoral. Y Trump, que según todos los indicios
volverá a presentarse, podría poner en marcha más, e igual nuevas,
medidas fiscales que estimulen la economía estadounidense al preverse
una desaceleración para 2020 que dejaría su crecimiento por debajo del
2%.

El caso de la Eurozona es mucho más preocupante porque se ve una falta
de reacción absoluta y una necesidad vital de que el Banco Central
Europeo siga regando con flores monetarias el paisaje. Le cuesta mucho
crecer con consistencia a la economía de los países del euro y da la
impresión de que los problemas de la industria de la automoción alemana
se trasladan a todo su ámbito de influencia mientras Europa se contagia
de esa falta de empuje, más o menos aguda, que despierta algo de
escepticismo. Cómo no, el Brexit, de nuevo, es una seria amenaza para la
propia economía del euro y la falta de liderazgos políticos robustos,
cuando Angela Merkel enfila su recta final como canciller germana y a
punto de cumplirse los dos años de Macron al frente de la presidencia de
Francia que están pasando sin pena ni gloria y más bien constatando que
el joven presidente galo no ha respondido a las esperanzas que tanto
Francia como Europa habían depositado en él, enturbia el ambiente por el
Viejo Continente.

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